La primera vez que atravesó aquella puerta tenía siete años. Le pareció enorme, se agarró con fuerza a la mano de su madre y la miró con una súplica en los ojos. "No me dejes aquí".

Ella había vivido hasta ahora en las montañas que rodeaban aquel pueblo al que solamente venía durante las fiestas y algún que otro día para hacer compras. Su madre la había enseñado a leer y escribir. En las montañas se sentía libre pero sabía que algún día tendría que ir a la escuela.

No podría ir a su casa a dormir como los otros alumnos, la distancia era mucha y el camino dificil sobre todo en invierno cuando la nieve lo hacía intransitable así que la maestra se había ofrecido a tenerla con ella.

Vivir en la escuela con la maestra en aquella habitación desde la que veía a través de la pequeña ventana los picos de las montañas fue al principio dificil, lloró muchas noches abrazada a la almohada añorando su libertad pero, poco a poco el cariño de aquella mujer y el interés que puso en enseñarla fue cambiándola y los años que vivió allí fueron felices.

Ha pasado el tiempo, ahora es ella la maestra de aquella escuela, tomó el relevo de aquella mujer que la enseñó a ser libre entre cuatro paredes, a viajar cada día a mundos hasta ahora desconocidos por ella, a amar una de las más hermosas profesiones, la enseñanza.

Siguen viviendo juntas pero ahora es ella quien cuida de su maestra. Ahora es ella quien le lee hermosas historias, quien juega con ella, porque su maestra está en ese mundo de la incertidumbre en el que no sabe quien es.

Muchas veces cuando se acerca a ella para darle un beso su maestra le pregunta, "¿quién eres?". Otras como si el suave viento que llega desde las montañas le trajera los recuerdos que se han ido de su cabeza la llama por su nombre.