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Lantz

Hace mucho pero que mucho tiempo, en el pueblo navarro de Lantz, vivía un hombre llamado Ziripot.
Ziripot era muy amable y se llevaba estupendamente con sus vecinos, pero tenía un defecto: era tan gordo tan gordo que apenas podía caminar.
Por ello, se pasaba la mayor parte del día tumbado en su cama.

¿Pero cómo subsistía si no podía salir de casa?.
Con la comida que los aldeanos le traían a cambio de que les contara uno de sus innumerables cuentos.
Porque Ziripot era cuentacuentos, el mejor cuentacuentos que jamás hubiera existido.

Un día, la tranquilidad de Lantz se truncó con la llegada de dos inesperados visitantes.
Se trataba de Miel Otxin, un terrible y codicioso gigante, y un centauro amigo suyo.

- ¡De hoy en adelante este pueblo será nuestro, y sus habitantes nuestros siervos! - anunció Miel Otxin a poco de llegar al pueblo.

Luego añadió:

- Cada pastor, ganadero y agricultor deberá rendirnos tributo cada día de su vida hasta que muera.

Los aldeanos, desconsolados, volvieron a sus casas.

A la mañana siguiente, estaban Miel Otxin y su amigo en la plaza mayor, contando cuántas ovejas, gallinas, lechugas,....., tenían ya cuando de pronto vieron al gordinflón Ziripot caminar con paso vacilante hacia ellos.
Al instante, gigante y centauro se acercaron a él.

- ¿Y tú por qué no nos traes nada?

Ziripot le miró con gesto temeroso y respondió:

- No puede dar el que no tiene.

- ¡Cómo te atreves, semejante estúpido! - gritó Miel Otxin - ¡Con nosotros ni una broma!.

Y acto seguido el centauro le propinó una fortísima coz, tan fuerte que le hizo caer al suelo.
Después se marcharon, dejando al pobre Ziripot allí tirado.

Llegó la noche y varios aldeanos, saltándose el toque de queda que habían impuesto los malvados, acudieron en ayuda del cuentacuentos.
Cuando lo hubieron levantado, se le ocurrió decir a uno:

- Esos dos.....canallas, entrar así como así en nuestras vidas y someternos.....Me gustaría darles su merecido, pero son muy poderosos, y astutos.

- Pero sólo son dos - replicó Ziripot - y vosotros muchos.
Escuchad bien. Es cierto que solos sois vulnerables, pero si os unierais, si unierais todos a una vuestras fuerzas, derrotariais a esos malvados.

Los aldeanos se maravillaron de la gran idea que había tenido su amigo y llenos de alegría, se marcharon a dormir.
Apenas había amanecido cuando se levantaron y corriendo fueron a avisar al resto de vecinos.
Una hora después, Miel Otxin y el centauro se despertaron y ansiosos por hacer de las suyas acudieron a la plaza mayor, donde esperaban encontrar a los sumisos aldeanos con sus tributos listos para ser entregados.
Pero no fue así. Lo que encontraron fue a una muchedumbre furiosa y armada con aparejos del campo.

- Si creiais que vuestro plan iba a durar mucho, estabais equivocados - gritó una mujer.

- ¡Este es nuestro pueblo! - exclamó un hombre por detrás - ¡Y hoy mismo os echaremos de él!.

Nadie dijo nada más.
Entonces atacaron.

Un gran revuelo inundó la pequeña plaza.
Al final, tras una encarnizada lucha entre el bien y el mal, los aldeanos lograron culminar su rebelión.
Pero parecía más bien una victoria pírrica. El centauro, aprovechando el alboroto, había escapado del pueblo, y sobre todo, no habían matado a Miel Otxin.
¿Es que acaso sólo le iban a dar una reprimenda y luego expulsarlo del pueblo?.
La pira que más tarde levantaron en la plaza respondía con un no a esta pregunta. Pensaban quemarlo.

Atado contra el mastil de la hoguera, el gigante contemplaba arrogante a sus captores.
Pero éstos, demostrando el enorme corazón que albergaban sus pechos, le dieron una última oportunidad antes de prender la pira.

- Arrepiéntete de todo el mal que has causado, promete que harás cosas buenas a partir de ahora
y te dejaremos ir.

Pero para Miel Otxin pedir disculpas a esos enanos era demasiada bajeza para él.

- ¿Que pida perdón, a vosotros?¡Jajaja, antes muerto!

Los aldeanos no dijeron nada. Uno de ellos tomó una antorcha y prendió la paja que había en la base del mástil.
Pronto el fuego cubrió la descomunal figura del gigante, y poco a poco fue consumiéndolo, hasta que no quedó nada, tan sólo cenizas y un mal recuerdo.

La tranquilidad perdida regresó y ya nunca nadie volvió a molestar a las buenas gentes de Lantz, que siguieron deleitándose por muchísimos años con las historias del buen Ziripot.
Datos del Cuento
  • Categoría: Tradicionales
  • Media: 4.72
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 20-03-2003 00:00:00

La verdad es que te he leído cosas inmensamente superiores. Cómo es eso de un centauro, digo yo.¿ Enanos y gigantes ? MMmmm. Igual mis saludos.

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