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Voy a contar una historia, donde puede apreciarse la deformación humana o tal vez la falta de sensibilidad de la raza hacia lo que suponíamos que era poco menos animal, ya que el hombre siempre así lo considero como ejemplo instructivo frente a la Sociedad que ha legislado nuestras leyes.
“Cierta vez, en una aldea lejana, encontramos frente a un lecho de muerte, a un médico de cabecera, al hijo de la futura difunta y a esta, en su camastro. Una anciana ya vencida por la vida, tranquila y resignada al traspaso para el otro mundo, a la edad de 92 años, miraba y escuchaba el dialogo entre el médico y su hijo, que estaban discutiendo airadamente sobre las últimas horas en este increíble mundo de la muy pobre e ignorada mujer.
El médico le solicitaba al hijo, cuyo nombre era Torcuato, que asistiera con su presencia al inmediato desenlace de su madre con la vida terrenal, mientras Torcuato le retrucaba que justamente en esos momentos debía levantar la cosecha, pues el excesivo calor reinante podía quemar el bien capital de tantos meses de labor.
El sol reinante afuera de la habitación era abrasador y se ensañaba en querer entrar en la vivienda y emanaban los olores del campo que circundaban la casa con el típico aroma a trigo y alfalfa irritados por algunas mangas de saltamontes que buscaban mordisquear las tiernas hierbas. El médico no lograba hacerle entender al testarudo y afanado Torcuato que la indefensa anciana no podía quedar sola en ese estado terminal, pero a su vez tropezaba con la intransigencia de la avaricia que sostenía el hijo.
-¡Va a morir de un momento a otro! le gritaba indignado el galeno.
-¡Qué opinas tú, madre querida! rechinaba Torcuato mirando a la vieja.
La moribunda mujer torturada por la avaricia de su hijo, le decía con los tristes ojos que cumpliera su deseo de recoger el trigo y la dejara morir sola en la lúgubre pieza.
El médico, que había acompañado a la familia durante casi una vida, se enfureció y golpeando el suelo con su zapato le infirió:
- Es Ud. Teodoro, un bruto en potencia y no le permitiré que haga tremendo salvajismo. Si en realidad considera sumamente necesario recoger esa maldita cosecha, al menos vaya a contratar a la vieja Josefa, que se dedica a tomar el cuidado de enfermos y fallecientes a cambio de algunos pesos. Si no me obedece mis suplicas, lo dejare morir como a un perro cuando llegue a enfermar, me entiende o debo repetírselo nuevamente?
El campesino, un hombre corpulento, de gestos lentos, torturado por el miedo que le impacto el médico y por el amor atroz al ahorro, dudaba en la decisión, calculaba y murmuraba en voz alta: ¿Cuánto cobrara la Josefa?
-¡Yo que sé! le gritaba el médico. Todo depende del tiempo que Ud. la contrate. Haga un trato con ella, pero que no se demore más de una hora, ¿me ha entendido?
El infeliz de Teodoro se decidió: Ya voy, ya voy, no se enoje, señor médico.
El médico se retiró repitiéndole: ¡Tenga mucho cuidado Teodoro, que yo no bromeo cuando estoy realmente enojado!
Teodoro, quedo solo junto al lecho de su madre y con voz resignada le dijo:
-Voy a buscar a la vieja Josefa, ya que el médico lo ha solicitado. No te muevas hasta que regresemos, espéranos en calma.
Capitulo 2
La Josefa era una vieja perversa, envidiosa, con una avaricia tal que su codicia le hacía ver todo “de color dinero a cambio de”. Era planchadora de profesión, pero hacia lo que fuese para conseguir un poco más de plata. La plancha le había curvado las espaldas, como si los riñones se hubiesen roto en trozos sobre el resto de su cuerpo. Se comentaba también que la agonía ajena le producía una especie de amor monstruoso y cínico. No hablaba de otra cosa que de muertes y que había concurrido a todas las variedades de fallecimientos, sabia de los sufrimientos con tal meticulosidad de detalles que era monstruoso escucharla.
Cuando Teodoro irrumpió en su casucha, la encontró preparando un brebaje para una de sus víctimas.
Rápidamente le proporciono los datos de su visita y la necesidad urgente de su madre en su profesional compañía.
La vieja retiro las manos del caldero donde estaba preparando la pócima de color azulada y transparentes, sus dedos eran largos y delgados donde se apreciaban las largas uñas de color negruzco.
-¿Tan mal se encuentra? le pregunto con una súbita simpatía.
-El medico dijo que tal vez no pase de esta noche, contesto Teodoro.
