En un inmenso pastizal sentada sobre su nido estaba una solitaria codorniz, ella, en su viaje migratorio había venido desde muy lejos y construyó su nido en el suelo para empollar sus huevos ocultos entre los secos matorrales.
Una tarde de un mes de julio, la cálida brisa empujada por el ardiente sol, prendió la chispa de un incendio forestal, convirtiendo en un infierno el reseco pajonal.
Todos los animales, huyendo de las llamas, salían despavoridos, y sólo ella, la valiente codorniz soportó en silencio el calor de las llamas, con sus alas encogidas y su corazón de madre desplegado al viento, defendiendo los cinco huevos que guardaba en el nido.
Al terminar el incendio, entre humareda y cenizas salió ella, milagrosamente sana y salva, y cuándo se levantó para caminar parecía un pequeño montón de cenizas, que se movía entre los escombros que había dejado el incendio y que nadie supo cómo, pudo recobrar la vida con su ceniciento plumaje y sus huevos manchados, como triste recuerdo de aquel incendio, que pintó a la codorniz su característico plumaje como premio a su valentía.
Muy bonito el cuento. Ojalá y todas las madres fueran así de responsables y dedicadas a sus hijos, pues el hogar es la base y el reflejo de la sociedad.