Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Aventuras

La masacre de Montpellier

La hecatombe moderna se ha presentado ante mis ojos como un rayo fulminante, en el que los sueños de mis soldados terminan definitivamente, y son encerrados en el oscuro manto de una muerte ingrata e imparable, que no se detiene ni medio segundo para distinguir de qué alma se trata el mutilado, o por qué espada ha finalizado la vida del que luchaba por sus ideas y creencias, por su gente y su defensa, por el honor que en la sangre se lleva guardado, aquél que si es de verdad no cae rendido ante un enemigo guerrero, con ojos de fuego y espadas de hierro, con piedras gigantes y corceles leoninos, aterrantes, que desaniman la tez algún momento impertérrita. Y fieros, con las caballeras al aire, volando alrededor de sus caras infernales, las túnicas colgando de sus cuerpos malditos, y la cabeza cubierta por una manto oscuro.

La montaña, no detiene la invasión, no ayuda a los que alguna vez cruzaron por ella felices, no lanza ventiscas a los que vienen a mutilarnos, y nosotros desfallecemos por inanición, mientras que los demonios encarnados vuelan por sobre nosotros, pregonando la victoria de sus caudillos sobre nosotros, sobre los seguidores de Dios, los enemigos del innombrable. Porque se supone que una causa justa debería prevalecer ante la ausencia de bondad en un acto, pero en mi cabeza ya giran las almenas árabes en ruinas, los jaramagos altivos pero tranquilos, y los esqueletos rociados por lo que ora fue nuestro hogar, ora fue campo de batalla, y ahora no es más que otra nota en el vals montañés que bailarán nuestros descendientes, sin saber ni recordar, el dolor que por ellos sufrimos hasta morir.

Ya sentimos los jinetes endemoniados, cabalgando afanosamente a sus destinos, corriendo a la matanza ya cerca, invitados a ser los sicarios de la muerte, para matar al seguidor de la doctrina divina del señor que habita en el cielo. Ya nos preparamos para la muerte. Ya intentamos estar en buen estado antes de ver una vida delante de tus ojos acabándose en una estocada, ya nos revestimos de hierro por fuera y valor por dentro, ya recordamos a los guerreros templarios, estoicos ante el destino, ya imitamos su actitud inquebrantable ante la muerte, y ya intentamos tomar nuestras armas.
Los nervios deben sacarse, se lo recuerdo a mis hombres. Un rostro jovial y amenazante para asustar a nuestros enemigos, valentía ante el deseo de escabullirse por las montañas circundantes al gran monte en el imponente está clavada la última fortaleza que nos queda. Nuestra creencia aquí descansará por siempre, ni el veneno ni al acero podrá borrarlas, quedará estampada en cada roca de ruina que quede en este lugar, y nadie pasará pos aquí sin sentir la presencia... si es que alguien llega a pasar por aquí.

-¡Ya vienen!- El grito desesperado y angustiado se escucha desde la torre principal, y resuena en todos nuestros oídos.
-¡Ya vienen!, ¡Ya vienen!, ¡Ya vienen!- El grito, el grito.¡Se repite en todos las torres, en todas las ventanas, en todas las puertas, en todos los lugares del castillo!
-¡Cierren las puertas!- grito a los caballeros que allí se encuentran, y al momento obedecen, angustiados por que las puertas no permanezcan ni un segundo más con medio metro abierto.

Me paro en el borde de las murallas, y observo aterrado el mar de asesinos que se dirigen a la fortaleza desde los bosques, y cruzan los ríos decididos a matarnos, a cerrar para siempre los ojos del pobre escuadrón que tengo en mis manos.
No puedo enfrentarlos, ya lo sabía, sin embargo, ahora me retumba en la cabeza todo el tiempo, que 800 soldados fieles, por nobles que sean, cuantas fortalezas tengan, cuantas bendiciones lleven, cuantas armas dominen, no se comparan con la vanguardia de 4.000 hombres, ni menos con el duro de 20.000. Pero ellos no nos verán vivos, ni menos la retaguardia del ejército mahometano, los 1.000 guerreros del desierto que aseguran la espalda.
¿Debía haber corrido como gallina, tomar mi vida, dejar mi honor, e irme con mis hombres a Francia?¿Debí haber retrocedido como un cobarde traidor, que deja los pirineos, lo poco que de mi patria queda, para salvar su vil vida, y la de sus hombres? ¡NO! Jamás lo hubiese debido hacer, y no le hice, y no la haré. No me rendí, no me rendiré. Lucharé hasta que ya no tenga nada más que mi honor enterrado bajo la tierra.

