~Me gusta recorrer el paseo de San Prudencio en otoño: el suelo enlosado, rezumando humedad, las hojas amarillentas lanzadas sobre el pavimento, emitiendo gemidos sinfónicos al caminar sobre ellas, el muro de piedra vieja, enmohecido. Parejas que caminan deprisa, con todo el aspecto de seguir algún consejo medico. Otros disfrutando de la conversación que permite el caminar sosegado. Jóvenes treintañeros, en trote sostenido, disfrutando de una vitalidad que todavía sienten en plenitud, maduros cincuentones, haciendo lo mismo, en un intento de engañar al fatídico metabolismo.

Antes he pasado por San Polo y me ha parecido oír juramentar a un caballero de la orden del temple trabajando el huerto. En San Saturio he reconocido el monólogo monocorde de un santero trastornado por la soledad del cerro. Lo curioso es que todos se expresan en “fala galega” y es que mi ánimo preferido es norteño, de lluvia fina y brumas, quizá recuerdo de mis ascendentes que bajaron de las montañas cántabras.
No tengo mucho que hacer, un “Ere” me desbocó en brazos del tiempo. Ahora mato las tardes en el paseo por las márgenes del Duero y la pelea de sobremesa con el sofá. Los viernes cambio el sentido del paseo y así tengo una excusa para hartarme de cervezas en un bar de perdedores.
Al atravesar el puente peatonal sobre el Duero me entretengo en contar los candados colocados en la barandilla, testimonios de amor de parejas de los nuevos tiempos. Trato de encontrar el mío, no es fácil: nunca lo puse. Ni tampoco horadé la corteza de ningún álamo con la ilusión de un corazón y una flecha. Cupido no fue generoso conmigo.
Ya me conozco las costumbres de todos los animales dignos de ser televisados. Los ibéricos y los de allende los mares. Ahora me ha dado por cambiar de canal y situarme en las discusiones de la prensa rosa.
Juego a las quinielas, es mi método de triunfo. Jugué a la primitiva muchos años, me pasé tiempo escribiendo combinaciones en un pequeño cuaderno de cuadriculas con un lapicero que disminuyó su tamaño con el tiempo. Creí haber dado con la forma para hacerme millonario. Pero un razonamiento simple me hizo desistir: Realizar la primitiva milagrosa, cuesta mucho dinero, yo no lo tengo. Podría pedir préstamo al banco, pero debería decirles mi secreto. Así que ahora me he decidido por el fútbol. Me paso mucho tiempo calibrando clasificaciones, posibilidades, no me dejo llevar por sentimentalismos: al Numancia siempre le pongo que pierde.
No tengo hijos, ni mujer que impidan mi actitud. Por eso un día más he recorrido el mismo camino. Es viernes, y lo he hecho en sentido inverso. Al caminar por el puente de los candados, una idea ha venido a iluminar mi intelecto. Volveré a la primitiva, pero olvidaré mis antiguos métodos: Los candados serán mi guía. Tres en la primera sección de barandilla: el tres. Cinco en la segunda, dos arriba y cinco abajo: el 25...... Me he llevado mi lapicerito y una libreta que compré donde los chinos.
Cuando tocó el gordo en Berlanga, Dios premió a la gente de bar. Quizás esta semana se acuerde de los paseantes perezosos que han sufrido un “Ere”, pero yo soy algo ateo, como mucho machadiano, religioso consorte.
Es viernes y he dado la vuelta contraria. He entrado en el bar donde me harto de cervezas y entreveo las formas voluptuosas de la camarera eslava que nos atiende. Los parriocanos van llegando, buscando la mirada de amor de la mesonera. Entre cerveza y cerveza nos obsequia viandas y algún descoque.
Mientras veo el programa rosa pongo el teletexto: Combinación ganadora del jueves, 5, 25..... Me revuelvo un poco en el sofá, tampoco mucho. Dios se ha acordado de los paseantes.