Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Históricos

La niña de los ojos de jade

Oc ye nechca, una niña macehuali llamada Flor que vivía con sus padres en la aldea de Acatlan, muy cerca de Chapultepec. Como sus antecesores antes que ellos, se dedicaban al cultivo en chinampa y tenían un pequeño huerto de maíz y frijoles. Pero un año, Tlaloc no envió las lluvias de costumbre, y los campos empezaron a secarse.
- Seguro que alguien hizo lo que no debía durante los últimos nemontemtin- murmuró un anciano de la aldea.
- No, ha debido ser la fiesta del Árbol es Levantado, que no agradó a Tlaloc- repuso una mujer.

Pero fuese como fuera, en aquella parte del Único Mundo ya no quedaba mucha agua, así que las familias de Acatlan tuvieron que dedicarse por entero a las chinampa, que también habían sufrido a causa de la escasez de lluvias. Gracias a esto, pudieron subsistir durante unos meses a base de cilantro, salvia y otras hierbas criadas sobre las chinamitin, y de las últimas mazorcas de maíz y los últimos frijoles, chiltin,., o lo que tuvieran. Sin embargo, mientras los adultos sufrían, los niños de la aldea, en su inocencia, reían y jugaban como si aquel año fuese como los demás. Y entre ellos, por supuesto, estaba la pequeña Xochitl.
Hacía poco que había cumplido los siete años, así que ahora tenía cuatro nombres, el del día de su nacimiento, Chiconahui-Ollin, 9 Movimiento, y el que el tonalpoqui decidió para ella, Chalchiuxochitl, o Flor de Jade, y pronto iría al Telpochtlato. Pero hasta entonces, pasaba los días jugando con otros niños a patolli, en el que casi siempre solía ganar.
Después de esos meses difíciles, llegó Ochpanitztli, El Barrido del Camino, durante el cual se rememoraba el nacimiento del dios del maíz Centeotl. Y en esta ocasión más que ninguna otra, las mujeres de Acatlan se esforzaron por satisfacer a los Dioses. Incluso después de la danza de Teteoinan, cuando las arqueras acribillaron a la esclava que sustituía a la bailarina, acertaron en el blanco más veces que de costumbre. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, la sequía persistió, y ni Centeotl ni Chicomecoatl trajeron mejora alguna a los cultivos.
Entonces llegaron los días huecos, los nemontemtin.
Como si los Dioses lo hubieran ordenado, todo hombre, mujer y niño, ya fuese de Tlacopan, de Texcoco o de las tierras aztecame, dejaron sus quehaceres a un lado y se dedicaron solamente a esperar, hora tras hora, con cuidado de no hacer nada que pudiese afectar a sus tonaltin o molestar a los Dioses, hasta que al final hubieron pasado.

En Acatlan, a diferencia de otros lugares, no se sintió alivio ni alegría por el comienzo de un nuevo año, porque la gente sólo pensaba en la ceremonia de Tlaloc que ese mismo mes tendría lugar, y en si el dios por fin les enviaría la ansiada lluvia. Cuando llegó el día de la celebración, la mayor parte de los matrimonios con hijos pequeños se presentaron en la tlamanacali de la aldea para ofrecer a sus retoños en sacrificio, y al principio los sacerdotes se mostraron reacios, pues lo normal era sólo ahogar a un niño y una niña, pero viendo el interés de aquella gente por honrar al dios, y conscientes de los tiempos que corrían, acabaron por aceptar. Así, esa noche muchos niños, algunos amigos de la pequeña Xochitl, murieron en la pila sagrada, mientras el público profería su lamento ceremonial con más ímpetu que nunca y los niños pájaro y las niñas flor y fruto que se encontraban entre los árboles de alrededor de la pirámide representaban sus papeles también como nunca antes lo habían hecho.
Esa misma noche, después de la ceremonia, los padres de Xochitl tuvieron una larga conversación. Aunque ella se encontraba en la habitación contigua, no entendió nada, pues estaba agotada después de haber hecho de flor en la representación de los árboles, y pronto se durmió.
En medio de la noche se despertó sobresaltada. Había soñado cosas extrañas, y se asustó. Mientras recuperaba el aliento apoyada en la pared de adobe miró la entrada de la casa. Había un vampiro, varios centímetros para adentro. Aunque parecía somnoliento, la niña temió que pudiera despertar a la codorniz que descansaba en una jaula al otro lado de la estancia, así que cogió un fragmento de una vasija rota que había detrás de ella y se lo lanzó al animal, que huyó volando tan silenciosamente como había llegado.
Luego se volvió a tumbar y observó el techo hasta que de nuevo el sueño la venció.

Al día siguiente se levantó tarde. Se aseó, comió una tlaxcali y unas cuantas semillas de amaranto que le había dado su madre y fue a jugar a patolli con otros niños. A la hora de comer, volvió a casa y encontró a sus padres a la entrada del patio. Su madre le dijo que se quedara junto al altar de Chicomecoatl, pues más tarde su padre pasaría a buscarla para hacer un recado.
El patio era un pequeño espacio sin techo rodeado de paredes blancas, como el resto de la casa, con dos altares de piedra al fondo y varias tinajas agrietadas en una esquina. El suelo, de polvorienta tierra, tenía bajo la luz del sol un color bronce dorado. Normalmente la niña solía entrar allí cuando sus padres consagraban copali a Chicomecoatl o a Chantico, la diosa del hogar, o cuando ayudaba a su padre a llevar los aperos de labranza a los campos o de éstos a la casa; pero ninguna vez antes para nada, sólo esperar.
Cuando creía que habían pasado horas, su padre por fin apareció. Mediante gestos, le pidió que se levantara y le siguiera. Salieron de la casa y se encaminaron hacia una de las salidas del pueblo, la que miraba justamente hacia la Colina de los Saltamontes.
Intrigada, Xochitl preguntó:
- Tata, ¿a dónde vamos?
- A la ciudad. Verás qué bonita es.

