Las cenizas del cigarrillo de Eduardo caían balanceándose suavemente sobre la alfombra escarlata. Su única intención era calmar sus nervios, pero por momentos aseguraba que sería imposible. Las insaciables presencias que habitaban desde hace ya más de una semana en su cuarto lo tenían en un constante estado de shock. La hora del receso se hacía imposible allí adentro, donde comenzó a creer que su sentido común lo abandonaba. La última pitada no pudo lograr el resultado exigido así que, como debía ser, intentaría prendiendo otro cigarrillo para así persistir hasta que sus nervios cesasen esa alteración con la que se volvía imposible convivir. La habitación se encontraba apenas iluminada por el fuego que salía desde el hogar, presentando una imagen enteramente maquiavélica, de esquina a esquina. Su cuerpo se veía iluminado por un siniestro intercalado de rojo y negro, rojo, por la fuerza casi omnipotente que las llamas imponían en aquel lugar, y negro provocado por el sagaz intento de la oscuridad de prevalecer.
La puerta no se ubicaba a más de dos metros detrás suyo, del lujoso sillón negro sobre el cual se hallaba sentado. Comenzó a balancearse sentado, hacia atrás y luego hacia adelante, como si navegando, como si sobre una pequeña lancha particular estancada, recibiendo los constantes golpes de las olas producto de un viento estremecedor. Vientos del sur, ya que también de ellos podía sentir el frío que lo sosegaba. Frío, que no había ni estufa ni hoguera que pudiese combatir. El temor se veía reflejado en sus fauces, una siniestra mueca sin sentimientos se situaba en su desmejorado rostro.
La puerta negra, de madera corriente, no tardó en colaborar con aquel ambiente de tensión. Unos pequeños golpes comenzaron a oírse detrás de aquélla provocando una sensación lúgubre, estremecedora. Su corazón daba un salto por cada estruendo y sus pupilas se dilataron, mientras acercaba rápidamente el cigarrillo hacia su boca para nuevamente tragar el humo salvador. Cerró los ojos durante veinticinco segundos, los impactos sobre aquella frágil barrera de madera que detrás suyo sin intención alguna lo protegía siempre y cuando las agresiones a ellas no eleven su potencial.
Finalmente las peculiares colisiones comenzaron a elevar su potencial considerablemente. La puerta no soportaría mucho tiempo más, sin embargo, él seguía firme en su contoneo sin perder el compás. Volvió nuevamente a cerrar los ojos cuando, finalmente la inestable valla cayó realizando el sonido más perturbador que en su vida oyó. La caída de la puerta no fue una caída normal, el ensordecedor alboroto que provocó tuvo la compañía de uno mucho más relevante. Un viento comenzó a oírse precipitándose raudamente hacia la imponente llamarada que nada tenía que desearle a la magnitud del sonido. El aire se volvió sumamente espeso, podía cortarse con un cuchillo y el fuego comenzó a amainar su intensidad con una lentitud precisa, única, perfecta para que no diese a notar que lo estaba haciendo.
Su brazo comenzó a pesarle demasiado, definitivamente ya no podría probar nuevamente el hechizo tranquilizador que mantuvo su paciencia hasta ese momento. En su desesperación lo intentó por mil métodos, pero nunca lo consumó mientras el fuego finalmente se desvanecía en aquella tétrica escena. Sus dedos comenzaron a estirarse y en cuestión de quince segundos desarrolló una infalible vista de gato, comenzó a ver tras las tinieblas permitiéndose por fin verse cara a cara con las presencias que invadían el lugar.
Sus dedos medían alrededor de treinta centímetros ya y la fuerza de la gravedad comenzó a tirar fuertemente su cuerpo contra el sillón. Vio frente suyo una silueta diabólica, sin forma precisa, pero la suficiente como para poder deducir que su tamaño se acrecentaba desmedidamente y titilando. Finalmente la tranquilidad perdió el protagonismo en su cerebro. Su cabeza comenzó a sentir fuertes dolores que se elevaban a niveles insoportables, mientras aquella extraña figura se acercaba cada vez más y, aún sin saber sus verdaderas intenciones debía evitarlo de algún modo.
La gravedad lo recostó en una posición digna de un contorsionista ruso sobre el sillón, pero su brazo derecho colgaba por detrás del apoyabrazos. Desesperó. Comenzó a apretar sus dientes para soportar las jaquecas y cerró sus ojos para no ver al enajenado espíritu frente suyo. Su frialdad no la perdió en ningún momento, y calculó que en cuestión de veinte segundos eso ya se habría posado frente suyo, quizás provocándole algún tormento.
Los dedos de su mano derecha se retorcían en el piso, intentaban hallar el cigarrillo. El tiempo se agotaba y más allá de aquel personaje que se hallaba acercándose aterradoramente, supo que lo que ya no soportaría sería el dolor de su cabeza y el de su cuerpo por aquella imposible posición que éste había adoptado. Lo encontró, las puntas de sus dedos índice y pulgar se hallaban tomándolo y, con un esfuerzo sobrehumano, comenzó a competir contra el infinito peso del aire hasta llegar a su boca. Abrió los ojos y una mano escalofriante se halló delante de su frente casi cubriéndole la visión.
Apoyó el cigarrillo sobre su boca e inhalando fuertemente una larga pitada, comenzó a sentir nuevamente el aire con mucha más liviandad. Abrió sus ojos y en cuestión de segundos el fuego renació de las cenizas. Tomó nuevamente su debida posición en el sillón, le pegó una última pitada para así finalmente, balanceándose hacia atrás y hacia adelante a un ritmo muy seductor, llegar a la conclusión de que debía calmar sus nervios.