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Categoría: Misterios

La vida en las grutas

En la escarpada loma vertical de un acantiladoconcluye en el lado opuesto de un valle rodeado de colinas; allí vivimos. En realidad se trata de un quebrado entre el verde esperanza de las colinas que dan al mar, al menos esa es la impresión que he tenido en las ocasiones en que he mirado hacia nuestra casa desde una de aquellas colinas en las pocas veces que me he aventurado a buscar alimentos fuera de las grutas, ya que por lo general buscamos la comida en el mar, donde rompen las olas contra las puntiagudas rocas, y allí es donde es más abundante porque accedemos por rutas impracticables para cualquier forma humana, y por supuesto para ti.
Ciertamente nadie apostaría a que allí vive alguien debido a lo extremo de las condiciones, pero eso no es cierto, como puedes ver, pues nosotros vivimos precisamente en el corazón de las grutas. Se trata de una red de cuevas, pero en realidad todas son la misma, pero si tú llegaras hasta allí, cosa improbable en todo extremo, te confundirías hasta la locura con la inmensidad de la profundidad de las grutas ignotas.
Sobre mi vecino no sé nada con certeza, y a decir verdad jamás lo he visto, pero tengo `por cierta su existencia. A veces, en la noche, cuando regreso cansado después de alimentarme y me estremezco de placer al saborear la intensa humedad que allí reina y que nos protege (casi se respira agua pura) y me tiendo mecido por los sonidos opacos del fondo marino, puedo escucharlo. Escucho su existencia. Generalmente se trata de murmullos e imprecisiones, trasiegos ambiguos; éstos al principio me hacían dudar sobre la realidad de su existencia y divagaba entonces hasta que yo mismo me decía que aquellos sonidos no eran más que interpretaciones bizarras de mi soledad, pero de golpe volvía a sentir esos gemidos y murmullos y entonces no encontraba otra explicación más razonable que la existencia real de algún ser en algún vericueto secreto de las grutas, e incluso me enfadaba conmigo mismo por haberlo dudado aun siendo tan evidentes las señales. Como comprenderás, estos razonamientos me atormentaban cada noche, y hubiera seguido así de no ser porque un día por fin me fue revelada su existencia sin ningún género de dudas: una de tantas noches, consumido por el continuo murmullo, de pronto escuché una pregunta directa que parecía provenir de todas direcciones: "¿Hay alguien más en esta gruta del demonio?"; entonces me quedé paralizado preso de una excitación inmensurable; no sabría decir cuanto tiempo permanecía así, pero indefectiblemente llegó la hora de ir a buscar comida, algún cangrejo descuidado, sí, con eso puedo aguantar un día entero.
Aguardé a que anocheciera de nuevo y me acurruqué en un rincón de excelente acústica y... ¡se volvió a repetir la pregunta!, y otra noche, y otra..., así hasta que al fin me decidí a responder a mi manera: cuando él preguntaba yo entonces me movía haciendo ruido premeditadamente para darle noticia mía; otras veces canturreaba descuidado una canción o carraspeaba con fuerza para, acto seguido, enroscarme riendo como un niño y me dormía con la certeza de que él ya sabía que tenía un igual en aquellas profundidades; sin embargo nunca le contestaba directamente.
Con el tiempo yo también pregunté algo, pero él tampoco contestaba pagándome con mi misma moneda, pero al fin llegamos a una especie de acuerdo cordial; por azar una vez le dí las buenas noches y fui contestado, y con el tiempo esto se convirtió en invariable: "Buenas noches", "Buenas noches". A veces, cuando salía en busca de alimentos por alguna de aquellas rutas impracticables de rocas afiladas y resbaladizas, me preguntaba si mi vecino tomaría los mismos caminos, y así estuve días enteros registrando palmo a palmo cada sendero secreto de mi repertorio en busca de señales suyas, de rastros, de huellas, pero no pude encontrar alteraciones, cosa que si hubieras hecho tú sería visible desde cualquier ángulo de nuestro universo, créeme; por esto es por lo que supuse que mi vecino se las arreglaba para buscar también su comida en las verdes colinas a las que yo todavía no había tenido el valor de asomarme, y por eso también empecé a valorar la posibilidad de que gozara de otras habilidades aparte de las mías, por lo que un día me decidí a salir a buscar comida yo también allí fuera. Pero nunca me sentí cómodo allí, y por supuesto la calidad de lo que se podía encontrar no me satisfizo. Aún así, salía a veces, a pesar de que eesto resultaba un peligro al que caprichosamente me exponía; recuerdo que una vez, cuando estaba a punto de escalar las últimas rocas y tocar la verde hierba, escuché la voz de varios cazadores: "¡Sal de ahí antes de que te matemos, disparar!", me quedé paralizado por el terror, atenazado. Tan sólo me dio tiempo a incrustarme en una pequeña hendidura, la última antes de la colina, entre las rocas. Allí, tembloroso, llegué a sentir las pisadas de las botas de los cazadores tan sólo a unos centímetros de mi cabeza. Después se alejaron unos pasos, pero al instante sonaron varias terribles detonaciones. ¡Oh, si pudiera describir el horror de las detonaciones, tan cercanas a mí! Creía que se iba a hundir la colina encima de mí para aplastarme en el mar, pero enseguida escuché las botas apresuradas. Permanecía allí sin variar mi posición hasta que se hizo de noche y tuve la certeza de que ya se habían marchado, y sólo entonces me escurrí hasta el rincón más oscuro de las grutas y comencé a sollozar hecho un ovillo. Era claro que había posibilidades de que aquellos cazadores hubiesen acabado con mi vecino, pues había un silencio sepulcral, y tanto él como yo sabemos que no hay otros seres vivos en estas rocas negras. Pasé angustiado varias horas hasta que, casi desesperanzado, le di las buenas noches. Me respondió al toque. ¡Oh, qué reconfortado me sentí entonces!, ¡me moría de ganas de preguntarle acerca del incidente con los cazadores! Pero sabía que no obtendría respuesta y dejé seguir el curso de las cosas aspirando por todos los poros de mi piel la medicinal y reconfortante humedad.
Desde entonces todo transcurrió con normalidad. Alguna vez pensé que cuando yo escuchaba que me contestaba "Buenas noches" esto no se debía sino al eco de mi voz y me preguntaba si en realidad habías errado el disparo, o, en un último giro extraño, me costaba creer que tanto él como yo no reposáramos ya, juntos, en tu cazuela.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
  • Media: 4.8
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