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Categoría: Historias Pasadas

La niña harapienta y el perro guardián.

Hubo una niña a cuyos cabellos el sol arrancaba reflejos cobrizos, celoso de su brillo.
Sus vestidos eran níveos, como sus mejillas, apenas tocadas por un leve arrebol.
Su mirada era tan penetrante que parecía traspasar cuanto vislumbraba, hasta llegar a lo más recóndito.
Tenía un vecino que contaba, aproximadamente,su misma edad ;él tenía dos perros, macho y hembra.
A ella le gustaba observarle cuando hablaba o jugaba con ellos. Entonces parecía tan feliz...!
Les desenganchaba la correa cuando les llevaba a pasear por el parque para dejarlos retozar a placer sobre la fresca hierba.
Pero a menudo le veía caminar cabizbajo, como perdido en sombrías reflexiones...taciturno.
Cierto día otoñal él la descubrió observándole de lejos. Eso debió servir de acicate a su curiosidad, porque se acercó a ella e inquirió acerca de su extraña actitud. Debido a cierto pudor, la niña atribuyó su interés a los divertidos juegos de los perros.
A partir de aquél día, cada vez que sus caminos se cruzaban, él parecía menos interesado en jugar con los animales,le prestaba más atención a ella.
Entablaron una bonita amistad.
La niña vivió los días más felices de su vida escuchando sus fantásticas historias y enigmáticos relatos.
Era como si un tomo inédito de cuentos, leyendas y fábulas abriese sus tapas mostrando sus páginas a la vida,
haciendolos realidad todos ellos y transmitiéndole la sensación de ser la heroína de sus maravillosas aventuras.
Trancurrió el tiempo; a la aguda mirada de la niña no pasaron desapercibidos algunos cambios en su actitud.
Se preguntaba qué hizo mal, en qué falló tan fatídicamente para llegar al punto de inducirle a mantener una
discreta distancia en principio, distancia que con el tiempo se hizo insalvable.
Pensó que tal vez lo único que ocurría era que él comenzaba a ser víctima del tedio...
También pensó que quizás le resultaba agobiante con sus atenciones e incesante parloteo...
Para colmo de males, la niña cayó en tremenda desgracia. Su madre falleció, y su padre se marchó a tierras lejanas.
Se vió despojada de todo cuanto tenía: de sus seres queridos, de sus enseres, de su hogar...
Estuvo deambulando como un paria entre suburbios y túneles cochambrosos durante un tiempo, desorientada.
Un día resurgió como de entre las tinieblas ; apareció ante él harapienta, cubierta de lodo, pestilente, enfermiza.
El que fué antaño su amigo la miraba ahora con una mueca de inconmensurable repulsa dibujada en el semblante.
Despreciaba su actual condición. No quedaba en su corazón resquicio alguno para el pasado habido en común.
Ella perseveraba insistentemente en sus intentos de acercamiento, trataba de ser aceptada por él tal y cual era.
Se negaba a asumir toda la culpa en cuanto a su lamentable situación, mas sólo halló soberbia como eco a sus lamentos.
Como no se resignaba a perder al que fuera su único amigo, continuó observándole a hurtadillas, en silencio.
Pensaba que algún día recapitularía sobre su actitud y volvería a mirarla con afecto. Pero se equivocaba...
Para su desasosiego, cada vez que se cruzaban sus miradas, la de él le espetaba al rostro su infinito desprecio.
Le descubrió un día, en que parecía especialmente triste, cavando una fosa en su jardín. Había muerto su perra.
La niña pensó que quizás en esos momentos de pesadumbre necesitaría más que nunca el calor de una mano amiga.
Hizo un intento de aproximación, pero encontró, una vez más, las puertas de su corazón cerradas herméticamente.
Cuantas más eran sus tentativas de reconciliación, tanto más parecía crecer en él la aversión hacia ella.
Él volcó su necesidad de afecto sobre su perro, quizás tratanto de ganar tiempo a la inexorable muerte acechante,
dado que el animal también había alcalzado la edad senil, al igual que lo hiciere la hembra.
La niña escudriñaba sus gestos, con una mezcla de estupefacción y envidia hacia el perro objeto de sus mimos.
No podía comprender por qué prodigaba su afecto a un animal que jamás estaría capacitado para valorarlo... nunca en la medida en que ella lo haría...
