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Una noche, marita, la niña de los esposos Sánchez, jugaba tranquilamente en el segundo nivel de aquella casa de tres pisos, una casa muy bonita y con una vista increíble de la ciudad. Le gustaban las muñecas, su madre Ramona le compraba muchas de ellas, pero marita tenía una en especial, una muñeca con un velo sobre su cabeza, un velo blanco y hermoso que marita lavaba todos los días para que no perdiera su blancura. Tiempo después, Marita pidió a sus padres que le hicieran un velo como el de su muñeca. Su madre lo compró y se lo regaló en su cumpleaños. Marita estaba contenta por su velo, ahora era igual a su muñeca.
Ella vivía en un mundo de fantasía, su casa era su castillo y sus muñecas sus compañeras, era difícil verla fuera de su casa, en la calle, no iba a la escuela, pues su padre no quería, por razones jamás conocidas.
Todo transcurría normalmente con esa familia, no había problema alguno con los vecinos de esa colonia, la gente sabía que en esa casa vivía una niña, pero no estaban seguros de quién era, y eso creaba expectativas entre la gente.
Una noche, marita escuchó ruidos fuertes en el segundo piso. Su madre estaba gritando, marita se levantó de su cama, abrió la puerta de su cuarto y salió a hurtadillas, subió lentamente al segundo piso, asomó su cabeza en el cuarto de sus padres y…
Gritando, marita, escupió sangre, al parecer estaba enferma, la impresión de ver a su padre asesinando a su madre a cuchilladas posiblemente le provocó esa reacción, corrió marita con la boca ensangrentada, subió al tercer piso y pidió auxilio con todas sus fuerzas, un hombre la vio y le dijo que aguardara, que subiría rápidamente a auxiliarla.
Marita bajó de nuevo al segundo piso y su padre ya la esperaba cuchillo en mano.
Arrebató su muñeca de las manos y dijo:
--¡Tu muñeca!, es tu muñeca la culpable de mi desgracia, es ella la que me tortura con su mirada perdida y sombría!
Levantó a la muñeca y con su cuchillo la partió en dos de un solo golpe.
Marita no dejaba de asombrarse y volvió a vomitar sangre. Se echó de rodillas por falta de fuerzas.
Su padre, sin dudarlo, la mató. Estaba completamente loco. Se quedó parado un rato como sin nada.
El padre giró su cabeza a todas partes, vio sangre por todos lados, y se desvaneció cayendo al piso.
El hombre que subía para auxiliar a marita tiró la puerta y entró a la casa, subió al segundo piso, donde había pasado todo y lo único que encontró fue al padre de marita parado y doblando el velo de marita. Le pregunto por ella y el padre sólo dijo:
--Las he arrojado al trasmundo, a mi esposa, a mi hija y a su muñeca… Están allá.
El Padre señaló un espejo, grande y limpio.
Estaban ellas ahí, incluso la sangre, eran un reflejo, ¡todo en el trasmundo!
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