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La sirena y el delfín

LA SIRENA Y EL DELFÍN

Llevaba horas y horas esperando sobre el acantilado. Había nadado sin descanso, había recorrido cientos de singladuras, fiordos, océanos, islas y continentes, buscando, buscando.

Las olas batían con furia las rocas y los peces saltaban alegremente para divertirse y de paso admirar la belleza de la sirena, aunque ella no lo advertía, pues su atención se dirigía a otra cosa y su pensamiento volaba sobre la espuma y los gritos de las gaviotas.

Infinidad de especies marinas habían desfilado ante ella para pedirla en matrimonio, pero la sirena los fue rechazando uno a uno mientras acicalaba sus cabellos de algas con diadema de corales.

Pasaron tiburones que la aterrorizaban con sus dientes, atunes que la aturdían con su prisa, besugos que detestaba por su vulgaridad, sardinas que rechazaba por su pequeñez o ballenas por su tamaño.

Morsas, focas, pulpos, mariscos, boquerones, cachalotes, serpientes marinas y caballitos de mar pasaban ante ella y se volvían por donde habían venido, no con el rabo entre piernas, porque algunos de ellos no lo tenían, pero sí que abatían sus aletas o colmillos.

La oscuridad se iba a cernir sobre el acantilado y el Sol teñía el horizonte con el polvo rojo de la tierra , mientras la Luna eperaba al otro lado del Mundo su turno para engañar a los seres humanos. La luz del horizonte se iba tornando lila y la negrura avanzaba.

Los animales marinos, frustrados , se disponían a retirarse a dormir, pero ¿ a dónde ?, pues no se sabe si en el el fondo de los mares existe un sitio donde peces y cetáceos se acuestan a dormir.

La sirena sí. Ella iba a retirarse a su lugar, al lugar donde habitan los sueños de los niños y de los que conservan su alma infantil, al lugar secreto donde moran las ilusiones.

Recogió su cola plateada, tensó su cuerpo para lanzarse al vacío, cuando de pronto, una risa la detuvo. Era un delfín. Un hermoso delfín. Su lomo brillaba. Aleteó, palmeó, surcó el agua vertiginosamente, en difícil equilibrio vertical, sujetándose con su cola, dio varias vueltas de campana y realizó todas las monerías que un delfín juguetón sabía hacer, hasta que , un poco


cansado, reposó su cabezota sobre las escamas de la sirena.

Ella acarició su lomo, le sonrió y le miró a los ojos. Él la obsequió con una canción plena de silbidos y grititos. Ella le contestó con la canción que guardaba para él y sólo las gaviotas entendieron su lenguaje.

Saltó al agua y al hundirse su cuerpo en las olas, millones de prismas se elevaron en el aire, cuando las gotas de agua se expandieron como universos de luz.

Sus cuerpos describieron arcos plateados en el claroscuro del anochecer, mientras la Luna contemplaba envidiosa su idilio.


FIN
Datos del Cuento
  • Categoría: Sueños
  • Media: 5.11
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