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Había una vez una sirena que tenía una larguísima melena rubia. Al menos, tuvo el pelo rubio durante un tiempo. La sirena paseaba de acá para allá en el fondo del mar. De vez en cuando, la sirena asomaba la cabeza para ver el sol, la luna y las estrellas.
Un día, la sirena oyó a unos niños reír. Como era muy curiosa, se acercó a la orilla. Cuando los niños la vieron la invitaron a jugar con ellos.
—Juego con nosotros, sirenita —dijo uno de los niños.
—Está bien, pero no puedo salir del agua —dijo la sirena.
—Nosotros podemos ir hasta donde estás tú, pero no te vayas más allá, que no hacemos pie —dijo otro de los niños.
Y así, la sirena y los niños estuvieron jugando mucho tiempo. Jugaron a la pelota, a recoger objetos de colores buceando, a perseguirse haciendo todo tipo de cabriolas y a muchas cosas más.
Pero después de un rato la sirena empezó a sentirse mal.
—Eso es el sol, que te ha calentado mucho la cabeza —dijo uno de los niños.
—Remójate la cabeza para que se te refresque mientras voy a buscarte mi gorra de repuesta —dijo otro de los niños.
Cuando la sirena salió del agua con la cabeza más fresquita se sintió mucho mejor.
—Toma, la gorra —dijo el niño.
La sirena se la puso y siguieron jugando un rato más.
Esa noche la sirena se quedó dormida enseguida, porque estaba muy cansada.
Días después a la sirena empezó a picarle mucho la cabeza. El picor era horrible. No sabía qué hacer para aliviarlo.
—¿Les pasará a mis amigos lo mismo? —se preguntó.
Muy preocupada por ellos, y sin dejarse de rascar, la sirena volvió a la playa. Allí encontró a los niños.
—¿Estáis bien? —preguntó la sirena mientras se rascaba la cabeza.
—Con un horrible picor de cabeza, como tú —dijeron los niños.
En ese momento llegaron las mamás de los muchachos y les rociaron con un spray verde. En cinco minutos la cabeza les dejó de picar.
—Misión cumplida: piojos fuera —dijeron las mamás.
—A nuestra amiga la sirena también le pica la cabeza —dijeron los niños.
Las mamás se metieron en el agua y rociaron la hermosa melena rubia de la sirena con el spray.
—¡Funciona! —dijo la sirena. Pero algo debía ir mal, porque todos la miraban con cara rara.
—Tu… pelo —dijeron los niños.
La sirena puso su melena hacia delante.
—¡Ahora es verde! —gritó.
—A lo mejor cuando se moje se quita y vuelve a ser rubio —dijeron los niños.
La sirenita se metió en el agua y nadó durante horas. Pero el pelo no solo perdió su color verde, sino que este se volvió cada vez más oscuro.
La sirena ya no volvió a recuperar su pelo rubio, pero con el tiempo dejó de importarle. Ahora tenía el pelo más original de todo el mar. Y, como lo tenía tan largo, podía camuflarse, ya que parecía que se envolvía en algas.
Ahora la sirena sabe dos cosas. La primera, que hay que adaptarse a lo que venga, porque de nada sirve llorar por lo que se ha perdido. Y la segunda, que no es buena idea ponerse las gorras de los demás (por si vienen con sorpresa).
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