-¡Entonces se encuentra jodida tu madre! dijo la vieja Josefa.
Teodoro dudo unos instantes, pues necesitaba encontrar algún que otro preámbulo para solicitar la propuesta. Pero al no encontrar palabras que le fluyeran libremente de su mente convulsionada, largo de un solo golpe:
¿Cuánto me cobrara por cuidarla hasta el final? Ud. ya sabe que no somos ricos, no puedo pagar ni una sirvienta para los aseos de la vivienda, siendo ese el principal problema por el que se encuentra así mi madre. Demasiado movimiento, demasiado cansancio, la pobre trabajaba con sus 92 años como si fueran diez. Hoy ya no se encuentran personas tan laburadoras.
La vieja Josefa fue clara y concisa, para contestarle rápidamente:
- Yo tengo establecidas dos tarifas y son la siguientes:
-Por cada día de cuidado le cobrare 50 pesos y otros 50 pesos si debo quedarme por la noche. Por ser Ud. un hombre pobre, le cobrare la mitad de la tarifa.
El ignorante campesino, comenzó a sacar cuentas, reflexionando que conocía demasiado a su madre, esta era tenaz y no se entregaría muy fácilmente, sabía que era fuerte y la cosa podía prolongarse por muchos más días de los previstos, pese a la opinión del médico, la separación del alma del cuerpo, podía dilatares a más de ocho días.
-Mire doña Josefa, yo preferiría que me hiciese un paquete completo, o sea hasta que se produzca el corte final. Debemos arriesgar, si muere enseguida, Ud. se beneficia y es peor para mí, pero si se muere mañana o pasado, mejor será para mí y peor para Ud., le parece?
La vieja Josefa lo miraba sorprendida, ya que nunca había hecho un contrato a precio alzado. Dudaba y sospechaba que la quería engañar con la sugerencia, eran ambos un par de irresolutos avaros.
- ¡No podré decirle nada, hasta que no vea a su madre!, dijo la usurera vieja bruja.
-¡Vamos a verla de inmediato! respondió el campesino Teodoro.
La vieja Josefa se secó las manos y partió detrás del ansioso aldeano. No hablaron en casi todo el recorrido, el andaba a grandes zancadas y la vieja corría tras sus pasos; ya estaban llegando a la vivienda y en la mente de Teodoro se manifestaba la duda. ¿Y si ya está muerta?
Capítulo 3
Llego jadeante, abrió abruptamente la puerta e inmediatamente pudo comprobar que su madre aun respiraba. La pobre anciana aún no había muerto, mientras sus tristes ojos vidriosos observaban los ya dispersos movimientos alrededor de su apoltronada cama de muerte. Permanecía boca arriba, con sus huesudas y nudosas manos sobre la colcha color violeta, parecían dos cangrejos deformados por los reumatismos, la fatiga y los trabajos incansables que habían realizado.
La vieja Josefa, se acercó para escucharla respirar, le pregunto alguna cosa, para oír su voz y así dar el diagnostico afín a la propuesta.
Su opinión ya estaba formada, la viejita no pasaría de la noche. Pero cuando Teodoro intento saber su opinión, esta le dijo que su madre era muy fuerte y tal vez durara algunos días más.
-¿En definitiva, cuanto me hace por el cuidado? dijo alterado el hijo.
- Bien, supongamos que dure tres días. El convenio será de 300 pesos!
-¿Como dice? ¡Se ha vuelto totalmente loca, 300 pesos no los tengo!
Así estuvieron discutiendo durante varios minutos frente a la anciana, que miraba la contienda fundada en su muerte. Ambos eran demasiado obstinados para dar el brazo a torcer.
La vieja Josefa amago con enfilar hacia la puerta y acabar la conversa, pero el desesperado Teodoro, mirando de reojo a su madre, tuvo que aceptar las condiciones impuestas por aquella malvada bruja.
-¡De acuerdo, le abonare los 300 pesos, pero todo incluido!.
Ya solucionado el entuerto, beso a su madre y le soltó al oído:
-¿Viste cuánto te quiero viejita? Y salió a las zancadas a cosechar su trigo, ya acamado en el suelo bajo el intenso y quemante sol.
Capítulo 4
La vieja Josefa, ya instalada junto a la cama de la viejita, había traído trabajo alternativo, pues mientras tanto realizaba tareas contratadas para otras familias que necesitaban de su quehacer. En definitiva los moribundos no necesitaban máximos consuelos, ya que estaban muy conscientes de sus últimas horas en este mundo.
