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Laia era una princesa que tenía todo lo que quería. Tenía hasta un pony mágico y muy bueno, al que llamaba Colorinchi, porque era de colores.
Pero Laia no era muy buena. Además, tenía un gran defecto: era muy egoísta y no quería compartir sus cosas ni pensar en los demás.
-¿Por qué no quieres jugar con los otros niños, Laia? -le preguntaba Colorinchi.
-¡Porque no! ¡Porque rompen mis cosas! -le decía.
Un día, Colorinchi no se encontraba bien. Y, aunque era un pony mágico, necesitaba descansar.
-¡Colorinchi! ¡Vuela! ¡Vuela más! -le gritaba Laia.
Pero Colorinchi no tenía fuerzas, así que ese día no pudo volar ni hacer nada de lo que la princesita egoísta le pedía.
Laia, en vez de ponerse en su lugar y dejarlo descansar, se enfadó tanto que le gritó un montón de cosas malas:
-¡Ya no te quiero! ¡No vales para nada! ¡Voy a comprarme otro pony que vuele mejor que tú! -le gritó.
Colorinchi se puso muy triste y se sintió muy decepcionado, porque veía que la princesa ya no valoraba nada de lo que tenía, ni siquiera a él. Así que ese día pensó en darle una lección.
-¿Quieres volar? Muy bien. ¡Volemos! -le dijo Colorinchi.
Laia se montó en su pony y empezaron a volar. Pero esta vez no volaron hacia donde ella quería. El pony la llevó a un hospital donde había un montón de niños enfermos y que no tenían nada. También la llevó a un lugar donde los niños no tenían ni siquiera una casa donde vivir.
-Colorinchi, ¿por qué me traes aquí? Me estoy poniendo muy triste -dijo Laia.
-Porque tienes de todo, hasta un pony mágico como yo, pero no valoras nada de lo que tienes. Quería que vieses lo afortunada que eres.
Laia volvió a casa muy triste y no podía dejar de pensar en esos niños. Además, Colorinchi estaba muy enfadado y Laia se sintió cada vez más triste. Pero, por fin algo cambió.
-Colorinchi, quiero pedirte perdón por haber sido tan egoísta y mala contigo y, además, quiero pedirte un favor -le dijo la princesa.
-¿De verdad? -le preguntó el pony muy contento.
Colorinchi no podía creerlo, pero la princesa le pidió que usara su magia para llevar a los niños todos sus juguetes. Desde entonces, Laia comparte todo lo que tiene con los demás. Y nunca, nunca, nunca ha dejado de querer a su pony mágico.
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