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La belleza común de aquel ser cualquiera lo había fascinado, incluso otra idea llegó, entonces, a perforar su cráneo “Quizás, estaba así de distinto, diferente, por su presencia, nunca había sucedido nada así en mi vida hasta aquel preciso día. Un día cualquiera”. Pero llevaba veinticinco minutos de retraso y tenía que correr como nunca si no quería que constase que no había acudido a su puesto. Renunciando una vez más a sus deseos, y probablemente, como así lo creía él, los de su sino, corrió.
Después de pasar todas sus clases, los descansos y los recreos corrió, pero esta vez para satisfacerse a sí mismo, su ansia de disfrute era voraz después de esperar quinientos cuarenta y tres minutos. Lo vió.
Volvió a rasgar con los dedos la piel de la triste vegetación que se pegaba al hogar de su amo. Ahora era, efectivamente, así, solo lo tenía a el, o a ella, no sabía su sexo ni le importaba lo más mínimo, quizás no lo tuviese, quizás era un ángel que planeando, se había dejado posar en su desdichada vida para acariciar su ya apolillada psique. No lo sabía, pero su belleza, su elegancia, aunque fugaz, como los mejores momentos de la vida, era inexplicable, como un suspiro gritado a los cien pasos que te separan de un beso frío y suave como un cristal de hielo.
-Burda metáfora para explicar lo que sentí -dijo a su autor harto de no ser más que una marioneta de un loco-
-Aqui soy yo quien te creó, quien te hace madurar y quien te matará. Es la ley del relato corto, de verdad que siento que tenga que ser así, pero estoy atado de pies.
-Ahora mismo... ahora mismo siete millones de pixeles y cuarenta y ocho centímetros te salvan de no morir en uno de tus relatos cortos. Valiente cobarde, aprende a vivir y deja de crear porciones de ti en una pantalla.
-No consiento que un personaje hable así nunca, pero aún menos si cabe, estando ya fuera de su historia, contaminando la vida de su propio autor, de sí propio.
-Pues me niego a seguir tu pantomima de tiranía forjada con el fuego de las palabras dulces y las metáforas. Reniego, en este mismo instante a contar una historia ajena, y tanto mi gato negro como yo nos vamos ahora mismo. Fin. Y atrévete a seguir sin personajes si es que puedes. Vanidoso padre de la modestia.
-Muy bien mequetrefe, me comprometo a no volver a escribir, aún siendo mi sustento, si eres capaz de narrar algo mejor, teniendo apenas horas de vida.
-Así de delgado estás, es normal supongo. Muy bien acepto el reto.
El ofendido creador introdujo su mano dentro del humilde ordenador y sacando un gato y un joven, ambos en blanco y negro los dejó encima del teclado, ya que su estatura conjunta no superaría los cinco o seis centímetros. Entonces el joven comenzó a saltar de tecla en tecla, y poco después su felino amigo dispuso sus movimientos de igual forma. Las letras comenzaron a brotar en la pantalla ante unos ojos incrédulos, primero letras torpes, pero poco después palabras ágiles inundaron la pantalla de negro. Siete días después habían terminado de saltar y se tumbaron en el ratón dejando dos borrones de tinta que, con tiempo y sudor, se desdibujaron hasta ni siquiera recordar a lo que un día fueron.
En cuanto al autor, humano de condición, imprimió la obra y la llevó a la editorial de siempre, un exmarido de su hermana la llevaba por lo que tenía cierto enchufe, se la publicaron en cuanto pudieron, un libro, después otro... la imprenta no paraba de dar a luz a más y más copias de aquella maravillosa unión de locura y realismo. Meses después cuando ya hubo estado todo listo, y en cuanto la primera persona abrió el libro, una niña de no más de doce años, entusiasmada por el primer regalo de su pretendiente, el autor cayó al suelo en medio de su salón, y según la vista de la niña comenzó a ojear cada palabra de cada página el autor iba perdiendo la vista, luego el tacto, después el oído y finalmente la capacidad que poseía su corazón para latir.
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