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Había una vez una casona abandonada en medio de una gran ciudad en la que nadie se atrevía a entrar. Los dueños habían huido de allí asustados por una mecedora que chillaba.
Al principio la mecedora solo chillaba cuando alguien se sentaba sobre ella, pero con el tiempo la mecedora empezó a chillar también cada vez que alguien se acercaba. Pero lo que ya no pudieron soportar los dueños de la casa fueron los chillidos de la mecedora cada vez que alguien caminaba, aunque fuera en la habitación de al lado o incluso en otro piso.
Alertados por la posible presencia de un fantasma en la casa, los habitantes de la casa la dejaron abandonada. Pero no tuvieron que preocuparse por las medidas de seguridad, porque la historia de la mecedora chillona y el fantasma llegó a cada rincón de la ciudad, así que nadie se atrevía a entrar y, si lo hacía, salía corriendo del miedo.
Un día llegó a la ciudad un hombre misterioso. El hombre no tenía dinero para pagarse una pensión, así que buscó un lugar para pasar la noche. Paseando por la ciudad descubrió la casona abandonada. Como tenía las puertas abiertas, aquel hombre decidió entrar.
En cuanto puso un pie dentro, se oyó un chillido agudo y penetrante, pero el vagabundo estaba medio sordo, así que no sintió más que un leve crujido. Siguió avanzando en busca de un lugar donde sentarse o acostarse.
Tras un rato inspeccionando la casa, el hombre vio la mecedora y decidió sentarse un rato. Con el vaivén y el leve sonido que oía con los chillidos de la mecedora el hombre se quedó dormido.
A la mañana siguiente todo el pueblo le estaba esperando a la puerta de la casona para ver si salía con vida de allí. Todos se quedaron asombrados al verlo salir y empezaron a aplaudir. Tan fuerte aplaudieron que el hombre consiguió oírles claramente.
-¿Cómo ha vencido usted al fantasma? -preguntó el alcalde.
-¡¿Qué?! ¡Hablé más alto, que no le oigo! -gritó el hombre.
El alcalde repitió su pregunta, esta vez a grito pelado y le contó la historia.
-¿Ese leve crujido del suelo es lo que llaman ustedes fantasma? -dijo el hombre-. Lo que le pasa a esa casa es que tiene el suelo de madera y es más viejo que la tana. A la mecedora no le ocurre nada. Pero está en un sitio que se ve afectado por el movimiento del suelo al moverse.
-¿Cómo sabe usted tanto, si parece un vagabundo? -le preguntó a gritos el alcalde.
-No siempre las cosas son lo que parecen -respondió el hombre-.
Los dueños de la casa le ofrecieron al hombre trabajo arreglando la casa. Él aceptó encantado. Desde entonces la vida ha vuelto a la vieja casona que, aunque todavía cruje un poco, está cada día en mejores condiciones.
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