en cambio se lo negaba a un ser humano para el cual era tan esencial como el mismo aire que respiraba... tal era como lo ella lo sentía.
Le sorprendía que a un animal se le disculpen las dentelladas propinadas y los excrementos vertidos dada su inconsciencia acerca de la magnitud de los hechos y sin embargo, se condenase a un ser humano hasta el fin de los tiempos debido a deslices inherentes a la debilidad de sentir afecto ...
un afecto quizás desmesurado, posiblemente ahí estribase el error...
Parecía un sarcasmo que un animal recibiese impertérrito la sonrisa que habría caldeado y revivido su ya casi gélido corazón.
La niña examinó su aspecto y asumió su suciedad. Se lavó en fuentes de aguas inmundas, tratando de estar presentable.
Su rostro y sus cabellos volvieron a brillar bajo el sol... mas pronto supo que nunca volvería a ser como antes.
No pudo librarse de un leve pero claramente perceptible hedor a podredumbre infiltrado en los poros de su piel.
Sus vestimentas continuaban ajadas, pequeños jirones de éstas eran esparcidos a su paso por doquier.
Él caminaba a veces por la misma senda que ella. Veía los jirones y sonreía con una mueca, entre conmiserativo y altanero.
Pero el perro los olisqueaba, ladraba y los atrapaba entre sus dientes, sacudiendo la cabeza complacido al reconocer su olor.
Con gesto vehemente, él arrancaba de sus fauces los húmedos jirones, que desprendían un efluvio hiriente a su pituitaria.
Se sentía interiormente incordiado por el hecho de que el perro no desdeñase lo que le resultaba deleznable a él, y lo mantenía sujeto a la correa mientras paseaba, tensándola, para evitar que jugase con los andrajos o corriese en pos de ella.
Aunque al llegar la noche, cuando reinaba el silencio, la niña se arrastraba furtivamente hasta la caseta situada en el jardín.
El animal parecía intuir que llegaba la hora tácitamente acordada para sus visitas ; jadeaba expectante, porque ella solía llevarle algún que otro (para él exquisito) bocado como obsequio, que ella reservaba incluso de sus paupérrimas viandas cuando no era posible conseguir algo de los restos que algunos bares destinaban como pitanza para los pobres o los gorrinos.
Sabía que ahora tenía un nuevo amigo; y éste no la repudiaría nunca por su pestilencia ni por sus harapos.
Era consciente de su error al creer que el dócil animal no podía captar el valor de una sonrisa o una caricia.
Porque el animal no olvidó nunca las suyas... ni aun tras verla convertida en una pordiosera las desdeñó.
Continuó siendo fiel a su afecto a pesar de los enérgicos tirones de correa que trataban de disuadirlo de ello.
Cuando ella acariciaba la noble cabeza del perro, pensaba que también su amigo posaba sus manos sobre ella, las mismas manos que un día le tendió cálidamente....eso le proporcionaba cierto consuelo, aunque fuese un tanto pobre....
era como estar cercar de él de algun modo, sentía como si ese gesto les mantuviese unidos con invisibles lazos.
Pero llegó el día aciago en que su amigo desapareció para siempre, junto con su perro. Y nunca más volvió a saber de él.
Transcurrieron los días ... y el tiempo actuó como un bálsamo, mitigando su dolor....aunque nunca curó su herida.
Cuando la niña alcanzó la adolescencia consiguió un puesto de trabajo como aprendiza en una confitería.Contaba apenas 14 años.
Una noche, tras finalizar su jornada laboral, emprendió el camino hacia su casa, situada en las afueras de la ciudad.
Para acortar el trayecto solía escoger un atajo que la obligaba a atravesar un lugar semidesierto, donde sólo vivían unos pocos vecinos en sus bonitas villas.
Mas ella no sentía miedo y caminaba confiada.
Aunque aquella noche le deparaba una escalofriante experiencia...
De repente salió de la oscuridad un individuo que la atacó. La rodeó con unos brazos que se le antojaron tenazas e intentó arrastrarla hacia unos matorrales cercanos con muy aviesas intenciones... imaginó lo peor...
Intentó zafase de los férreos brazos como pudo....pero las fuerzas le fallaban contra aquél energúmeno.
