La primer misión (no oficial).
“Segunda parte”
Capítulo 2

Con la ametralladora en la izquierda “Tiro a Tiro” y en la derecha en “Automático”... salgo en busca de “la parca”.

Me levanto y el guardia sorprendido de aquel grito de “muere maldito cobarde” se da media vuelta... le disparo con la izquierda. Cae como fulminado.
Avanzo caminando hacia las carpas.
Cuando paso por al lado del guardia, le disparo otra vez.
Estoy solo. No puedo arriesgarme a que “resucite”.
Salen los guerrilleros medio vestidos con sus armas en las manos.

Comienzan a disparar.
Siento por todos lados el crujir de ramas y troncos que se parten.
Veo los fogonazos en la oscuridad.
Realmente no me ven... disparan al fogonazo de mis armas.
Ya tengo mis dos armas en automático... respondo al fuego.
Debo disparar ráfagas cortas porque tienden a levantarse.
Ellos son muchos así que siempre le acierto a alguno.
Sigo avanzando al paso. Mis ametralladoras vomitan fuego y se escuchan gritos.

El ruido ensordecedor de mis armas y el olor a pólvora me agradan.
¡Increíble! Estos estúpidos no me aciertan.
Tengo que cambiar los cargadores.
Escucho el disparo y un ardor en la cabeza. Me mareo y pierdo el equilibrio. Caigo de rodillas y algo caliente baña mi ojo izquierdo... ¡sangre!

Miro al frente y veo todo borroso.
Busco mis armas que ya no están en mis manos... veo nublado. No las encuentro.
Tanteo el suelo.
Alcanzo a ver otro fogonazo y el impacto me tumba sobre mis espaldas... me dio en el pecho.
Quedo boca arriba viendo la enramada.
Empieza a amanecer.
Veo pasar las nubes entre un hueco de la enramada.
Me duele el pecho como si me hubiera pateado una mula.
Siento que me llega sangre a la boca y una tos.
Creo que no podré cumplir con doña Carmen.
Estoy un tiempo viendo el cielo... mejora mi vista.
El grito del guerrillero me vuelve a la realidad.
Levanto la cabeza y lo veo “a la carga”. Recojo rápidamente una de mis ametralladoras, me recuesto en el árbol y disparo... pero veo el fogonazo.
Él también disparó... me da de nuevo.

Los dos caímos... él para siempre.
Mi cuerpo comienza a resbalar por el tronco y escucho voces que dicen... “¡Le dio... le dio... el maldito está muerto!”
Me falta un poco el aire.
Así como llego resbalando al suelo, así me quedo.
Me duele el pecho y ahora, también el estómago.

Necesito descansar un poco para recuperar el aliento.
Al rato otra vez la tos... escupo sangre.
Escucho... ¡se movió!
Y una ráfaga de disparos da en el tronco y los arbustos.
Tomo mis ametralladoras del suelo y respondo al fuego.
Esta vez lo hago arrastrándome y disparando solo con una de las armas. La otra va cruzada a mi espalda.
No pueden localizarme.
Disparan al azar por aquí... por allá.

Me acerco un poco.
Quito la espoleta a una granada y la lanzo a donde vi los fogonazos.
Vuelan cuerpos y se oyen quejidos.
Una bota con una pierna humeante cae al lado mío... huele a pollo chamuscado.

Lanzo otra granada doce metros a la derecha de donde lancé la anterior.
Corro hacia el campamento quedan tres... cruzamos disparos.
Quince minutos después todo terminó.

Estoy entre las carpas. Tenso... recorro con la vista el campamento.
En el silencio lo único que se escucha es una bandada de pájaros que levantó vuelo.
De pronto una carpa se alborota. Mis manos se crispan sobre las armas.
Sale dando brincos una chica amordazada y atada.
Pongo mis armas cruzadas a la espalda y saco el puñal. Avanzo donde la chica.
Ella advierte mi presencia y con los ojos desorbitados me ve. Está paralizada de miedo.
Le quito la mordaza.
Ella – No me mate señor... ¡por favor... por favor!
Jacques - ¡Bah! Deja el drama... vine a rescatarlos.
Corto sus ataduras de pies y manos.
Se prende de mi cuello - ¡Gracias... gracias... muchas gracias! Y me besa aquí y allá.

Se da cuenta de los impactos en el pecho y estómago y la sangre.
Se aparta llevándose la mano en puño al corazón.

Ella - ¿Le duele mucho?
Él – Antes me dolía más.
Ella – Pero ... ¿Cómo puede con semejantes heridas tener tan buen semblante?
Él – Estoy adolorido y muy cansado pero ... traigo un chaleco antibalas.

Saco la cantimplora y bebo agua.
Ella sonríe y vuelve a besarme. Por un impulso la tomo por el talle y también la beso.
El beso es más largo de lo que debería.
Dejamos de besarnos. Ella aun abrazada a mi cuello y su rostro a un par de centímetros me mira... esperando.

Él – ¿Dónde están los demás?
Ella – Los demás están allí dentro... me llamo Claudia.

Abro la carpa y entro. Hay varias personas en malas condiciones, desnutridas y con afecciones en la piel.
Desato a todos.
Él - ¿quién es Julieta?
Claudia – Allí viene... ella estaba detrás del Jeep.
Aparece en la entrada.
Julieta - ¿Cómo sabe mi nombre... quién es usted?
Él - ¡Maravilloso! Mamá Carmen se pondrá contenta de verte después de ocho meses.
Julieta – ¡¿Lo envió mi mamá?!
Él – Me dijo que tenias un lunar debajo del seno izquierdo.
Julieta - ¡Si... Si! Lo tengo ... lo tengo.
Él sonriendo con malicia se le aproxima - ¡Lo siento... debo cerciorarme!
Julieta sonríe nerviosa.
Él - ¡Bah! Confiaré en tu palabra.
Julieta – Sonríe y alza sus cejas como diciendo... “tú te lo pierdes”.
Salgo de la carpa y detrás de mí los demás, frotándose las marcas de las ataduras.

Saco el radio y llamo al helicóptero.

Averiguo si entre ellos está el “americano”... si está.

La conversación con las personas rescatadas es interrumpida por el ruido de los rotores del helicóptero, que nos está buscando.
Saco una bengala de humo rojo y al minuto aparece y aterriza.
Todos abordamos.
Pregunto a Claudia- ¡Oye! ¿No falta ninguno?
Claudia – Estamos todos... Por cierto ¿Cuál es tu nombre?

Me acuerdo que los brasileros (de la misma empresa americana cuando estuve en Sao Pablo) me habían puesto un apodo así que respondo... Soy “El Gringo”.