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Categoría: Históricos

La máscara de Venecia

Lo que cuentan los anales de la Historia sobre el Rey Luis XIV de Francia es que vivió en Versalles, que el reinado de su padre estuvo marcado por la poderosa influencia del Cardenal de Richelieu, que sus guardias eran los famosos mosqueteros,....., pero hay algo que no dicen, y es lo que sucedió la noche del 16 de junio de 1673.

Hacía ya más de una semana que Luis no se acostaba con su amante, Madame de Montespan, pues ésta había caído enferma, y sin su mejor entretenimiento, el monarca se sentía triste y se mostraba bastante irritable.
Para levantarse el ánimo y de paso salir de la monotonía de palacio, decidió celebrar un baile de máscaras. El evento tendría lugar esa misma noche, pero no en el salón del trono, como era la costumbre, sino en los jardines de palacio.
Como ese día estaba haciendo un tiempo estupendo, Luis pensó que seguramente la noche también iba a ser agradable, y por nada había que desaprovecharla.
Pronto el rumor de que en Versalles se iba a celebrar un baile de máscaras llegó a París.

A las ocho y media Su Majestad salió a la entrada de palacio acompañado por la Reina, el Gran Delfín y varios criados.
Allí les esperaban, en medio del camino, dos butacas altas de madera para la pareja real, y a la derecha, junto al límite de uno de los jardines, un pequeño grupo de músicos con violines, contrabajos, y otros instrumentos similares.
Luis y su esposa se sentaron en las butacas y mientras tomaban un poco de vino esperaron a que llegaran los asistentes. Unos veinte minutos después estuvieron todos reunidos, preparados para bailar hasta que no pudieran más. Eran veintiún parejas, ataviadas con elegantes ropas de vivos colores y máscaras que, a la luz del atardecer, parecían más hermosas de lo que en realidad eran.
Luis observó durante unos segundos a los congregados y después, haciendo un gesto con la mano derecha, dijo que el baile daba comienzo. Inmediatamente, los músicos empezaron a tocar y los enmascarados se sumergieron en una danza mágica.

Por fin se hizo de noche, pero esto no turbó la concentración de los bailarines.
Fuera del baile, pero atentos a él y a la incierta oscuridad que lo rodeaba, estaban varios mosqueteros. Había seis, colocados por aquí y allá.
Pero Luis había ordenado que fuesen siete mosqueteros los que velasen por la seguridad de su familia y los cortesanos.
¿Dónde estaba entonces el séptimo?.

Realmente aquello era extraño, pero de repente sucedió algo que lo dejó en un segundo plano: ahora las parejas que había bailando eran veintidós.
los dos nuevos bailarines, de los cuales destacaba el hombre por llevar una máscara del Carnaval veneciano, habían aparecido de repente de nadie sabe dónde, y se habían mezclado con los demás como si nada.
Instantes después apareció otra persona, pero esta no era un intruso, sino Eduard de La Sarte, el mosquetero que se había ausentado.
De La Sarte era un hombre joven, procedente de una familia humilde de las afueras de París, el cual había ingresado en el cuerpo de mosqueteros poco tiempo atrás.

Mientras bailaban camuflados entre el resto de enmascarados, los intrusos, poco a poco y con el mayor de los disimulos, fueron acercándose al Rey y los que con él estaban.
Pero ni el monarca ni los otros se dieron cuenta.
De pronto, la pareja se detuvo, y la mujer echó a andar hacia la salida.

Luis, que había visto aquello, se levantó de su asiento intrigado. Iba a detener el baile para saber qué estaba pasando, cuando el enmascarado veneciano sacó un reluciente puñal de entre su ropa y sin perder ni un segundo, lo lanzó contra los anfitriones del baile.
El arma atravesó el aire silbando. Su objetivo: el Gran Delfín. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, un mosquete lanzado al vuelo la interceptó y ambas armas cayeron al suelo, produciendo un pequeño ruido.
En un abrir y cerrar de ojos varios mosqueteros se abalanzaron sobre el hombre, y quitándole la máscara, la arrojaron a un lado.
Aún sobrecogido por aquella desagradable sorpresa y lleno de una profunda indignación, cogió Luis el puñal y yendo donde estaba el intruso dijo:

- ¿¡Quién sois!?¿¡Quién os envía!?.
- Mi nombre no importa. Soy miembro de una sociedad secreta cuyo objetivo es el establecimiento de la república. Sabemos que quizás vuestro único hijo terminara siendo el Gran Delfín, y por eso he querido matarlo. Pero yo tan sólo soy un "soldado", uno de los que se arriesgan. Si queréis saber más, preguntadle al espía Eduard de La Sarte.

En ese momento todas las miradas se posaron en el joven mosquetero. Éste, viéndose ya en una oscura celda de la Bastilla, echó a correr en dirección a las caballerizas.
Luis hundió el puñal en el pecho del intruso y después ordenó a sus mosqueteros que fuesen tras el espía.
En cuanto llegó, de La Sarte montó en su caballo y salió a galope tendido. No veía el momento de salir de allí.
Pero cuando divisó la salida, vio algo que no esperaba: un mosquetero estaba cerrando la puerta.
Azuzó al corcel para que acelerara el paso e intentó salir, pero la abertura no era lo suficientemente grande y, tras chocar contra el hierro, jinete y montura salieron disparados y cayeron brutalmente en el suelo.
Momentos después varios guardias lo rodearon con sus afilados mosquetes y después lo llevaron ante el Rey.

Al día siguiente Su Majestad decretó que esa sociedad secreta republicanista fuera perseguida y desmantelada, y ya nunca nadie más volvió a molestar al Rey y sus cercanos.....hasta la Revolución de la Bastilla.

C'EST FINNIE
Datos del Cuento
  • Categoría: Históricos
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