Nota del autor sobre el relato titulado “El domingo de la mariposa de invierno”: debido a mi falta de pericia en el manejo de las funcionalidades de esta página web ese relato ha quedado catalogado en una categoría que, sin duda, no le corresponde (Estudiantes)... He intentado, varias veces, modificarlo, sin éxito. Lo siento, pero desisto... Es más interesante seguir con el relato... así que allá voy!!!
La última noche que pasé contigo.
De la misma forma que las historias han de tener un final, deben comenzar por su principio. Ciertamente, me resulta difícil establecer el inicio de esta narración, pues cuando pienso en algo que creo que fue su comienzo, al momento, surge otra idea que se remonta un poco más atrás... ¿empezó ayer por la noche, cuando Carla dijo “esto es una premonición”? ¿fue, unos instantes antes, cuando pensé si tendría suficiente gasolina en el depósito de su coche para dar un buen rodeo antes de dejarme en casa y, así, prolongar aquellos momentos? ¿o bien, un rato antes, durante la agria conversación que mantuvieron Carla y su marido en aquel bar del barrio?...
O fue, tal vez, mucho antes... hace casi cuarenta años, a finales de los sesenta o principios de los setenta... yo aún era muy crío, pero todavía recuerdo aquella canción: “... la última noche que pasé contigo ...”. No sé por qué esa noche mi madre salió de casa conmigo y me llevó con ella a la verbena que tenía lugar en el centro de la ciudad... No sé si iba a encontrarse con alguien... Desconozco si fue a buscar a mi padre... Yo sólo tenía oídos para aquella canción, y ayer por la noche volvió a sonar en mi mente: “... la última noche que pasé contigo, quisiera olvidarla pero no he podido...”. Entonces, cuando era niño, no comprendía bien su sentido, apenas alcanzaba a ver que aquel cantante estaba enamorado de otra persona a la cual no podía olvidar, a pesar de que eso precisamente era lo que él quería...
Ahora me doy cuenta de que nunca voy a olvidar las noches (ni los días) que pasaré con ella. Todavía no ha ocurrido, pero acabará ocurriendo... Yo lo quiero... y, creo que Carla también.
- Esto es una premonición... – dijo, al confundirse de llaves cuando trataba de abrir el portal de su casa –, en lugar de las mías, he cogido las llaves del piso de Hermosilla.
- ¡ Ojalá se cumpla tu premonición ! – le respondí como un resorte. Carla tenía las llaves de aquel piso de la calle Hermosilla, porque sus amigos, los propietarios del piso, salían frecuentemente de viaje y ella se ocupaba de darles de comer a sus gatos, ¡cuando se acordaba de hacerlo...! Yo había pensado, tan sólo hacía unos momentos, mientras hablábamos de otras cosas, que quizás algún día me invitaría a que pasáramos un rato a solas en el piso de Hermosilla...
- ¡ Pero, si has sido tú el que no has querido...! – me contestó entre risas, mientras me despedía de ella hasta el día siguiente, deseando que su premonición se cumpliera algún día. Yo sí que quería... y, sigo queriéndolo...
Aquéllas eran las llaves del cielo. La casa que nos vería temblar en silencio al cruzarse nuestras miradas dándonos cuenta de que estábamos completamente solos y libres para mirarnos cuanto quisiéramos, para no decirnos nada y decírnoslo todo, sin palabras.