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Las gotas de un secreto

Era un sábado caluroso, cuando me quedé sola en casa de los abuelos, pasamos a recogerlos para llegar todos juntos al partido de mi hermano, pero al final no pude acompañarlos, porque estaba sintiéndome mal a causa de la elevada temperatura y mamá no quiso arriesgarme a pasar casi dos horas sufriendo el clima.



Me sentaron frente a la tv, encendieron el clima artificial y me acercaron decenas de bebidas frías, prometiendo volver lo antes posible y dándome indicaciones de llamarlos si algo no iba bien, como si fuese aun una niña pequeña. Pues bueno, mis planes no eran esos, mi cabeza estaba cerca de reventar, solo quería recostarme con el menor ruido posible, así que la apagué de inmediato y me recosté en el suelo, que era el lugar más fresco.



Apenas estaba por cerrar los ojos, cuando la tv se encendió en un canal lleno de estática. Fui a apagarla, y la radio se prendió a mis espaldas haciéndome saltar. Sonaba una canción antigua y deprimente, cantada por una voz grave y entrecortada que me erizaba la piel. Pero tuve que soportar un poco más aquel tormento, pues el ruido de un portazo me puso en alerta, sabía que no era alguien de mi familia, ya que no se acostumbraba entrar por ahí, además se suponía que yo estaba sola en la casa.



Al llegar al acceso trasero unas huellas lodosas, me sacaron de mi ignorancia, en realidad, ¡no estaba sola!, y lo más raro es que solo un par de pisadas estaban a la vista, no pude si quiera imaginarme que rumbo había tomado mi repentino acompañante. Así que como toda buena persona llena de pánico, fui a protegerme de cualquier calamidad ocultándome bajo la cama y desde ahi llamar a mis padres. Pero el teléfono no tenía señal, igual si la hubiese tenido, era ya tarde, ese —Squishhh, squishhh— anunciaba unas pisadas húmedas acercándose y en ese momento, el ruido de mis dientes al chocar me delató. La cama se hundió por encima de mi cabeza, como si alguien se hubiese sentado en ella, pero no pude ver nada. Sin embargo supe que estaba ahí, porque escuchaba su respiración agitada.



Después el grito seco de una mujer, y el violento movimiento de la cama, para que luego todo quedara en calma… aun así, no me atrevía a salir, ni mi cuerpo estaba listo para hacerlo, seguía rígido tendido sobre el suelo, ni siquiera podía percibir el dolor que me producía morder mi dedo para callar mis gritos.



Reaccioné solamente cuando sentí la humedad en mi pecho, y tuve miedo de haberme desangrado. Aunque tenía un poco de rojo sobre mi mano, aquel líquido viscoso no me pertenecía solo a mí, sino que escurría a través del colchón. Ese fue el punto máximo que pude soportar, y perdí la conciencia.



Al despertar, toda mi familia me rodeaba, habían atendido la herida de mi dedo, y me hacían miles de preguntas. Confesar la verdad, solo provocó que me enviaran con el psiquiatra, me etiquetaron como persona peligrosa, esquizofrénica, capaz de herirme a mí misma. Hasta que descubrieron la terrible historia: mi difunto tío, había asesinado ahí a una jovencita, y la escena se repetía una y otra vez para tortura de mis abuelos, quienes lo callaron todo por amor a su hijo.


Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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