Recibí la noticia como todas las grandes noticias, es decir, sin esperarlo, de una casualidad. Vamos a editar su novela, me dijeron de una de las tantas editoriales a la que mandé una de las tantas copias que hice de mi inédita novela. Les pregunté para cuándo. Si necesitaban de mi asistencia y otras cosas parecidas, pero lo único que recibí por respuesta era que debía continuar esperando. Cuánto, les dije. Paciencia joven escritor, todo con paciencia, todo, jovencito... pero, despreocúpese que le avisaremos nuevamente cuando estemos por imprimir su novela. Les pregunté cuánto ediciones serían por la primera vez, y ellos me dijeron que no más de diez mil, y luego colgaron.

Toda la noche no pude dormir pensando en lo mismo. Pasaron días, semanas, meses, años y años, pero no recibí ninguna llamada, carta, ni ningún tipo de respuesta. Llamaba y llamaba a la casa editorial pero nunca me dieron una cita, una nueva señal, nada de nada. Y, cuando ya me sentía como los cientos y cientos de escritores que duermen ignorados bajo el escritorio de una de los miles de principales editores del mundo, sentí que debía volver a escribir para apagar mi dolor y olvidarme de aquella novela. Eso hice y me sentí mucho mejor pues sentí que todo volvía a empezar. Sí, allí estaban los hechos vividos u observados, personajes conocidos o visionados o alter egos, ideas guardadas por noches y días, sueños luminosos que no se apagaban aún en mis noches de insomnio, estudios de lugares históricos, estructuras pensadas para un escenario que fuera verosímil, imágenes imborrables que hirieron mi existencia, visitas a mi vieja libreta de apuntes con citas importantes, y luego de saborear todo aquello, continué otra novela que, tal como la otra decidí mandarla a todas las editoriales de todo el mundo hispano hablante una vez terminada, corregida, y, sobre todo disfrutada por mi propia lectura.

Ya han pasado muchos años desde que terminé mi novela, ya ha pasado mucho tiempo de haberla presentado a la mayor cantidad de editoriales, y nada de nada, y en esos momentos creo que no sirvo para nada, para absolutamente nada mas que soñar tal como me gritaban mis padres, amigos, familiares y profesores cuando en ese instante notó en mi diminuto cuartucho una imagen que arruga mi corazón: es una mariposa de colores vivos y claros que revolotea bajo la lumbre del sol que entra por mi ventana. Me agrada observarla por la primera vez. La noto jugando, volando impulsada por cosas como el aire, su sed, su curiosidad o yo qué sé, pero algo que tenga que ver con la magia, la pureza de la vida... Lo cierto es que me quedé observándola por varios minutos y me sentí tal cual élla había sido; es decir me sentí como una oruga que se arrastra con su grueso capullo buscando un sueño, un brillar que no puede entender pero que lo impulsa a continuar su destino… hasta que morir. Y en aquel sentido se encuentra a sí mismo convertido en una mariposa que vuela en torno al sol, a su destino, su sueño, cumpliendo uno de los sentidos de su existencia. Así me sentí. Guardé esta escena en mi recuerdo y continué tejiendo el capullo de mi propia vida, con la esperanza que un día de sol, todo aquel amasijo de hilos, de letras, de puntos, comas, murieran rumbo hacia su destino, hacia el lector, hacia ese corazón dorado que brilla en cada persona, y en donde cada existencia podría ver el color de mi alma, escuchar el canto de mi propia voz, el vuelo de mis viajes imaginados, que siempre viajan hacia la claridad, el entendimiento, y la paz verdadera...




San isidro, diciembre de 2005