Durante horas estuvo la viejita sentada en el sillón de paja que estaba en el balcón de la vieja casucha de madera. Eran las tres de la tarde de un domingo quemado por los intensos rayos del sol.
A veces el viento soplaba suavemente y le levantaba su hermosa cabellera cubierta de nieve. Eran 90 años que estaba de visita por este mundo de los vivos.

Sus ojos estaban secos de tanto sufrir por su hijo Manuel: "Ese muchacho del alma", su tierno y dulce hijo. Allí, sentada y pensativa trata de reconstruir los años hermosos de su hijo. Excelente estudiante, amoroso, buen hijo y de seguro que sería una gran ciudadano.

Mientras recordaba su rosario de pequeñas lágrimas de cristal bajaban por sus mejillas chocando con sus tabios temblorosos y yendo a confundirse con su saliva seca y amarga d su boca.

A veces pasa uno que otro vecino y la saluba, ella sonreía con dolor en el alma. Era muy querida por el vecindario.

Sentía tanto dolor, tanta amargura, aquella horrible pesadilla que la devoraba y le robaba sus alegría. Dios no había sido justo con ella, a veces le reclamaba a los cielos el porqué de su sufrimiento, el porque ella, una anciana de 90 años tenía que cargar con aquella cruz tan pesada, tan injusta, tan cruel.

Pero siempre recordaba al Cristo de la cruz, su sufrimiento, su tortura, su muerte, entonces sentía que su carga se hacía liviana.

La tarde seguía su curso y pequeñas gotas de una lluvia fina iban a chocar contra su cara, y la lluvia del cielo y la lluvia de sus ojos se mezclaban calmando aquel dolor del alma, aquel dolor del espíritu.

¡Hola viejita del alma!.¿Está Paco?- le preguntó el Mono, el hijo de Lencho.

Y la voz temblorosa de la viejita dejó escapar un murmullo.¡Sí, está dormidito. y lo dejo descansar.

_Cuando se levante, dígale que me llame o me vea en la cancha. Tengo un negocio para él.

El silencio se tragó a la viejita y ella lo mirada con tristeza, y la viejita se mecía suavemente y suspiraba con dificultad. Y miraba al Mono, al hijo de su compadre don Lencho. Y lo iba a maldecir, a decirle no sabía cuantas cosas. sabandija que echó a perder a su hijo bueno y decente. y recordaba sus palabras de consejos:

"Mijo no te junte con ese Mono", por favor, tú eres bueno, no quiero que te pierdas".

Y volvieron las lágrimas secas, y volvieron los quejidos. su buen niño se había perdido por culpa de ese demonio.

Pero su mente ya casi no podía registrar las }mágenes, estaba perdiendo la memoria, estaba ya al borde de la muerte, le faltaba poco, ella lo sabía, lo había soñado la otra noche.

Estaba ansiosa. No llegaban. ella los había llamado hacía como media hora.

La lluvia arreciaba y su cuerpo era mojado con gotas frías y sus lágrimas eran caliente como el fuego de una antorcha. El nene duerme, se quedó dormido muy pronto.

Era lo último que recordaba. Llegó de madrugada enloquecido, todo sucio, hablando malo, bajando a Dios del cielo.¡qué terrible! se había vuelto loco, era la droga mezclada con el alcohol.

Y su niño bueno, por vez primera le gritó enfurecido, la tiró al suelo, la arrastró por el pelo. y ella paciente.tranquilo hijo mío.tranquilo.tranquilo

Recordaba que lo llevó a la cama, lo arropó y le dio un beso. y luego las lágrimas indundaron su rostro.
Se mece ahora, se mece y piensa. piensa en nada, pues se borroó su memoria. Ahora se mecía en el balcón de la vieja casa, tenía una sonrisa tétrica, sonrisa que asustaba.

Y llegó la policía, era la gente que esperaba y la tomaron por la mano y la llevaron. la llevaron al cuatel, pues había envenenado a su hijo amado.¡Perdonen le dijo llorando a una vecina, lo envenené para que no sufriera.