¿Están seguros de lo que quieren – Preguntó el Dios hacedor de todas las cosas, tratando de acortar la inesperada visita del grupo de notables que le visitaban.

-Recuerden que una vez dado el paso no hay marcha para atrás y deberán sujetarse a los destinos de la nación que pretenden conformar.

-Así lo juramos- dijeron todos con evidente entusiasmo.

Vayan a su territorio y den la nueva sus seguidores. Dentro de tres días, nacerá para el mundo y para siempre la nueva república independiente de Cartania.

-Ah, y una cosa más: solamente muertos podrán salir de Cartania.

-¡Así sea!

Entre los nuevos cartanienses estaban los banqueros exitosos, los dueños de las máquinas de hacer dinero, los usufructuarios de los inmensos terrenos agrícolas, los dueños de las empresas telefónicas, eléctricas y de carreteras; los más pobres eran los dueños del guano y de las líneas aéreas que operaban en el país, además de los especuladores de las millas náuticas que enseguida se pondrían a la venta.

Se encendieron antorchas en las cuatro ciudades principales de la nueva República, se adornaron mausoleos y calzadas, hasta en las escuelas de los pueblos lejanos se pusieron banderitas con los colores de Cartania.

Todos fueron preparándose para administrar la feraz abundancia de país , sin haber pasado por guerras de Independencia, firmas de tratados, legislaciones de decretos, elecciones fraudulentas y tantos vicios por los que tienen que pasar las naciones que quieren conducirse por los caminos de la democracia.

El tercer día amaneció con salvas de cañones y comodoros de gala, militares perfumados ; los médicos sonrientes y los abogados sonrientes y todos sonrientes estaban a punto de echar a andar las ruedas del país cuando en el desfile de carros alegóricos, Fidel Castro se apareció en un trono como gobernante eterno de la nueva República de Cartania.