Ella aún no había llegado, pero todos sabían que llegaría. Al morir el día la espera llegaría a su fin, pues el sol a lo lejos entregaría cansado los últimos destellos de su jornada.
De pronto ella llegó, y poco a poco fue llenando todo con su presencia; muchos de los que la esperaban le dieron la espalda y se retiraron a dormir, otros en cambio, salieron a su encuentro para esconderse tras ella y cometer fechorías ocultándose en el escudo protector que ella les brindaba.
Ella había llegado muy lentamente, y por lo visto pensaba retirarse de la misma manera. Y así después de haber cubierto con su negro manto a todos sus amigos, y de haber ocultado tal vez sin querer algunas malas acciones, de repente los dejó con sus cuerpos cansados e indefensos ante la presencia evidente de la luz del amanecer en otro nuevo día que apenas comenzaba.
Esta historia ha seguido repitiéndose días tras día con una perfecta sincronización que ha convertido el mundo en un gigantesco tablero de ajedrez, donde todos nos desplazamos de un recuadro blanco a otro negro, y viceversa, ante la mirada indiferente de los trasnochadores de oficio.