De pronto, miro a la anciana y le pregunto a quemarropa:
-¿Doña, ya ha recibido los últimos sacramentos cristianos?
La viejita, dijo que no, moviendo la cabeza hacia ambos lados. Josefa que era muy creyente y devota, salto de su silla y pegando un grito:
- ¡Dios mío, Dios santo! ¿Sera posible tal herejía? Voy de inmediato a buscar al cura párroco, trate de no morirse mientras tanto!
Salió corriendo de la vivienda y partió hacia la capilla, que estaba muy cercana al lugar. Entro a la capilla como un rayo y arrodillándose a los pies del cura, le suplico que la acompañara para suministrar los santos sacramentos a una moribunda terminal. El cura entendiendo el noble pedido, se colocó su sombrero de paja, su amito y corrió detrás de la vieja Josefa, no sin antes llamar con un grito al joven acolito que se hallaba lustrando unas portas cirios.
Los 3 acalorados individuos iban corriendo por las calles del pueblo, mientras los transeúntes y vecinos que los veían pasar, se persignaban y se sacaban sus sombreros al paso del acolito, que iba tocando las campanillas que anunciaban el paso de Dios por el campo tranquilo y ardiente.
El pueblo estaba perplejo y todos querían saber hacia dónde se podía dirigir aquel trio, que los desconcertaba en su carrera alocada por los campos aletargados por el calor reinante. Las mujeres que lavaban sus ropas en las aceras no dejaban de santiguarse y las gallinas que corrían asustadas a lo largo de las cunetas, balanceándose sobre las patas hasta llegar a algún agujero y escapar de tal vorágine. Un potro amarrado en un prado se asustó y comenzó a tirar coces a diestra y siniestra, con los perros callejeros corriendo detrás del monaguillo que iba arrastrando su sotana roja, mientras repiqueteaba las campanillas. El sacerdote con su cabeza inclinada sobre sus hombros y su sombrero de paja ladeando al costado, lo seguía a grandes zancadas. La vieja Josefa los seguía sin prisa ni pausa, con la lengua fuera y traspirando la gota gorda, con las manos juntas como si estuviese frente al altar.
Desde el campo sembrado, Teodoro vio el alboroto que sucedía frente a su vivienda y se preguntó que estaría sucediendo. El peón, a su lado, un poco más espabilado le respondió: ¡Le estarán llevando el bueno de Dios a tu madre!. Sin sorprenderse mucho, Teodoro pensó que era muy posible tal aseveración y prosiguió con su trabajo.
Capítulo 5
La viejita recibió los santos sacramentos, se confesó, fue absuelta y comulgo en la gracia de Dios. El cura se marchó rumbo a la iglesia y dejo solas a las dos mujeres en la casucha húmeda y asfixiante.
Fue entonces que la vieja Josefa comenzó a mirar a la moribunda y se preguntaba si la cosa duraría demasiado. Estaba anocheciendo, el aire más fresco entraba en fuertes ráfagas por el ventanal y hacia aletear una estampa de San Cristóbal Mártir, patrono cristiano de la aldea, que se sostenía mediante dos alfileres en la cabecera de la cama. Las telas del cortinado, antaño blancas y ahora amarillas y cubiertas de manchas de moscas, parecían querer echarse a volar, querer partir, tal como el alma de la anciana. Esta, estaba inmóvil, con los ojos abiertos, parecía esperar con indiferencia la cercana muerte, que tanto tardaba en llegar. Su respiración entre cortada, silbaba de su garganta oprimida. Dentro de muy poquito habría sobre la tierra una viejita menos, que nadie ya extrañaría con dulces sentimientos.
Al caer la noche regreso Teodoro y al acercarse a la cama, comprobó que su madre aún estaba con vida y le pregunto: ¿Cómo estás?, como hacía en otros tiempos cuando ella padecía alguna indisposición.
Luego le dijo a la vieja Josefa, que volviese a las 5 de la mañana, sin ninguna demora posible, ya que debía proseguir con la sesga del trigo.
Capitulo 6
Puntualmente llego la vieja Josefa para ocupar la fiel vigilancia de la pobre moribunda. Teodoro estaba sorbiendo una sopa de verduras que el mismo había preparado. Al verla llegar, se levantó de la silla y fue a encarar la puerta de salida, cuando la vieja Josefa le pregunto:
-¿Y bien, ya se ha muerto su madre?
El también, de manera cínica, con un frunce malicioso en el rabillo de los ojos le contesto:
-¡Esta mucho mejor! Y sin saludarla se dirigió al exterior, cerrando la puerta con un leve pero sonoro portazo.
