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Las 3 naranjas

Esta es la historia de un príncipe que dedicó muchos años de su vida buscando las famosas tres naranjas del amor. Según había escuchado de las viejas leyendas, encontrar dichas frutas le permitiría hallar a la mujer de su vida, esa que nunca lo traicionaría pasase lo que pasase.



Así, el príncipe anduvo y desanduvo los jardines frutales de medio mundo. Doquiera que llegaba, preguntaba a jardineros y visitantes si habían visto las tres naranjas del amor.



En todos los lugares, la respuesta que obtenía era negativa, razón que casi lo insta a abandonar su empeño. Algunos habían oído hablar de las famosas naranjas, pero le decían que ya no existían, que habían desaparecido.



Pero sucede que un día, cuando ya la última esperanza estaba a punto de agotarse, el príncipe encontró a un jardinero viejo que respondió afirmativamente a su pregunta. De hecho, el jardinero las tenía en su poder, pues habían florecido en uno de sus árboles tras años de haber desaparecido.



El hombre no puso peros para venderle las naranjas el príncipe, quien no creí que por fin, después de tan largo tiempo, hubiese conseguido su objetivo. Así, naranjas en mano, se aventuró a regresar a su palacio, con la esperanza de hallar a la mujer de su vida y casarse.





El viaje de regreso fue más largo de lo esperado. En su búsqueda, el príncipe se había alejado mucho de su castillo y ahora se le hacía dificultoso el retorno.



Debido a esto se vio obligado a abrir una de las tres naranjas para calmar su sed y para su sorpresa vio como de la misma salió una mujer con un niño en brazos.



La mujer, muy hermosa, le preguntó al príncipe si tenía agua para lavarla, un paño para secarla y un peine para peinarla, acciones todas que la harían aún más bella para él.



Desafortunadamente, el hijo de reyes no tenía nada de esto y así se lo hizo saber a la linda mujer, que ante la negativa se transformó en una paloma y se fue volando al horizonte junto con su niño.



El príncipe lamentó no haber tenido nada de lo que le pidió la mujer, pues ella bien podía haber sido su pareja de vida.



No obstante, aún le quedaban dos naranjas y había oportunidad, pero no podía volver a sucumbir ante la sed, para evitar imprevistos como el que acababa de ocurrir.



Así, siguió andando por muchos kilómetros más y la sed aumentaba. Ante la inexistencia de fuente alguna de la cual beber, o pueblo en el que proveerse del vital líquido, decidió abrir otra naranja y una escena idéntica volvió a ocurrir.



La única diferencia fue que la segunda mujer superaba a la primera en belleza. Sus pedidos y lo que hizo tras la negativa del príncipe, fue todo igual.



De esta forma, el príncipe se vio con sólo una naranja e igual de sediento, razón por la que se juró que abriría la otra pasase lo que pasase.





Tras mucho andar, el joven arribó a un pueblo en el que pudo saciar su sed y comprar algunas provisiones, entre ellas un peine, un garrafón lleno de agua y un paño, útiles que bastante había echado en falta cuando se los solicitaron las dos mujeres que dejó escapar.



A la salida del pueblo había una gran fuente, en la que ya listo para marchar el príncipe se dispuso a rellenar el garrafón con agua, para no pasar más sed.



Allí lo atrapó una gran curiosidad por saber que habría en la última naranja. Había prometido no abrirla, pero pensó que ya faltaba menos para llegar a su reino y en caso de que saliese otra mujer y le pidiera lo mismo que las anteriores, pues ahora sí tendría cómo responder a sus requerimientos.



Tras mucho dudar se atrevió y fue así como picó la última de las naranjas.



De ella emergió una mujer más bella que las dos anteriores, también con un niño en brazo.



Al igual que las otras, preguntó al príncipe si tenía agua para bañarla, un paño para secarla y un peine para peinarla.



Ante la respuesta afirmativa de este, la bella dama reconoció que antes sería él su amado, el hombre con el que estaba destinada a estar.



El príncipe radió de alegría y felicidad, pues después de tanto buscar y buscar, había hallado la mujer con la que emprendería toda una vida juntos. Le encantaba su físico, pero sin conocerla en profundidad sabía que lo haría feliz en todos los detalles y aspectos que importan más que la apariencia.



Luego de peinarla y antes de emprender el viaje a su castillo, el príncipe le pidió a la mujer que lo aguardase en la fuente, que él iría de nuevo al pueblo a comprar mantas para que en las noches del viaje tanto ella como el niño pudiesen estar bien abrigados.



La mujer accedió y aguardó en la fuente, pero nuevos imprevistos ocurrirían.





Apenas se fue el hombre a buscar las mantas, una bruja que había presenciado con envidia la escena irrumpió y engañó a la bondadosa y bella mujer para hechizarla.



Le dijo que la peinaría de una forma más bonita y mientras lo hacía, enterró un alfiler en su cabeza, convirtiéndola en una paloma, a la que obligó a volar lejos.



La bruja no era fea, mas no igualaba en belleza a la dama salida de una de las tres naranjas del amor.



Cuando el príncipe retornó percibió un cambio, mas la influencia mágica de la bruja no le hizo percatarse del todo.



Ciertamente sabía que la mujer ya no le gustaba tanto, pero era incapaz de percibir el porqué.



Así, el hijo de reyes y la bruja reemprendieron viaje junto al niño, y al cabo de unos días llegaron al palacio, donde los monarcas aguardaban a su hijo y se sintieron muy felices de que hubiese hallado las tres naranjas y con ellas el amor.





Pasaron unos pocos meses y el príncipe no era feliz. Se sentía como si hubiese sido obligado a vivir con una persona a la que no quería, pero de la cual no podía separarse.



Al niño sí lo amaba como si fuese suyo y en tal sentido se esforzaba por permanecer más a su lado que la mujer, a la que incluso temía un poco.



De repente una tarde irrumpió en el palacio una bella paloma blanca, que por su belleza atrapó el príncipe para acariciarla.



La paloma era nada más y nada menos que la mujer hechizada, la que tras mucho bregar y preguntar había dado por fin con el castillo en que vivían su hijo y su amado.



Apenas la vio, el príncipe se dio cuenta de que no era una paloma común y corriente. Al acariciarla, sintió una cercanía con el ave, a la que no hallaba explicación.



La bruja se percató de esto y empezó a proferir alaridos, tratando de obligar a su engañado esposo a que soltase la paloma. Amenazó con que si no lo hacía, pues degollaría al ave y la haría sangrar justo delante de él.



El príncipe no hizo caso a las amenazas y continuó acariciando a la paloma, hasta que vio como esta gemía de dolor cuando el pasaba su dedo por un punto exacto de su cabecita. Descubría que la causa de este comportamiento parecía estar en un pinchito que había enterrado, el cual extrajo con toda la delicadeza posible.



Al hacer esto, la paloma se transformó instantáneamente en su amada, aquella que había dejado en la fuente y a la que ahora estaba seguro, no había vuelto a ver en los meses que llevaba casado con una impostora.



La bella mujer tomó a su niño en brazos y contó al príncipe, ya libre de influjo hechicero alguno, todo lo sucedido.





Junto a su padre el rey, el príncipe ordenó la captura y quema de la bruja.



Libres de ella y todos sus maleficios, las nupcias del heredero al trono volvieron a celebrarse, esta vez con la mujer indicada, aquella que vino de las tres naranjas, para traer amor y felicidad a un futuro monarca cuyo reino florecería como ningún otro.


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