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La molinera

Cierta vez, existió una molinera muy buena y bonita que se ganaba la vida moliendo trigo en su molino.

-¡Buenos días, Grettel! -salugaron las gallinas, que cada mañana venían a pocotear los granos de trigo que se desprendían de los sacos.

Un día, junto a las gallinas, llegó también un cuervo.

-¡Fuera de aquí! -le gritó Grettel, amenazándole con una escoba-. El grano que hay aquí es sólo para las gallinas.

El cuervo se marchó muy furioso y, al llegar al bosque, se convirtió en un duendecillo y salió volando, montado en una escoba.

-¡Ja, ja, ja! -se dijo-.   Si la molinera como esta manzana se llevará una buena sorpresa.

A la mañana siguiente, la molinera encontró la manzana y, muy contenta, exclamó:

-¡Qué fruta más hermosa! Seguramente, es un regalo de las gallinas.

Pero al dar el primer mordisco a la manzana, Grettel cayó desmayada.

Como la manzana estaba encantada, Grettel se convirtió en un montón de trigo.

-¡Ja, ja, ja! -se dijo el cuervo-. Ahora las gallinas se comerán el montón de trigo y nunca más se volverá a hablar de la molinera.

 

-No debemos tocar este trigo, amigas -dijo una de las gallinas-. Tenemos bastante con el que hay esparcido por el suelo.

-¡Comed sin reparo! -las animó el cuervo-. ¿A qué vienen tantos remilgos?

-¡Fuera de aquí! -le amenazaron las gallinas-. ¿Por qué hemos de aceptar tu consejo? Todas sabemos que la misma Grettel te arrojó fuera de su molino.

Pero, entonces, un rayo de sol tocó el montón de trigo y la molinera volvió a recobrar su forma humana.

-Entrad en el molino -dijo Grettel a las gallinas-, pues el cuervo pudo volver con sus compañeros.

Pero no fue necesario; el cuervo, para escapar de un cazador, salió volando hacia las nubes y quedó atrapado en el interior de una jaula.

-No saldrás de aquí -le dijo la nube- hasta que el sol salga de noche y la luna de día.

El cuervo, convertido en duende, preguntaba cada día:

-Ahora es de noche, ¿ha salido ya el sol? Y volvía a  preguntar cuando se hacia de día:

-¿Ha salido ya la luna?

Pero como nunca se dio la circunstancia de que el sol saliera de noche y la luna de día, el duende tuvo que permanecer encerrado en la jaula para el resto de sus días.

-¡Lo tengo bien merecido! -se lamentó.

Grettel, la molinera buena y bonita, siguió ofreciendo a las gallinas el trigo que se desprendía de los sacos.

Sus amigas, agradecidas y contentas, la saludaban cada mañana.

-¡Buenos días Grettel!

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