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Las dos vidas del presidente

El todopoderoso presidente había fallecido hacía pocas horas y en la Casa Blanca se preparaban las honras fúnebres. Antes que el cadáver del gran estadista estuviese embalsamado y colocado en su tumba, un fluido extraño había escapado de su yerto cuerpo y viajado distancias en nada comparables a las que estamos acostumbrados a mensurar. Era al parecer el alma del líder que abandonaba las fronteras de lo viviente para adentrarse en el ámbito de lo desconocido. Unas enormes puertas de un material indescriptible se franquearon para que ingresara esa especie de humo de cigarrillo que, al contrario de este, no se dispersaba y conservaba su forma. Una voz retumbante que parecía provenir de un equipo estéreo de alta fidelidad lo nombró con gran estrépito: -George Bush… El humo meneó la especie de cabeza que lo coronaba como reconociendo ser el mismo que no vestía ni calzaba. –En este momento solemne de tu extinción de la vida terrenal- prosiguió la voz de FM- y en vista de la grave repercusión que tuvieron tus decisiones en la vida de muchos seres humanos, te ordenamos que regreses una vez más a la vida pero de una manera totalmente distinta a como lo hace el resto. Te explicaré bien para que comprendas. La voz hablaba una especie de idioma sin palabras pero que era el doble de entendible. Bush, acostumbrado en vida a asistir a tantas conferencias en todo el orbe, primero echó de menos su audífono traductor, pero muy luego comprendió que no era para nada necesario. El locutor, el arcángel, San Pedro o el Padre Hurtado, que se yo, prosiguió con su perorata.
–Cuando alguien termina su tránsito terrenal, o bien ingresa directamente al Paraíso o es devuelto a la tierra para que se perfeccione. Control de calidad, dirás tú y tienes razón. Ahora bien, cuando alguien es regresado a la vida, se le extrae automáticamente su memoria o su chip para que me comprendas mejor. Así, parte de cero para no incurrir en los mismos vicios que pueden impedir su evolución. Eso para la mayoría. Pero existen casos especiales y tú, lamentablemente eres uno de ellos. Por lo tanto: George Buch, eres designado por la Corte Celestial para que regreses a un ignoto punto del planeta. No se te retirará tu memoria y siempre recordarás quien eras, la nostalgia, la ambición y la codicia harán escarnio de ti y sólo de ese modo podrás evolucionar en el ranking de las almas, lo que evaluaremos a tu regreso dentro de unos ochenta años. No te preocupes ni creas que eres el único que recibe este castigo, ya lo han sufrido otros seres que hoy gracias a Nuestro Patrón ya se han reformado. Lo que te voy a comentar es una infidencia pero tenemos el caso de Mussolini que regresó como barrendero en La India, Napoleón que después fue una afamada bailarina de Ballet, Calígula que fue retornado cinco mil veces para que limpiara su sucia alma y que hace poco regresó luego de ser un vendedor viajero. La sentencia pues ya está dictada y ¡A casa de nuevo!