La vieja maldita, inquieta, se acercó a la agonizante, que permanecía en el mismo estado, oprimida e impasible, con los ojos abiertos y las manos crispadas sobre la colcha y ya iba haciéndose a la idea que la cosa se extendería varios días más, razón por la cual el pánico le iba oprimiendo el corazón de avara, mientras que una cólera furiosa le indicaba que aquel ladino de Teodoro la había engañado y contra la pobre moribunda que no quería dar el paso al otro mundo. Se puso a trabajar con sus cuestiones particulares, no apartando los ojos de la indigente viejecita.
Al mediodía, volvió Teodoro para el almuerzo y mirando casi burlón a la Josefa, se mostró contento y perspicaz. En definitiva, estaba recogiendo su cosecha de trigo en muy excelentes condiciones. Se sirvió un trozo de pan con una fetas de jamón y una buena copa de buen vino. Al finalizar su alimentación, retorno a sus tareas en el campo.
La vieja Josefa estaba desesperada; cada minuto que pasaba parecía un tiempo robado. Por momentos, le venían unas ganas locas de agarrar por el cuello a aquella viejita necia, obstinada y cabezota y apretarle el garguero para detener esa pequeña respiración que le robaba su tiempo y su dinero. Pero también pensaba en el peligro y como se le estaban ocurriendo otras ideas en la cabeza, las fue llevando a cabo. Se acercó sigilosamente a la cabecera de la cama y le pregunto a la moribunda:
-¿Ya ha visto Ud. al diablo?
La viejita murmuro que no le había visto; entonces la vieja Josefa le informo que en su larga trayectoria de cuidar moribundos, a la mayor parte de ellos, antes de expirar a los agonizantes, se aparecía el diablo en persona. Le comento también que traía una escoba en la mano, una cacerola en su cabeza y envuelto en una sábana blanca, lanzaba gritos aterradores. Cuando uno lo ve, quiere decir que todo ha acabado y se vive solo unos cuantos instantes más; le enumeraba a todos los que el diablo se les había aparecido delante de ella en el último tiempo: Ana Cortiñas, José Maldonado, Raquel Suarez, Nélida Martínez, Ramona Pereyra, por nombrar algunos.
La viejita que estaba muy asustada, removía sus esqueléticas manitos e intentaba girar la cabeza en torno a la habitación en busca del diablo tan mentado que le comento la vieja Josefa.
De improviso, Josefa desapareció de los pies de la cama, donde estaba sentada, tomo una sábana blanca de un armario y se envolvió en ella, se colocó una olla en la cabeza que saco de la cocina y tomo la escoba de barrer el patio con su mano derecha, y con la izquierda sostenía una sartén para hacer sonar estruendosamente.
Ni bien estuvo preparada la escena, se apareció por el costado lateral de la cama, subida en un banquito, lanzando gritos aterradores agudos dentro de la olla metálica que le tapaba la cabeza y revoleando con la amenazante escoba, como si fuera el tétrico diablo de la narración que momentos antes le había graficado a la moribunda.
Aterrorizada la pobre infeliz, con la mirada enloquecida, la viejita hizo un esfuerzo sobrehumano para levantarse y huir, sacando sus hombros y pecho fuera de las cobijas de la cama, pero luego volvió a caer sobre el colchón, dando un quejido desesperado, suspiro por última vez.
Por fin, todo había terminado.
La vieja Josefa, con suma calma, volvió a su lugar todos los objetos que había utilizado en su obra; la sábana blanca en el armario, la olla y la sartén en la cocina y la escoba en el patio trasero de la casa.
Luego se acercó al cadáver, le cerro los grandes ojos, puso sobre la cama un plato con agua y unas florcitas que recogió de una maceta en el patio y arrodillándose, se puso a recitar con sumo fervor las oraciones de los difuntos, que por su oficio, ya se sabía de memoria.
Al anochecer, cuando regreso Teodoro a la vivienda, encontró a la vieja Josefa rezando piadosamente junto al costado de la cama y de inmediato hizo un grosero cálculo, conviniendo que la vieja había salido ganado, ya que solo estuvo con la moribunda un par de días, mientras que lo contratado había sido por tres jornadas. Se despidió de la vieja Josefa y enfilo hacia el consultorio del médico para darle las buenas nuevas de que su madre había expirado en la gracia de Dios.
Hay veces que se gana y otras que se pierde, pensó lastimosamente el campesino Teodoro por su contrato con la vieja Josefa, pero gracias a los cielos, la cosecha había sido levantada con éxito!”
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