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...con el fin de poder hacer frente a la enfermedad
del siglo XXI. Cómo usted bien sabrá, en las ciudades con grandes concentraciones de
población, hay un alto porcentaje de casos de depresión, estrés, lo cual deriva en
problemas alimenticios, musculares, de socialización, repercutiendo todo en una
saturación de los hospitales, centros mentales y un largo etcétera. Por lo que la Fixina,
al igual que a nuestros soldados, les ayuda a solucionar o reducir en lo máximo estos
síntomas. Pero mi señor, a Silvana y a Zacarías les fue inyectado un derivado de Fixina
para ver como lo metabolizaban sus organismos, esto ha sido hace unas tres semanas.
La cantidad de Fixina que les hemos inyectado, por alguna extraña circunstancia que
aun desconozco, se ha duplicado en su sangre, produciéndoles intranquilidad,
agresividad e insomnio. ¡Y ahora ese medicamento está en la calle! – Concluyó el
teniente en un tono alarmante.
-Teniente, teniente, teniente… tranquilícese. ¿No se da usted cuenta que si la Fixina
fuera perjudicial para las personas ya nos habríamos enterado?, según usted, les
administró el fármaco a los monos hace tres semanas y hasta hoy, supuestamente, no
les ha entrado ese brote que usted cuenta, y el fármaco lleva en el mercado cuatro
meses, y por el momento no han llegado noticias de ningún incidente – dijo el General
Perskin como quien dispara un dardo tranquilizante.
-Con su permiso, personalmente creo que ese fármaco nunca debió haber sido
sintetizado y preparado para utilizarse y mucho menos vendérselo a una empresa
farmacéutica. Si mal no recuerdo, no soy la única persona que está en desacuerdo con
los resultados obtenidos del proyecto Cedar Mill, el General Frank Ronalson, cuando
concluyó sus investigaciones tenía serias dudas en dar luz verde al proyecto – dijo el
teniente en un tono amenazador.
-¡Teniente! No quiero que vuelva a mencionarme ese nombre, ¿le queda a usted
claro?, le agradezco que haya venido a contarme el incidente sucedido. Pero como ya le
digo yo, no debe darle más importancia de la que tiene. Y ahora, si es tan amable de
salir de mi despacho – concluyo el General no invitando a pronunciar una palabra.
Howard sabia que por su bien no debía continuar la conversación, por lo menos en este
momento, así que giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta.
Eran las siete y cuarto, Howard se dirigía de vuelta al laboratorio a paso algo acelerado,
en su cabeza no paraban de dar vueltas las últimas palabras que había pronunciado el
General. El teniente empezó a pensar que quizás tuviera razón Perskin y el fármaco por
alguna extraña razón, solamente había afectado a los simios. Pero no le acababa de
cuadrar la reacción del General ante el nombramiento de Frank Ronalson.
Todos en la academia sabían que Ronalson había sido un hombre de ciencia, un
hombre de gran contribución para este país y podía decirse que para el mundo entero.
Tras el horrible accidente que había tenido con su coche, el que le causo la merte, se
mando a construir la estatua de piedra que había en el patio, y todos los días a las seis
de la tarde se le hacia un saludo por parte de los soldados en honor a su nombre y
trabajo.
Howard llegó al laboratorio y prosiguió con sus tareas, pero al cabo de un breve
periodo de tiempo soltó el matraz aforado que tenía en la mano y se dispuso a salir del
laboratorio. Siendo el primero de su graduación en la escuela de Química molecular no
podía admitir una teoría sin antes buscar pruebas que la confirmasen y por eso se
encamino hacia la sala de archivos y base de datos.
Se presento ante una puerta metálica que poseía un cristal que ocupaba más de
la mitad de ésta, con un letrero en el medio en el que se leía: Base de datos de la A.M.E
(Administración Militar Estatal). El Teniente abrió la puerta escuchando el sonoro
chirrido de las bisagras mal engrasadas y entró. En su interior había una mesita con un
florero con cuatro claveles de plástico, los cuales llevaban allí desde que Howard fue
destinado a estas instalaciones hace ya 8 años.
Howard fue recibido por un oficial administrativo de aspecto poco intimidatorio,
su metro cincuenta y cinco y sus no más de sesenta kilogramos no jugaban un gran
papel a su favor, pero el Teniente solo quería buscar información de la forma más
discreta posible.
-Buenas tardes Teniente Howard – dijo el oficial con una gran sonrisa.
-Buenas… Brus, ¿Qué tal va todo? – le respondió Howard.
-Bien, ya sabe como es esto, aquí viendo como vuelan las moscas para intentar no
aburrirme demasiado – dijo el oficial y después soltó una pequeña carcajada.
-Entonces he acertado en el momento de venir, necesito que me hagas un gran favor:
ve al almacén de archivos destinados al Condado y busques toda la información posible
sobre la composición del motor de los carros de combate Z2-45 Patriot, y el porqué
dejaron de utilizarse – dijo el Teniente con cara de urgencia.
-Deme unos minutos y le traeré lo que está usted buscando – afirmo el oficial.
El oficial se levanto de su silla y se dirigió hacia la puerta que llevaba a un
almacén en el cual se encontraban todos los archivos de ámbito militar concebidos
hasta la fecha. Howard sabía que Brus tardaría más de veinte minutos en encontrar la
información que le había pedido, así que espero a que desapareciera tras la puerta y se
dispuso a sentarse en el asiento que antes ocupaba el oficial.
Con una sonrisa malévola, como aquel que engaña a un niño para quitarle un
caramelo, se encamino a buscar información en la computadora situada encima de la
mesa. Empezó buscando por el Proyecto Cedar Mill, pero la información que contenía
la computadora no hablaba de ningún incidente conocido, por lo que tendría que filtrar
mas su búsqueda Buscó sobre los incidentes conocidos en el periodo de tiempo el cual
tuvieron que hospitalizar a los nueve soldados destinados en África. Tras esperar a que
el programa de administración localizara la información y la mostrara en pantalla el
Teniente se llevo la mano a la cabeza como símbolo de agotamiento psicológico, al
cabo de unos segundos, salió en la pantalla lo que el estaba buscando, toda la
información sobre el extraño incidente de los nueve militares. Ponía sus nombres,
edades, lugares de nacimiento, fechas del accidente, pero no concretaba nada más que
le sirviera de ayuda.
Howard no iba a tirar la toalla tan fácilmente, era un hombre optimista, y ahora
poseía los nombres de los militares accidentados y su actual lugar de residencia, así que
tras meditar unos instantes se dispuso a ir a la zona de Crionización...
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