Pero a ella no le gustaba Tenochtitlan. Por lo poco que sabía de ella, la encontraba demasiado grande y compleja, y a su gente muy presuntuosa.
En la colina, la arboleda que rodeaba el parque de Moctezuma el Joven se agitaba lenta y sincrónicamente como siguiendo las órdenes de las efigies de los Venerados Oradores que había esculpidas en la roca. Minutos después subieron a una de las acaltin que había al otro lado del bosque y se dirigieron a la isla. Al fondo, el Gran Templo piramidal de Tlaloc y Huitzilopochtli se alzaba desafiante.
Mientras caminaba por las largas y anchas calles de la ciudad, Xochitl observó tímidamente cuanto había a su alrededor: las maatime acechando en las esquinas como ocelotin, nobles en sus sillas de mano, seguidos por algunos tlacotin, guerreros patrullando.; y las casas de diferentes alturas, las de los pipiltin de vivos colores e incluso con columnas en la base, muy diferentes a las de los humildes, pero tanto aquéllas como éstas con coloridos pendones en las azoteas, que indicaban qué dios era el patrón de la casa, o qué familia, en caso de los nobles, vivía en ella.
Ante su asombro, el viaje acabó a las puertas del recinto sagrado. Uno de los guardias les informó:
- Si quieren pasar dentro, tendrán que decirme el motivo.

El padre de Xochitl se acercó al hombre y le habló en voz baja, casi susurrando. Cuando terminó, el hombre asintió ligeramente y les dejó entrar.
In Cem-Anahuac Yoyotli era una majestuosa plaza salpicada de templos y recintos sagrados que iban desde las poco sofisticadas canchas de tlachtli hasta las pirámides más grandes o más pequeñas que guardaban los altares de los Dioses. Y en la parte central, a un lado del muro de calaveras Tzompantli, se erigían el pintoresco embudo del templo de Quetzalcoatl-Ehecatl y la Icpac Tlamanacali, de donde partían los cuatro puntos cardinales.

- Aguarda aquí, hija mía, mientras voy a la Casa de Canto- le indicó su padre, y se marchó.
Apoyada en la Piedra de la Batalla que el difunto Venerado Orador Tizoc mandara levantar, la niña se puso a observar cada detalle de aquel lugar: a lo lejos vio el Muro de la Serpiente, el Coatlpantli, que rodeaba el recinto, y el Tzompantli, formado con los cráneos de los más insignes xochimique; más cerca, frente a ella, estaba el pedestal de la Piedra del Sol, y en una esquina, junto a la Gran Pirámide, el templo y pirámide dedicados al Señor del Espejo Humeante, Tezcatlipoca.
Habrían pasado poco más de veinte minutos cuando dos tlamacazque se le acercaron.
- ¿Eres Chalchiuxochitl?- inquirió uno de ellos.
Al principio, ella receló, pero luego pensó que tal vez su padre los había enviado para llevarla con él.
- Sí. ¿Han visto a mi tata?
- Claro. Ven, te llevaremos donde está.

Ella sonrió ligeramente y cogiéndoles las sucias manos echaron a andar. Sin embargo, al ver que no iban a la Casa de Canto, sino a la Gran Pirámide, intentó soltarse, gritando:
- ¡No, ahí no, a la Casa de Canto!¡Me lo dijo él, suéltenme!

Y como no logró ni escapar ni que dieran la vuelta, volvió a intentarlo una y otra vez, hasta que llegaron a la cima de la pirámide. Allí, vio con horror cómo la conducían a la piedra de sacrificios, e instantes después esos dos sacerdotes y otros dos más que acababan de surgir del templo de Tlaloc la sujetaron por los brazos y las piernas. Una vez más se colmó en esfuerzos por zafarse de las mugrientas manos que la atenazaban, y también una vez más todo fue en vano; y en su desesperación vio la hoja del cuchillo ceremonial volar lentamente hacia su pecho y hundirse en él, primero como un témpano de hielo, y a continuación como la más abrasadora de las llamas. El dolor hizo que su cuerpo se convulsionara, con tal fuerza que al tlamacazqui ejecutor le costó trabajo extraer el corazón, y cuando lo hizo un nuevo grito, más terrible que los anteriores, inundó la terraza.
El padre de Xochitl, que durante todo el tiempo había estado en el templo, salió fuera y le pidió al sacerdote que le concediera el honor de depositar el corazón en el cuenco del Chac Mool que franqueaba la entrada, mientras a pocos metros por detrás el cuerpo aún vivo de su única hija era arrastrado hasta el borde de la plataforma y lanzado escaleras abajo.
En un último halo de vida, la niña notó cómo se le clavaban los filos de los escalones a medida que se precipitaba hacia la escultura de Coyolxauhqui. Tras ella, un reguero de sangre teñía la escalinata. Después ya no sintió nada. Y sólo vio oscuridad.
Datos del Cuento
  • Autor: Ruben
  • Código: 20905
  • Fecha: 08-04-2009
  • Categoría: Históricos
  • Media: 6.71
  • Votos: 112
  • Envios: 0
  • Lecturas: 8836
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.142.172.250

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033