Yo tenía 17 años, y al igual que todas las chicas en esa edad, tenía una ilusión por la vida increíble.
Era Navidad y como todos los días fui a visitar a Elena al hospital. Tenía la cara totalmente pálida, y en su cabecita seguía sin crecer ni un pelo, pero aún así, la encontré mejor que nunca; tenía los ojos brillantes de felicidad y una sonrisa que lo decía todo. Estuvimos hablando durante largo tiempo sobre su enfermedad, padecía cáncer. Elena estaba segura de que sería capaz de vencerlo, que las próximas Navidades las pasaríamos juntas, celebraríamos una fiesta en su casa y yo le ayudaría a adornarla.
El 6 de enero, el Día de reyes, su padre me llamó llorando por teléfono, Elena había muerto. No había servido para nada la dura lucha que mantuvo durante largo tiempo, tan solo para destrozarla aún más. El cáncer había vencido.
Aquello destrozó mi corazón. Nunca pensé que la muerte de mi mejor amiga llegara a significar tanto en mi vida. Su novio y yo lloramos juntos muchas veces, veíamos fotos y recordábamos agradables momentos en los que Elena estaba con nosotros.
De pequeñas cuando dormíamos juntas, antes de acostarnos nos dábamos un abrazo, y a la hora de dormir no nos soltábamos la mano, de esa forma sabíamos que estábamos juntas, Una noche llegamos a hacernos la promesa de que nunca nos separaríamos, pero hay promesas que no se pueden cumplir. No pensaba que hubiera sido Elena quien rompió la palabra, sino que pensaba que tal vez debería volar hasta donde ella estuviera y volvernos a encontrar de nuevo, Pero no tenía valor ni fuerzas para hacer algo así.
Aquella época fue muy dura para mí, cada momento que viví, cada segundo estaba dedicado a ella.
Así pasó un largo y triste año, y de nuevo llegó la Navidad, esa época tan esperada por todo el mundo, llena de ilusión y de felicidad para todos, pero yo no estaba dispuesta a verlo así. Ese supuesto Dios al que adorábamos en esas fechas se había llevado a mi mejor amiga de mi lado.
El día de Noche Buena oía a mi madre llorar en la cena al ver que no había bajado a probar el pavo que con tanto cariño había hecho para mí.
Yo tan solo me encerraba en la habitación y lloraba. No quería salir a la calle y ver la felicidad en las demás personas porque entonces les odiaba. Pagaba con mis padres mi odio por la Navidad, por ese Jesús al que mi madre rezaba pidiéndole por mí, odiaba a los Reyes Magos que me robaron el mejor regalo que me había dado la vida. Destrozaba cada adorno que encontraba por la casa y que mi madre había puesto con ilusión por esas fechas, tan solo quedó un pequeño belén en toda la casa que mi madre guardó en su habitación para que no lo destrozara también.
Una noche pensando en Elena, recordé las maravillosas palabras que me susurró al oído días antes de morir: “Si algún día me necesitas mira la estrella que más brilla en el cielo, yo también la miraré y allí nos encontraremos”. Aquella noche me asomé al balcón y contemplé la estrella más hermosa del cielo, la que más resplandecía. Tenía el mismo brillo que Elena tenía en sus ojos….y comencé a pensar que Elena me esperaba en aquella estrella. Mientras dejaba volar mis pensamientos una estrella fugaz recorrió el cielo, y yo sólo deseé lo que tenía en mente, volver a ver a mi mejor amiga.
Aquella noche me acosté más tranquila que nunca, observar aquella brillante estrella me había ayudado a sentirme mejor.
Durante la noche sentí una fría mano que me acariciaba, una dulce voz que me llamaba. Era Elena, estaba allí, sentada en mi cama y mirándome con esos ojitos siempre tan llenos de alegría que se clavaban en los míos llenos de lágrimas. Nos abrazamos, nos abrazamos fuertemente y volví a sentirla junto a mí.
Elena me contó que vivía entre las nubes y que dormía en las estrellas, que Jesús cuidaba de ella, que ya no sentía dolor ni sufrimiento, solamente la alegría, y que me observaba desde el cielo y cuidaba de mí. Me explicó aquella noche que no podía verme así, ver como destrozaba mi mundo, como me negaba a la Navidad. Ella quería verme vivir, disfrutar de lo que ella no podía. Me pidió que no me negara a Dios, porque a ella le había concedido su deseo, había dejado de sufrir por aquella dura enfermedad. Me pidió que abriera los ojos y observara la maravilla de la Navidad, que no me negara a mi familia y a las personas que daban todo por mí.
Elena se despidió dándome un dulce beso en la mejilla, y susurrándome hermosas palabras desapareció de mi habitación.
Esa noche no pude dormir reprochándome lo mal que me había portado e imaginando lo que haría a partir de entonces. Aquellas palabras me hicieron ver la magia de la vida ante la que yo cerraba los ojos.
A la mañana siguiente mi madre me despertó como todo los días y se asombró al sentir el beso que le daba.
Adorné de nuevo toda la casa, en el salón puse un enorme Belén, salí a la calle a comprar los regalos para mis padres, a comprar un pavo que yo misma preparé, paseaba por la calle y veía la felicidad de las personas, les devolvía sus saludos y sus sonrisas entusiasmada.
Llegó el día de Reyes y abrimos nuestros regalos. Mis padres me miraban llenos de alegría, de felicidad. La cena estaba deliciosa, los Reyes Magos habían llegado ya al portal de Belén y entre risas y alegría mi padre me dijo: “Tienes un brillo especial en los ojos esta noche”. Entonces me fijé en el ángel del Belén que tenía la dulce cara de Elena y conteste: “Es la magia de la Navidad”.
Azucena, preciosa historia de la vida real. Mi hermano murio de cancer hace unos dias y es terrible esa experiencia. Gracias por el regalo de su relato! Jíbaro