El nuevo George Bush nació en el altiplano de un país X. Era un simpático indiecito llamado Jorge Buche que cuando chico, se dedicaba a jugar a la guerra con unos soldaditos de greda que el mismo se había fabricado. Apenas tuvo uso de razón, recordó su niñez en New Haven, Conecticut, Midland y Houston, Texas. Rememoró sus estudios en Yale y sus aventuras en los aviones de caza. Ahora era el hijo de un humilde pastor, hablaba una extraña lengua que a pesar de todo era comprensible para él. A los doce años se le denominó el Nazareno de Los Andes, porque hablaba del hombre, de su crecimiento espiritual y de lo mucho que había que hacer para progresar. Los pequeños pastorcillos se burlaban de él y le arrojaban peñascazos que el eludía con sapiencia. El Jorgito este era un pequeño moreno, de pelo negro y lacio que sin embargo cuando se miraba al espejo no podía evitar compararse con el gallardo gobernador y presidente de E.E.U.U. que había sido. Recordaba a menudo, además, la fastuosa mansión en que vivió con su esposa Laura y con sus mellizas y no pudo evitar deprimirse al compararla con esa modesta vivienda construida de piedra y paja. Su padre era un pastor analfabeto que lo único que sabía hacer era arrear sus animales mientras masticaba hierba con sus incansables mandíbulas. Que distinto a su otro padre, el también presidente Bush, que ahora seguramente retozaba en las doradas dehesas del Paraíso. Recordó a sus asesores, a esa sofisticada clase que frecuentaba lujosos salones y alimentaba su materialista espíritu por el expediente habitual de los cocktails, las cenas de agravio, de desagravio, las proclamaciones y una interminable lista de actos conmemorativos. Recordó su club de Béisbol, Los Texas Rangers del cual era casi dueño junto a un grupo de amigos. Tan distinto todo ese ambiente a este peladero de aire enrarecido en que el único club deportivo era el Oveja New, que reunía a todos los rapaces de la comarca que corrían patipelados por una dispareja y riscosa cancha de fútbol tras una sebienta pelota de cuero. Ni pensar en postular a presidente de esa escoria, ni tampoco en ser piloto de guerra si allí las armas más mortíferas eran las piedras más filosas. Así es que por todo eso y sin ningún remordimiento, el pequeño Jorgito Buche se escapó de su hogar y de su tierra, tomó un bus que subía por esas soledades una vez al mes y las emprendió a la capital. Allí limosneó unas cuantas monedas hasta que consiguió hacerse de un pequeño capital. Su mentalidad de redivivo imperialista le sirvió para hacerse de una incipiente fortuna que le permitió dos años después viajar a los Estados Unidos. Grande fue su emoción cuando avistó a lo lejos la Estatua de la Libertad, la Ciudad de Nueva York sin sus torres gemelas y el Central Park hirviente de turistas. Sin mayor dilación se dirigió a la Casa Blanca, quiso ingresar pero fue detenido por una docena de guardias. –Who are you?-le preguntó un policía de grandes orejas rojas. -¿Cómo que quien soy yo?-respondió desafiante Jorgito Buche. Tú hablas con el Presidente de esta gran Nación, George Bush. El defensor del pueblo y el adalid de la lucha por la paz del mundo. Un coro de risotadas rubricó esta perorata surrealista. El policía de las orejas rojas se llevó su índice a la sien en señal inequívoca de estar en presencia de un loco. El chico fue llevado en vilo a un hogar de menores en donde fue vestido y alimentado. En poco tiempo fue extraditado y enviado de regreso a su país. Sus padres ya lo daban por muerto cuando lo vieron aparecer, bien trajeado, pulcro pero con la misma inquina e inquietud en su alma.
Transcurrieron varios años, el pequeño se transformó en hombre, el afamado profesor en Leyes don Jorge Buche. Pronto sus inquietudes lo derivaron a la política en donde se destacó por su intransable defensa de los derechos humanos. Fue senador de la república y no alcanzó la presidencia porque las elecciones a las que se presentó fueron manipuladas para que ganara el candidato de derecha. No cejó en su empeño por defender a las clases desposeídas y atacó desde todas las trincheras el imperialismo yanki, fíjense en la paradoja. Se casó, tuvo diez hijos, cada uno de ellos más comprometido con la lucha contra la pobreza. A los ochenta y cinco años, Jorgito Buche entregó sus armas al Gran Hacedor y dicen que sus últimas palabras fueron: ¡Viva mi patria y muera el imperialismo!

Algunos podrán aducir que Jorgito manipuló su propia existencia para conseguir los pasajes definitivos al paraíso, otros dirán que su conversión fue sincera como sincera fue la de Hitler que, según comentan, regresó ocho mil veces a la tierra y cada vez que falleció, lo hizo encarnando a un dictador y que sólo en la ocho mil y una regresó para siempre al reino de los cielos luego de haber sido una venerable cantautora. Sea como sea, Jorgito Buche se emparentó por fin con George Bush y desde ese día y durante toda la eternidad descansó bajo los frondosos árboles del Paraíso.
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 5104
  • Fecha: 02-11-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.6
  • Votos: 25
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6733
  • Valoración:
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