Me sumí en un cuarto de carne y sangre porque ya no tenía mas adónde ir. Y en este sacro lugar le pedí ayuda, salvación al Señor. Mi vida estaba seca, vacía, terriblemente hambrienta de algo que no encontraba en ningún lugar ni persona... Entonces escuché el aliento del Señor y sentí sus pasos acercándose hacia mi cuarto de carne y sangre, y cuando estuvo frente a mí sentí una fuerza, una energía que me hizo inclinarme hasta tocar mi frente con la punta de sus pies... y allí encontré el descanso, el único descanso que mi alma anhelaba. Sentí la paz... Quise mirarle, decirle gracias, pero no pude, aquella energía luminosa no permitía que alzara mi rostro ni mi única faz... No podría decir cuanto tiempo pasó, pero cuando sentí que aquellos pies se alejaban de mí, pude levantar mi rostro, mi única faz… Abrí los ojos y salí del cuartillo de carne y sangre. Fue tan tierno que, a pesar que ya han pasado tantos años y mi vida se va a pagando, ahora que estoy en el umbral de la muerte, siento aquellos instantes como los más hermosos de toda mi vida... Quizá ahora que mi lámpara se apaga pueda venir nuevamente el Señor, y esta vez, ya sin rostro ni cuarto de carne y sangre, pueda verle cara a cara y decirle gracias, muchísimas gracias por este regalo, por esta vida que no es nada mas que una plegaria...
San isidro, febrero de 2006