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Cuenta la historia que hace mucho tiempo, en una gran urbe con mucho desarrollo, vivía una familia de buenas condiciones económicas, cuyo jardín despertaba la admiración de todo el vecindario.
La causa radicaba en que el jardín contaba con ejemplares de muchas especies de flores y plantas ornamentales, todas bellas y exquisitas para dotar de belleza natural cualquier espacio.
Asimismo, en el jardín abundaban los insectos y lepidópteros que suelen frecuentar estas plantas, como las siempre bonitas e inquitas mariposas.
Sin embargo, sucede que en la familia había una niña de solo seis años, llamada Azucena, que tenía la mala costumbre de cazar mariposas con una red, pincharlas con alfileres y adjuntarlas a tableros de madera que luego exhibía orgullosa a sus amigas, como si se tratase de una preciosa colección.
Los padres no hacían nada por cambiar el hábito o hobby de la pequeña. Creían que no hacía daño a nadie, pero realmente las colecciones de Azucena, y las acciones que ejecutaba para darles forma, no reflejaban la pureza que debía caracterizar a la niña, sobre todo con un nombre que honra a una bella flor.
Así, la costumbre de Azucena no tenía para cuando acabar. Mariposa bonita que revoloteara por las flores y plantas del jardín, mariposa que entonces la niña se esforzaba por atrapar y agregar a sus tableros.
Algunas lograban escapar, pero la gran mayoría de ellas perecían a la caza indiscriminada de la niña atrapamariposas.
Como es lógico de entender, tan malsana costumbre no podía durar para toda la vida.
Según la historia, un día la pequeña Azucena, que era orgullo de la familia no sólo por lo bonita, sino también por su inteligencia y excelentes resultados en la escuela, tuvo un extraño sueño en el que se le apareció el hada del jardín.
Era como las hadas de casi todas las leyendas infantiles. Una mujer madura pero joven, de belleza incomparable, tono de piel áureo y alas semitransparentes adjuntas a la espalda.
Con su dulce voz, y apuntando su varita a la pequeña en sus sueños, la increpó por su destructora conducta.
Cuestionó a la niña sobre su actitud para con las mariposas, y le explicó que los seres bellos de la naturaleza, como ella, Azucena, habían sido concebidos para vivir en libertad, ser felices y hacer felices a los demás.
Por qué entonces ella, una niña tan linda y lista, se empeñaba por cazar y dar muerte a las tiernas mariposas, que solo acudían al jardín familiar para incrementar su belleza y tributar al feliz desarrollo de las flores y plantas.
Entre maravillada y asustada, Azucena comprendió los argumentos del hada y juró en su sueño que a partir de ese momento sería una niña de bien.
Sin embargo, al despertar en la mañana siguiente y salir al jardín, vio una bella mariposa monarca, de vívidos colores, que la hizo olvidar todo lo que le había dicho el hada y en consecuencia había prometido no hacer.
Tomó sin pensarlo dos veces su red, y se abalanzó a perseguir al tierno visitante, que pereció ante su instinto de coleccionista insensible e inhumano.
Pero sucede que a la noche siguiente, Azucena volvió a soñar.
En esa ocasión estaba atada a un árbol, y estaba siendo juzgada por una corte de insectos, lepidópteros y otras criaturas típicas de bosques y jardines.
El hada del jardín estaba entre los miembros del jurado y las pocas veces que cruzó su mirada con la de la niña, lo hizo de manera severa y acusatoria.
El alegato de la fiscal del caso, una mariposa gigantesca, demandó la pena máxima para Azucena, pues a pesar de haber sido interpelada y aconsejada por el hada suprema del jardín, y de haberle prometido a esta cambiar su actitud, siguió haciendo lo mismo con total indiferencia.
Por los murmullos registrados tras esta intervención, el jurado estaba dispuesto a conceder la petición del fiscal. Azucena estaba sudando frío, temerosa por su vida e integridad. Pedía piedad y volvía a jurar que no lo haría más, pero nadie parecía compadecerse de su situación.
Luego llegó el turno de la defensa, encarnada en un búho viejo pero que aparentaba mucha sabiduría.
El búho dijo que era muy difícil cumplir con la tarea que le asignaron de defender a la niña, pues su delito era indefendible e injustificable. Sin embargo, llamó a una segunda oportunidad, esgrimiendo que la niña no era del todo culpable por ser así, ya que en definitiva era inmadura y no tenía conciencia sobre la total importancia de la vida y la preservación de los animales.
Gran parte de la culpa recaía en sus padres y el resto de la familia, y por tanto les correspondía a ellos, los animales, tratar de reeducar a la pequeña para ver si encontraba la senda de la bondad y la nobleza.
La intervención del búho calmó los ánimos e hizo recapacitar al jurado. Accedieron a darle una segunda oportunidad a Azucena, bajo la promesa de esta de que nunca más en su vida haría daño ni a una mariposa, ni a animal alguno.
…
A pesar de haber prometido por segunda vez, a la mañana siguiente Azucena volvió a sus andadas y olvidó los sueños que la aquejaron.
A la primera mariposa que vio, agarró su red y la persiguió con total desenfado. Sin embargo, esta vez el desenlace no sería una mariposa pinchada con alfileres y enganchada en uno de los tableros de la niña.
Apenas Azucena cazó a la mariposa, una bandada de abejas y avispas que libaban y volaban alrededor de las flores del bello jardín se abalanzaron sobre ello y comenzaron a picarla en el rostro con tal furia, que las ronchas aparecían en cada centímetro de su bonita cara.
Al percatarse de esto, y escuchar los alaridos de dolor de la niña, los padres intervinieron y la llevaron a urgencias.
Allí, los médicos hicieron un trabajo rápido y contuvieron las reacciones alérgicas a las picadas de avispas, abejas y otros insectos. Durante todo el proceso Azucena pensó detenidamente y comprendió que merecía tal castigo primero por su mala actitud hacia las mariposas, y segundo, por haber faltado dos veces a su palabra.
A partir de ese día, juró que nunca más sería la niña atrapamariposas y que no permitiría que nadie dañase a animal alguno, al menos en su presencia.
Ciertamente, como dicen, a la tercera fue la vencida. A partir de ese día Azucena se convirtió en una niña, futura mujer, amiga de los animales y defensora de sus derechos. Cuando soñaba con animales, resultó ser que el hada madrina del jardín y toda la flora y fauna, era su ser interior.
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