No hay esperanzas, lo se, pero debemos resistir, y si demuestro mi falta de ánimo, mis hombres no se desempeñarán correctamente. Todavía no han empezado a subir la cuesta, así que queda tiempo para que la moral suba desconmensurada. Lo voy a sacar todo, en mis últimas palabras.

El viento soplaba, el día estaba pálido, como que enfermizo hubiese caído al suelo, rendido ante el peligro que sobre nosotros se lanzaba.
Inhalo, exhalo, pienso, tomo aire, y empiezo.

-Soldados fieles, nobles caballeros, valientes guerreros, a vosotros os hablo, orgullo de nuestra España, y fuerte de nuestra iglesia. A vosotros estas palabras, vosotros, que resistís todo ante el destino, firmes, valientes, mil veces más que cualquier criatura viviente. Ustedes, que luchan por sus ideales, por sus familias, por su gente, por su honor. Ustedes, enviados de Dios, protectores de la iglesia, herederos del temple, maestros de la guerra, que por amor son capaces de dar vuestras vidas, y aquí lo demuestran.
Benditos sean los ojos que vean esto, o lo lean, los oídos que lo escuchen de versión original. Benditos aquellos que con nosotros están, y los que defendemos en esta campaña. Benditos seáis ustedes y su gente. No soy sacerdote católico, no llevo más que los grados más bajos de iniciación en la doctrina cristiana, sin embargo, la vida me ha enseñado lo que no podría enseñarme un sabio en diez vidas, y de eso les hablo. Los bendigo sin agua ni ceremonias, porque tenemos el derecho. Y pobre del que escape al destino, ya que la maldición de Montpellier, caerá sobre él y sus veinticuatro malditas generaciones. Pobre del que huya, y deje a sus amigos y compañeros, solos y desamparados ante la muerte, que Dios se apiade de él, que las palabras que aquí pronuncio, no lo harán, que la maldición y la historia, que la leyenda que aquí se forja, no tendrán compasión. Benditos sean los francos que nos acompañan, que valientes y joviales han venido a ayudarnos por cuenta propia, y bienaventurados aquellos que aquí darán sus vidas por las razones que planteamos.
Podrán romper nuestros escudos, y lanzar nuestras armas al suelo. Podrán cegarnos con el miedo, y paralizarnos con la impotencia y la derrota, pero sobre nuestras almas, no pasarán. ¡No pasarán!

La euforia reinó en los corazones ya marchitos de los nobles y pobres que ahí compartían los últimos momentos de sus vidas, y los gritos atemorizaron a los animales de los alrededores, mientras que los árabes, cambiaron su antigua furia, por duda, y temor.
Pero los jefes se adelantaron gritando furibundos maldiciones y juramentos, y aunque con menos moral, los diablo encarnados los imitaron.

Me sentía excelso en ese momento, en éxtasis divino, gigantesco, poderoso, ante un enemigo mil veces mayor que nosotros.

Los jinetes comenzaron a subir las cuestas, y mis hombres, confiados, lanzaron flechas por doquier, rociando cada rincón del monte con un proyectil letal. Pero la hora llegó, y el enemigo subió hasta la fortaleza, y la asedió sin descanso.

La noche acaecía en los pirineos, y la batalla continuaba. La masacre de Montpellier, había llegado. Sin embargo, el juramento lanzado de mi boca, se cumplió, y cuando el alba despuntó, cuando ya entraban en el castillo, cuando ya deshacían nuestras esperanzas para borrarnos del mapa, cuando los cadáveres eran montes, y la sangre ríos, los diablos entran, y nos matan, sin compasión, sin tregua, sólo con furia, alegría, y pasión.
Ahora lucho, y a mis pies caen todos los que pasan, los que a mis flechas y a las de mis hombres sobrevivieron, y escribo esto como puedo, peleando con furia, y escondiéndome para escribir.
Lucho sin parar, sin descansar más que para escribir rápidamente, sin embargo, la fortaleza está perdida, la vida de mis soldados también, pero se que esta batalla la gané yo, ¡La ganamos nosotr... (relato sin finalizar)
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
  • Media: 4.76
  • Votos: 68
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7500
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.118.144.199

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033