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La planta de Luisa

Luisa estaba encantada con su mamá y le gustaba acompañarla a todas sus actividades o, por lo menos, a aquellas en las que mamá le dejaba. Muchas tardes salían a la pequeña terraza de su casa y veía como mamá cuidaba todas las plantas que allí se encontraban. 

Primero cogía la maceta entre sus manos con mucho cuidado y las observaba al completo, les quitaba las hojas que estaban secas, tocaba la tierra y, en función del grado de humedad, las regaba. Luego las colocaba en su sitio y les dedicaba unas breves palabras bonitas de despedida. Luisa estaba fascinada.
¡Qué divertido era tener a las plantas como amigas! Y ellas qué agradecidas, que crecían, mostraban sus flores y sus olores para toda la familia. 

Una tarde la tía Mónica apareció en casa. Era la hermana pequeña de mamá y trajo para Luisa lo que parecía un paquete que guardaba en su espalda. Luisa aplaudía con entusiasmo y, cuando sacó el paquete secreto, vio que era una planta. 


-¿Es para mí? -preguntó Luisa, emocionada.
-Sí. Tu mamá me dijo que te encantaba mirar sus plantas y que las cuidabas con mucho mimo, así que he pensado que podemos ver cómo cuidas a una tuya.

-Muchas gracias.

Luisa la abrazó y a la vez pensó: “¡Menuda responsabilidad!”.

Era una planta de tamaño mediano con dos hojas grandes muy verdes y otras más pequeñas de forma redondeada y dos flores rosas que estaban a punto de salir. Una vez que la tía se fue después de merendar, le preguntó a mamá sus dudas.

-Mamá, ¿cómo tengo que cuidarla? Quiero que me dure mucho tiempo

-Pues para que te dure mucho tiempo tienes que cuidarla mucho, limpiarla, regarla, mirarla… y todo irá bien. Tú tranquila.

Luisa, que quería hacer de la planta su mejor amiga, miraba todas las tardes para su planta, la miraba mucho, le quitaba muchas hojas y la regaba con abundante agua. No quería que le dieran indicaciones, porque quería intentarlo sola.

Pasaron las semanas y seguía cuidándola mucho. Pero había una cosa que no iba bien. La planta no crecía. Luisa se agobiaba porque su planta no crecía. Al final tuvo que ir a consultarle a mamá.

-Mamá, ha pasado un mes y mi planta no ha crecido nada y la he cuidado mucho, mucho, más no la he podido cuidar. 

-A ver hija, voy a mirar. Como no me has dejado no he podido ayudarte. 


Cuando mamá echo un vistazo a la planta se dio cuenta de que la había regado en exceso y le había arrancado demasiadas hojas, y así se lo hizo saber a Luisa, que le contestó:

-Pero mamá tú me dijiste que tenía que cuidarla mucho y así lo he hecho.

-¡Ay hija! Se me olvidó decirte que todo tiene en realidad una medida y que el exceso también perjudica. 

Así fue como Luisa aprendió que lo mejor entre mucho y poco es encontrar el equilibrio.

Datos del Cuento
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