Despertó ese día con la emoción del sueño de un llamado. Se acercó a la ventana para abrir el postigón y recibir la luz de la mañana, buscando con la mirada un pájaro cuyo vuelo tenía que recordarle, prefigurarle el sueño de esa noche. Destino impreciso el de aquel sentimiento. Alguien o algo le llamaba. ¿Qué o quién?. Tal la materia de los sueños que se desvanece apenas la conciencia se ordena con el día .Tal vez el canto de un pájaro fuese necesario para desatarlo del olvido.
El golpe de frío del aire matinal lo contrajo al abrir la ventana. Le dio la espalda sin cerrarla y se enfrentó con el cuadro colgado en la pared, con el rostro de un Inca en primer plano y el Machu Pichu de fondo, imperecedero.
Una senda surcada por los pastizales altos lo guiaría.
La sensación de cansancio. Los dolores musculares de sus miembros para enfrentar el ascenso. El desgranarse de la montaña a cada paso con el pedregullo cayendo impasible por el barranco. Y la vigilancia en lo alto del cóndor. El corazón haciendo fuerza para salirse del cuerpo gritando oxígeno. El destello de la mica en el eterno baile de la tierra. El fogonazo del sol y la sal de su frente negándole la meta. La boca seca y el paso forzado del aire como soga tirante que lo retenía en lo bajo.
Pero a cada obstáculo una alegría reponía la vida y acariciaba cada padecimiento de su cuerpo, cuando al darse vuelta pudo ver el paisaje de su cuarto. Allá la ventana por donde entraban prolíficos los rayos solares que recortaban la sombra muda que se extendía sobre el lecho, de un hombre de pie con grandes ojos que lo miraban.