Cada miércoles, después de comer, nos reunimos un grupo de amigos en rededor de una mesa redonda en un café que está situado en Gran Vía chaflán Balmes. Habitualmente acostumbramos a ser ocho o diez contertulios de las más diversas profesiones, cuyas edades oscilan entre los veintiocho y treinta años. Los temas de conversación son tan variados como puedan serlo los diversos aspectos que nos depara el cotidiano vivir. No obstante, por autoexclusión, procuramos eludir todo lo concerniente a religión, ya que afecta a un sentimiento tan íntimo y personal que nuestra consustancial formación cultural nos veda el abordar. Pero por encima de todas las cuestiones tratadas, discutidas y analizadas la que indefectiblemente está siempre presente es: la mujer. No en el sentido metafísico o cultural. Si no en el más rupestre de hembra provista de tetas y culo.
Arcadio es el que hoy se ha rezagado. Al entrar en el café, coge una silla, se sitúa en el hueco que le hacemos al rededor de la mesa, y eufórico y con exultación nos lanza:
-¿A que no sabéis que me ha ocurrido?
-Hombre, Arcadio, doy fe de que lo vas a contar -apostilla Recalde, el Notario.
-Bueno, sin cuchufletas -se amosca un tanto Arcadio. Volvía de la fábrica en metro, cuando el vagón ha dado un fuerte sopetón y una morena se ha precipitado en mis brazos. Yo he tenido el tiempo justo de afianzar los pies y cogerme a lo más sobresaliente de lo que se me venía encima. Y puedo declarar, atestiguar y certificar, señor notario, que lo más sobresaliente eran dos tetas duras y rollizas que apenas podía abarcar con las manos.
-Supongo te habrás excusado de tu osadía -indaga comedido Joaquín, el Juez de primera instancia.
-Sí, para esas delicadezas estaba... Casi pegados, con las caras tocando, le he preguntado si me acompañaba a comer. La moza, que me ha dicho la llaman Lolita, después de desprenderse del abrazo, me ha examinado de arriba a bajo como si fuera una tratante de caballerías.
-Supongo que te habrá dicho que no -anticipa el bueno de Miguel, que está enchufado en el gobierno militar.- Porque no conociéndote...
-Pues te has colado de medio a medio, Miguelito. Me ha dicho que sí. Pero ha puesto una condición.
-Que te vistas el esmoquin -bromea Ricardín, el mas jovencito del grupo, recién nombrado abogado del estado.
-También tú la yerras, Ricardín. Me ha dicho que acepta si la llevo a un restaurante de lujo.
-Ya sé donde la has llevado. Pues conociendo tu esplendidez habrás ido a tiro hecho. Seguro que le has propuesto Le Meridien. Menú a precio fijo. -Augura el ingeniero Medina, director de una fábrica de electrodomésticos
-Esta vez, Medina, lo has acertado. Ahí hemos comido -ratifica Arcadio.
-Y ¿ahí acaba la aventura? -Indaga todo pesaroso Luis, el médico, que no abierto la boca en todo el rato.. -Yo esperaba algo más sustancioso de esta relación. Para ese viaje no precisabas albarda. ¡Vaya Casanova que estas hecho!
-No. En absoluto. La aventura aun tiene que comenzar. Hemos quedado en encontrarnos esta noche a las nueve para ir a cenar. Y me duele, Luis, que me compares con Casanova. Bien sabes tú que ese pobre infeliz no era más que un pagano, que hasta cuando se acostaba con su hija tenía que aligerar la bolsa, y un gígolo que se acostaba con viejas que tenían que pagarle a él. La comparación es ofensiva, pues yo todavía no he pagado a ninguna mujer para acostarse conmigo...
-De lo que te felicito -replica con seriedad Luis. - Pero como médico te aconsejo que esta noche vayas bien provisto de preservativos y luego te laves con esmero.
-Jóvenes, a pagar. -Anuncia Recalde.- Que ha llegado la hora de irnos.