Desde niño siempre me gusto ver las estrellas, pensaba que una de ellas me pertenecía, era absolutamente mía. Mis padres me contaban hermosas historias de ellas, tales como que cada una tenía su destino y esperaba en el cielo el turno de descender a la tierra, cuando llegaba la hora de ir nosotros a su encuentro. Desde las alturas tendríamos un espectáculo impresionante, lleno de luces y colores y nunca volveríamos a estar solos ni enfermos.
Recuerdo que una noche estando contemplando el firmamento, vi como desde el cielo se desprendía una estrella, con gras sorpresa la seguí observando hasta que desapareció. Siempre tuve muy presente ese momento y lo que se decía en esa ocasión, según algunos se debía pedir en ese momento un deseo, según mis padres las estrellas no caian, se desplazan hasta la tierra para recoger a su dueño y llevárselo con al cielo.
Por lo tanto siempre estaba pendiente mirando las estrellas, sabía que en ellas el misterio estaba presente y algo divino existía en su esplendor. Pasado unos años, en la menoría seguía pensando lo mismo, y en los momentos tan maravilloso vividos contemplándolas.
Una noche comunicaron los medios, que en breve abría un gran evento para el sábado siguiente. Los astrónomos anunciaban la llegada de un cometa, que se vería perfectamente desde la tierra, me parece que era el cometa Halley. Cruzaría el firmamento radiante llevando una gran cola de fuego, sería un espectáculo que nosotros ya no lo volveríamos a ver nunca.
Quedamos en ir a cenar ese sábado a una casa de campo, la cual pertenecía a una amiga, nuestra intención era pasarlo bien y poder ver desde allí el astro. Cuando estuviera el cielo con la mayor oscuridad, se apreciaría mejor el destello de la cola iluminada y así lo hicimos.
El sábado siguiente a partir de las nueve de la noche, teníamos la cita con el Halley y la cenar.
En breves momentos fuimos llegando todos los componentes de la cuadrilla, se aparcaba el coche y salíamos con la cabeza levantada mirando al cielo, forzando la vista intentando descubrir algún destello. Entre nosotros comentábamos qué aún era pronto, parecía que el cielo daba señales de misterio, empezando a nublarse. Todavía las estrellas permanecía con bastante visibilidad y el manto celestial brillaban en una noche que tenía todos los augurios de ser misteriosa y fantástica.
Las mujeres empezaron a preparar el aperitivo, cada vez estaba más nublado y nada se veía, después de un buen rato de estar observando, apenas podíamos contemplar cosa alguna.
Todos los que estábamos esperando ver la belleza proporcionada por los astros, nos sentimos un poco desilusionados. El espectáculo se termino antes de empezar, tan solo se divisaban nubes, por lo que se veía no merecía la pena estar pasando frío.
Entramos dentro de la casa con la intención de empezar a cenar, mientras se comentaban cosas de las que pasaban en el mundo, o anécdotas ocurridas en cierto momento a alguien de los presentes. Bebiendo y comiendo con cordialidad, resultando estar cada vez más contentos. La noche se empezaba alegrarse, estaba presente la armonía y el buen rollo. Al cabo de una hora y media, bien comidos y mejor bebidos, salimos a campo abierto para ver si podíamos divisar algún vestigio cometario.
AL mirar el cielo la sorpresa fue enorme, quedamos prendados de la belleza celestial, el espectáculo que se divisaba era bellísimo. El cielo limpio y claro con luceros fulgurosos plateando en el firmamento, nunca jamás habíamos visto tanta belleza. Mientras cruzaba majestuoso la bóveda celestial el cometa con su cola de fuego, creando mucha luminosidad y resplandor, como si de algo divino se tratara.
En ese momento me pareció comprender el gozo de los Reyes Magos y los pastores, cuando la estrella les marco el camino a Belén. En este caso el cometa también llevaba la misma trayectoria que en aquella vez, dirigiéndose majestuoso hacia oriente. Posiblemente en ese sitio estuviera naciendo algún otro niño, en esta ocasión lamentablemente, los regalos serian bombas, tiros y hambre.