Llegué, mis enemigos nos estaban esperando, no fue fácil saber su estrategia ¡Todos son tan iguales! vestidos de verde, rapados, con el mismo calzado: negro. Pero nadie es perfecto, uno estaba dirigiendo a todos, como si fuera su dueño, su capitán, claro el es el capitán.
Estamos conociendo el terreno, en estos territorios tan extraños en todo desconfiamos, la luz que nos da el sol es muy tenue, y como está atardeciendo tenemos que prender las luces aunque nos delate con el enemigo.
La batalla va a dar comienzo, digamos en unos tres minutos, eso me dice mi compañero de al lado.
Según los planes que ideamos en el centro de control, nos desplazaremos de la siguiente manera: la primera línea de avanzará hasta el fondo del campo para detener a los que me quieran atacar, yo trataré de llevar el control de la situación, y los que vendrán detrás de mí harán la defensa.
Me acaba de comunicar el Jefe que si no ganamos esta batalla, me va a quitar mi compensación económica que he tenido por los 13 años de preparación y entrenamiento, además no me permitirá salir de mi país por tiempo indefinido. Me da permiso para abortar. Aceptaré la misión, no me importan las consecuencias.
La lucha empezó, fue muy sangrienta, el capitán del otro bando, me dio un golpe en el brazo, que hasta ahorita lo tengo inmovilizado, ¡claro, no me lo hubiera dado, si no lo hubiera agarrado a puñetazos!
Al final perdimos el partido, todo por no entrenar adecuadamente, y estar de sucios, mi papá ya no me da mi domingo ni me deja salir tan siquiera a la tienda. Todo por un pinche partido de básquetbol.
© HUGO ANGEL CERVANTES MARTÍNEZ