Un cielo limpio de nubes servía de magnífica bóveda al teatro de la vida que era África. En medio de la estepa, cerca de unos árboles, una descomunal nave descansaba después de un largo viaje. Dos seres, semejantes al "Mono de las Estrellas", estaban arrastrando cuidadosamente el rojizo huevo a través de una rampa apoyada sobre la hierba. Al llegar al final de ésta, entraron dentro del vehículo para guardar el habitáculo en una de las bodegas de carga. Mientras tanto, un tercer ser, que estaba junto a la rampa, colocó algo en el aire, un pequeño aparato negro con una pantalla. Una sonda.
Tras haberla activado mediante un mando remoto, la envió a buscar al fugitivo.
Durante días, la sonda voló por el cálido aire de aquellas tierras, escaneando con su visor termográfico todo ser viviente que se cruzase en su camino. Atravesó el inmenso océano verde y azul sobre las interminables manadas de ñus, los festines de los leones y las cómicas peleas entre buitres y hienas, hasta regresar de nuevo al seno de la imponente nave.
Entonces el mismo ser que la había enviado, encendió la pantalla y vio, con una nitidez impresionante, el resultado de la búsqueda:
/Sospechoso localizado/-Coordenadas: 301-057-Estado: cadáver.
Un gesto de profunda tristeza turbó su rostro. Durante el viaje, habían tenido tiempo de revisar las pruebas del caso, y poco antes de llegar a aquel planeta, habían descubierto que el fugitivo era inocente.
El técnico comunicó la noticia a sus compañeros, quienes se mostraron tan apenados como él. Todo había sido un error, un error fatal.
Volvieron a la nave, y una vez que la rampa se replegó y la entrada se hubo cerrado con una gran puerta, el vehículo se elevó en el aire y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció en la inmensidad del cielo azul.