De modo que comenzó a gritar en demanda de auxilio con toda la fuerza que le permitieron sus pletóricos pulmones.
En una de las viviendas se encendieron luces. Un hombre apareció en el dintel de la puerta llevando a su perro sujeto por la correa.
Al cerciorarse de que los gritos provenían de una joven garganta femenina intuyó que se hallaba en serios aprietos y soltó al perro...tal vez el hombre era un tanto pusilánime y pensó que el perro la defendería sin necesidad de poner en peligro su propia integridad física?... o quizás confiaba en que el perro sabría defenderla mejor que él mismo?....quién sabe!
El perro era de raza Bulldozer, con un aspecto tan fiero que imponía cuando menos respeto.
Era como si pudiese ver en la oscuridad, porque se dirigió sin dilación hacia ellos, a pesar de que el individuo arrastró a la niña hacia una zona en que la iluminación brillaba por su ausencia; el único haz de luz visible provenía de las farolas situadas junto a la verja de entrada de las villas y el lugar en que se encontraban forcejeando estaba sumido en una densa oscuridad.
Cuando el perro les alcanzó parecía conocer al dedillo su cometido, porque en ningun momento hizo amago de atacar a la niña, a pesar de los gritos desaforados de ésta, de oler el miedo cerval que la invadió y debía transpirar por todos sus poros.
En cambio, sus afilados colmillos hicieron súbita presa en la pierna del hombre, que lanzando un grito soltó a su víctima de inmediato, emprendiendo la huida en cuanto pudo zafarse de las dentelladas del perro tras propinarle una serie de puñetazos y puntapies que arrancaron al noble animal lastímeros aullidos mas no le impidieron emprender la persecución del individuo, que emprendió la huida amparado por la oscuridad reinante tras lograr abrir la puerta de un automóvil aparcado en las inmediaciones y adentrarse en él antes de que el animal pudiese alcanzarle de nuevo.
Mientras recuperaba el aliento, la niña observó el regreso del perro, y con los ojos húmedos de agradecimiento le dedicó tiernas caricias y emotivas palabras, convencida de que el animal podía entenderlas.
También dió gracias al hombre que tan oportunamente acudió en su ayuda tras oír sus angustiados gritos.
Y sobre todo, dió gracias a Dios, que bondadosamente proveyó ayuda en tan peligrosa situación valiéndose de un perro como instrumento para ello, evitando así que sufriese un daño que probablemente habría sido mucho más pernicioso para ella en el plano psicológico ( de haber conservado la vida) que en el físico, puesto que le habría causado un trauma difícil, por no decir imposible, de superar, y en todo caso, dejado secuelas indelebles.
Aquél noble animal pareció intuir quién ama a los de su especie...tal se diría que poseen una especie de memoria colectiva
en la que permanecen guardadas cuantas buenas acciones se otorgan a sus congéneres .
Aquella noche la niña comprendió por qué algunos afirman, aún cuando para otros pueda convertirse en un temible enemigo,
que el perro es el mejor amigo del hombre.
Datos del Cuento
  • Autor: Náyade
  • Código: 15853
  • Fecha: 02-01-2006
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Delia
invitado-Delia 07-02-2009 00:00:00

El cuento es hermoso, porque por encima de los personajes se resalta el amor a los tan maltratados animales por los que subrrayan su inteligencia por encima de ellos. Como están las cosas, es necesario no bajar los brazos en la concientización de este tema, ya que el hombre no abandona la edad media con sus practicas taurinas, y la matanza indiscriminada de ballenas y de otros animales "con fines científicos,o folcloricos en muchos casos claro" Gracias por dejarnos compartir tu cuento.

angu
invitado-angu 14-01-2006 00:00:00

Fabuloso amiga, impecable el estilo y la narrativa. Y qué te voy a decir yo de la historia....imagina que soy la niñita y ya sabes por qué los adoro...te has fijado que los perros nos miran siempre a los ojos para saber de nuestras intenciones?, hazlo, y encontrarás nobleza y sinceridad de verdad. Un abrazo...Angu

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