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En una antigua ciudad holandesa llamada Rindeburgo existía un palacio en ruinas donde vivía un artesano que se dedicaba a la fabricación de velas y perfumes.
El hombre tenía un ayudante llamado Rahu y todas las mañanas lo mandaba con sus nuevas creaciones para que las vendiese en la villa. Pero un día el ayudante decidió subir a la montaña en lugar de ir a la villa. Era una montaña rocosa llena de pequeñas praderas y lagos donde el hombrecillo se sentía libre.
Estaba cansado de tanto bullicio del mercado y de hacer todas las mañanas lo mismo. Caminando entre los senderos recogía frambuesas silvestres que guardaba en sus bolsillos. Tras su paseo volvió al castillo y dijo al artesano que nadie le había querido comprar nada. El artesano se extrañó un poco, pero continuó trabajando.
Al día siguiente Rahu fue a la villa, vendió un par de perfumes y después subió de nuevo a la montaña. Paseando entre la maleza se le acercó de repente un hombre con pinta de caballero vestido con una capa azulada y le preguntó:
- Hola. Te conozco de verte por el mercado. ¿Eres tu el que vende las mejores velas de la ciudad?
- Sí, ese soy yo – respondió el muchacho.
- Te compraré todas las que te queden.
- Está bien. Tengo aquí todavía unas cuantas velas.
- Sígueme entonces muchacho.
Nuestro muchacho avanzó varios pasos por el sendero, descendiendo por la ladera del monte. Se adentraron ambos en una cueva donde el extraño caballero tenía colgadas multitud de joyas iluminadas cada una de ellas por una vela de un color diferente.
- Aquí te entrego el dinero por las velas. De ahora en adelante ven todos los días y tráeme lo que tengas por vender. Pero a cambio no le puedes decir a nadie que me has visto ni que conoces esta cueva.
Rahu accedió y se fue muy contento con el dinero.
Pasaron los días y cuando el artesano notó que su ayudante acababa siempre tan pronto con la mercancía y que le pagaban tan generosamente, decidió preguntarle:
- Rahu. ¿Estas yendo a la villa a vender mis perfumes y mis velas como te indiqué?
- Sí, mi señor, esté seguro de eso. ¿No le traigo todos los días su dinero?
- Rahu sabes que no me gustan las mentiras. Espero que los habitantes del pueblo puedan disfrutar de mis velas y perfumes.
- Así es señor artesano.
Lacuriosidad del artesano creció y uno de los días siguió al ayudante y así fue como vio la cueva del caballero con todas las joyas dentro. Pero el extraño caballero se dio cuenta de que los estaban espiando y le gritó al muchacho:
- ¡Has incumplido tu pacto! ¡Fuera de aquí!
Rahu apenas pudo mediar palabra porque el extraño caballero lo echó de allí. No entendía qué había sucedido para que se pusiera de esa forma. De modo que descendió ladera abajo para llegar hasta el palacio.
Cuando llegó allí se encontró con una gran puerta de metal que jamás había visto hasta entonces. Llamó varias veces a ella pidiendo que le abrieran pero nadie le contestó. La décima vez que estuvo a punto de aporrearla desesperado una nota se deslizó bajo la puerta: "No hay puertas abiertas para quienes no dicen verdades"
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