1. El ángel
Yo, que vine del frío, no entiendo estas costumbres. Los hombres borrachos juegan a degollarse al calor de las tabernas y las mujeres, macilentas, miran desde los balcones buscando por dónde se escaparon sus vidas. Los niños sucios y descalzos se rascan la barriga y se pierden en callejuelas; los ojos vidriosos y perdidos adivinando que la magia de la niñez ya se les va.
Yo, que vine del frío, no recuerdo cuándo podré volver y deambulo imaginándome que estoy en mi aldea nevada y que mi mujer me espera en casa al calor del fuego. Tan blanca como yo, tan fría como yo.
Yo, que vine del frío, no puedo mirar dentro de los ojos de la gente; hay algo que me expulsa de ahí. El sol me daña los ojos y su fuego condena mi piel. Hago como si me pierdo en los caminos helados de mi patria perdida, de mi corazón, en el cielo o en el infierno.
2 Creación del infierno.
En el santuario ya nada es como era desde que el guía espiritual se entregó a la mala vida, cosa natural y necesaria, decía, desde el amanecer de la humanidad. Las mujeres inocentes que allí moraban se regalaban a placeres desbocados arrastradas por él y los hombres se aprovechaban de ellas bajo su más o menos forzado consentimiento. De los primeros contactos con el mundo exterior, cuyas fronteras habían sido vírgenes desde el albor de los tiempos, llegó un hombre demacrado que les mostró los placeres de ciertas substancias inherentes a la naturaleza que ellos desconocían. Las únicas aspiraciones que allí quedaban les dejaban los dientes dormidos. El día y la noche se confundían y algunos se extrañaban de levantarse ya avanzada la tarde con el demonio dentro. Ése era el único momento en que el paraíso tenía alguna pega.
3 Hipocresía
Cuando me contaron que en el distinguido barrio en que vivo habitaba un depravado sexual propenso al alcohol y a las drogas, agresivo, estafador, tuerce cuellos, que disfrutaba de las desgracias ajenas y no contento con esperarlas las provocaba, sinvergënza, mal pagador, traicionero, rencoroso, envidioso hasta la médula, trasnochador y vicioso, estuve unos días muy inquieto. Respiró tranquilo todo el barrio cuando supimos que se referían a un desconocido.
4 Diálogo
Muerte: ¿Qué piensas ahora que afilo la guadaña y casi ves mi rostro?.
Él: Pensaba en las formas de morir y cuál de entre ellas sería la peor. Dudo entre asfixiado y empalado.
Muerte: ¡Oh!, hay muchas donde elegir. Conozco tantas muertes innombrables que a duras penas me creerías, pero sin embargo la peor muerte de todas es la propia.
Él: No lo creo, si es tuya es inherente a ti. No puede ser malo.
Muerte: Esa es la paradoja. No hay nada de malo en ella, pero como has visto todos me temen. Tampoco es inherente al hombre como tú dices, sino el más preciado presente que cuerpo terrenal pueda conocer, y hoy he venido a regalarte una.
5 El libro.
Adquirí el libro en la vieja casa de antigüedades y allí mismo me deleité con sus viejas tapas de piel y sus hojas quebradizas tintadas de amarillo por los años, pero al instante lo escondí huraño y marché sigilosamente hasta mi casa dispuesto a encerrarme en la sala de lectura y gozar a solas del poder mágico del libro, devorándolo poco a poco y paladeando cada capítulo, cada página, cada párrafo, cada línea. Una egoista sonrisa perversa se dibujó en mi rostro mientras me jactaba de ser el privilegiado poseedor del libro mientras el mundo circulaba confuso e ignorante a la otra parte. Mi risa macabra me asombró al inicio, pero al instante me entregué a ella disponiendo todos mis sentidos y músculos para su ejecución. Ahora el mundo se tendría que inclinar, subyugado, al poder más absoluto y terrible del poseedor del libro.
El último día estaba muy cerca ya.
6 Alma y cuerpo.
Alma
Cayó muerto en el suelo. Lo último que vio fue su alma, volátil y etérea, que se alejaba hacia arriba. Descansó al fin en la tierra al soltar aquel lastre tan pesado.
Cuerpo
Llegó al círculo de luz y se juntó acurrucado con las infinitas almas. Un sentimiento de infinita bondad y bienestar reinaba allí. No se daba cuenta de que su cuerpo se pudría mientras tanto.
Señor Ventura, ya sabe lo que le voy a decir, no? Pues eso, a buen entendedor pocas palabras bastan. Un beso desde Aruba (que no sé por donde queda), VET