—¡Falta! —gritaron los Gryffindors.
La señora Hooch le gritó enfadada a Flint, y luego ordenó tiro libre para
Gryffindor; en el poste de gol. Pero con toda la confusión, la snitch dorada, como era de
esperar, había vuelto a desaparecer.
Abajo en las tribunas, Dean Thomas gritaba.
—¡Eh, árbitro! ¡Tarjeta roja!
—Esto no es el fútbol, Dean —le recordó Ron—. No se puede echar a los
jugadores en quidditch... ¿Y qué es una tarjeta roja?
Pero Hagrid estaba de parte de Dean.
—Deberían cambiar las reglas. Flint ha podido derribar a Harry en el aire.
A Lee Jordan le costaba ser imparcial.
—Entonces... después de esta obvia y desagradable trampa...
—¡Jordan! —lo regañó la profesora McGonagall.
—Quiero decir, después de esta evidente y asquerosa falta...
—¡Jordan, no digas que no te aviso...!
—Muy bien, muy bien. Flint casi mata al buscador de Gryffindor, cosa que le
podría suceder a cualquiera, estoy seguro, así que penalti para Gryffindor; la coge
Spinnet, que tira, no sucede nada, y continúa el juego, Gryffindor todavía en posesión
de la pelota.
Cuando Harry esquivó otra bludger, que pasó peligrosamente cerca de su cabeza,
ocurrió. Su escoba dio una súbita y aterradora sacudida. Durante un segundo pensó que
iba a caer. Se aferró con fuerza a la escoba con ambas manos y con las rodillas. Nunca
había experimentado nada semejante.
Sucedió de nuevo. Era como si la escoba intentara derribarlo.