A todas partes le seguía, y no era raro, desde que lo había recogido en aquel oscuro callejón, ni un solo día había dejado de darle de comer o de brindarle cobijo bajo el pedazo de periódico viejo con que se cubría al dormir, el Sr. TT le había acogido, mas que como a una mascota como a un hijo, ese hijo que su infinita pobreza no le había permitido tener. El perro veía al Sr. TT desde su perspectiva en blanco y negro, como solo pueden mirar los perros, y en su conciencia perruna le amaba infinitamente, eso y la seguridad de un bocado de comida diaria le hicieron un acompañante incondicional, así que la lluvia, el sol inclemente, la polución de esta sucia ciudad, ninguna de estas ni ninguna de muchas otras razones harían que el perro de TT le abandonara. Aquella oscura noche, de lluvia fría, de grasientas aguas corriendo calles abajo, el Sr. TT no pudo hallar un rincón con el mínimo confort para dormir, bajó su cadavérica mirada y detalló el desgarbado cuerpo del can, le tomó entre sus brazos y como pudo se ovilló en la acera abierta, dando con su cuerpo calor y protección a su amado perro.
Una fuerte patada despertó al perro, luces grises, (umm, los perros no pueden distinguir los colores), un sol naciente pero ya suficientemente caliente, fango mal oliente, uniformes negros y batas verdes; entre un mal de brazos le arrebataron a su amado, el perro luchó, pero no pudo lograrlo, varias contundentes patadas fueron muy persuasivas; como un faldo viejo, su amo fue embutido en una bolsa negra como la noche, el sonido de un cierre metálico le taladró las largas orejas, el bulto arrojado en una furgoneta destartalada fue llevado lejos, con rumbo desconocido, trató el perro de seguir a su dueño, no era posible que se lo arrebataran así, trató de cruzar la autopista, que a esas horas de la mañana ya estaba suficientemente concurrida, con veloces bólidos, con pesados dinosaurios mecánicos de 22 llantas, pero debía cruzar, porque su amo se iba, se vio entre ruedas, se vio entre increíbles reflejos veloces, y de repente, ante un violento estallido de luces incoherentes, entre los sonidos de un ruido que no pudo describir en su cerebrito de mascota marginal, escuchó la voz de su amado, estaba parado al borde de la autopista, ataviado con un hermoso traje de luz blanca, que brillaba como el sol, brincó de alegría, entre vehículos intangibles corrió hacia el borde, donde su amo le extendía los brazos, con unas manos amorosas increíblemente limpias, como nunca las había visto, llegó hasta el Sr. TT, le saltó encima, jugaron un rato y luego se fueron caminando, siempre juntos, hacia un verde prado que no le era familiar, era un sitio nuevo y desconocido, pero que importaba, ahora podía comprender el significado de los colores, y algo en el fondo de su corazón perruno le decía que ya no se separaría nunca más del Sr. TT.