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La Cucaracha y María Pío

Viví muchos años con una familia en Maracay, populosa ciudad del centro Venezolano, Mamá Téllez, como llamábamos a la viejita que con tanto cariño nos había acogido en su humilde hogar me había confinado a mi y a sus dos hijos menores a un cuartucho de 3 por 4 metros que quedaba al fondo de la vieja casa, según ella porque no aguantaba el hedor que se extendía por todo el recinto cuando regresabamos por las noches de la universidad, la verdad es que con unos zapatos baratos de material sintético, gruesas medias de lana y de 9 a 10 horas corriendo de aquí para allá para no llegar tarde a las clases que se dictaban en lugares diferentes de la facultad según cambiaba la materia impartida, las bacterias se encargaban de preparar un cóctel mortífero que flamantemente se esparcía por todas partes cuándo dábamos libertad absoluta a nuestros maltrechos pies a la hora del descanso, para coronar nuestra “sinverguenzura” no éramos muy afectos a lavar las medias con frecuencia, y a veces solo bastaba una leve remojada en agua de jabón de panela y “pum, pa dentro pues”. .
Yo no soy muy afecto a acostarme temprano, contrario al "zamuro" y a "miguelo" como cariñosamente llamaban a los dos menores vástagos de doña Téllez, quienes apenas daban las 8:30 de la noche hacían dueto en un sonoro concierto de ronquidos que solía oírse aun al frente de la casa. “ya están durmiendo los Téllez” decían los vecinos, y yo permanecía luchando contra aquel ruido infernal y mis miedos nocturnos hasta que el sueño me vencía.
Fue en una de esas noches de insomnio que la conocí, entró por la ventilación y cayó directamente sobre mi pecho desnudo, de inmediato procedió a darme una soberana picada que me hizo volar del viejo colchón y encender la luz para ver que terrible bicho me había hecho daño, la tomé de entre las sabanas toda aturdida y en son de venganza le corté un ala y una antena con mi cortaúñas, luego la metí en un frasco y le puse una tapa de papel, desde ese día se hizo religión para mi llegar de la universidad con un poco de pan, galletas o cualquier cosa que difícilmente se descompusiera para alimentar a mi amiga, en cierta forma me sentía en deuda con ella, me había excedido en el castigo y según yo ella no merecía tan cruel correctivo, poco a poco se fue profundizando mi cariño por aquella cucaracha, especialmente porque la veía crecer de una manera alarmante, y sentía que parte de ese fenomenal desarrollo se debía a mi esmero en mantenerla, fue de esa manera que una noche le dí la libertad, mayúscula fue mi sorpresa cuando al día siguiente la vi pugnando por introducirse en el frasco, así que le hice un pequeño colchón de algodón dentro del envase y la guardé en un sitio oscuro de mi closet. Cada noche la soltaba, y cada mañana ella regresaba, se que era ella, porque le faltaba un ala y una antena, mis primos no sabían nada del asunto, había quedado con mi cucaracha que nuestra relación sería nuestro más intimo secreto.
Una tarde regresé temprano de la universidad, me encontré con una amena reunión en la salita de la casa, doña Téllez intercambiaba chismes con una de las muchachas enamoradizas que solían frecuentarnos, Maria Pío se llamaba y era la única de quien no habíamos podido detectar cual de los tres varones le interesaba, las dos esbozaron una enorme sonrisa al verme y doña Téllez me confió el secreto que alegre las unía, María Pío gustosamente había accedido a limpiar la guarida, como solíamos llamar a nuestro cuarto, me interesé entonces en ella y la miré detalladamente, vestía con un largo vestido de corte campesino, una pañoleta cubría su rebelde cabello negro como el azabache y en sus manos portaba un tobo y un trapeador de pisos, se veía que ya había terminado su trabajo, miré por la ventana detrás de ella y pude ver mis interiores y medias lavadas y reluciendo sus agujeros bajo las luz del día que aun restaba, y a la orilla del pasillo, justo frente a nuestro cuarto un enorme tarro de insecticida, una lagrima brilló en mi ojo derecho, una mirada de reproche hacía doña Téllez y comencé a correr por el pasillo que se me hizo infinito, detrás de mi María Pío me gritaba algo que no podía entender, entré al cuarto como una tromba y eche toda la ropa de mi armario al suelo, la cucaracha no estaba, un orden y limpieza odioso me dio de frente en la cara, y la presencia silenciosa de María Pío me quemó las espaldas, volteé lentamente, mis ojos llenos de lagrimas buscaron con instinto asesino los de María Pío, y fue cuando vi sus manos, portaba entre sus delgadas manitas de princesa un reluciente frasco de vidrio, a través del cristal me veía con alegría mi cucaracha moviendo su única antena y abriendo su única ala, le había cambiado el algodón por un pedazo de tela limpia y tenia agua y un pedazo de chocolate. Comprendí de inmediato a quien quería María Pío, y a quien querría yo desde entonces y para siempre.
Hoy estamos en el sepelio de la cucaracha, murió de vieja, y de gorda, y de felicidad, murió antes de que pudiera casarme con María Pío, pero se fue con la certeza de que así como no la abandoné a ella jamás abandonaría a esa india de pelo negro indómito que supo comprender los anhelos y secretos más escondidos de mi extraño corazón.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.2
  • Votos: 75
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Comentarios


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4 comentarios. Página 1 de 1
Eddy Garcia
invitado-Eddy Garcia 21-02-2005 00:00:00

Triangulo perfecto de amigos del corazón, gracias por leerme amigos, Dios Les Bendiga...

Lébana
invitado-Lébana 18-02-2005 00:00:00

Con el repelus que me dan las cucarachas y través de tu historia me han empezado a caer simpaticas.

Eddy Garcia
invitado-Eddy Garcia 17-02-2005 00:00:00

Un comentario tuyo siempre es como agua que refresca en medio de un calor insoportable, una vez más gracias, amiga...

sigri
invitado-sigri 10-02-2005 00:00:00

Me encanto un relato amorosamente tierno en todo sentido, odiaba las cucarachas hasta hoy, un beso enorme para ti amigo, te extrañaba.

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