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Las historias del profesor Ernest

El profesor Ernest era un búho grande, de ojos bondadosos e infinita sabiduría conseguida a través de la lectura de todo tipo de libros. Era uno de los más respetados del bosque. Todos los animales le tenían un gran cariño por su gran dedicación a fomentar el amor por la lectura. Siempre decía que no había mejor medicina para curar un resfriado que tener un buen libro a mano. Bastaba con cogerlo y meterse bajo el edredón y una vez concluida la lectura, seguro que el resfriado había desaparecido por completo. 

A Ernest le gustaba sentarse en su sofá, tapadito con su manta preferida, con sus pantuflas más cómodas puestas y un buen cuenco repleto de insectos, arañas y gusanos de tierra. 

Con su vista privilegiada no necesitaba luz alguna y se pasaba la noche leyendo historias a las estrellas juguetonas y a todos aquellos pequeños búhos que quisieran unirse a la lectura y pasar un rato agradable. Esos eran los momentos en que más disfrutaba. Cuando Ernest se convertía en el narrador y con su voz daba forma a personajes y mundos que cobraban vida en la imaginación de los más pequeños y les hacían disfrutar con sus aventuras. Soñar y soñar cada noche era muy sencillo gracias a la voz de Ernest y sus libros.

- ¿Por qué no has venido a jugar con nosotros a la consola? - Le preguntaron un día las ardillas a uno de los pequeños búhos que participaba en el cuentacuentos de Ernest.
- He estado viajando en barco, he surcado todos los mares conocidos a bordo de mi velero y me he enfrentado a mil piratas. Lo siento. Pero no he tenido tiempo para eso.
- ¡Vaya, qué emocionante! - Le contestaban con cierta envidia.

Otro día le volvieron a preguntar:
- Oye buhito, ¿qué estabas haciendo? ¿Por qué no has venido a ver la tele con nosotros? 
- He montado en globo y volando y volando entre las nubes y he llegado hasta una isla desierta llena cocoteros. 
- ¡Oooh, qué divertido! - respondían admirados los otros búhos.

Y así, cada día que se encontraban con el pequeño búho, las ardillas estaban deseando que les contara sus aventuras del fin de semana. Lo que al principio era envidia se había tornado en fascinación por lo que les narraba, por los detalles, por la descripción de esos paisajes y esos animales tan fantásticos. Y como los búhos están dotados de un un oído muy fino, los vecinos de los árboles colindantes también sentían una gran la curiosidad por esas descripciones de lugares maravillosos y aventuras tan asombrosas.

- ¡Jo, qué envidia nos da lo que nos cuentas!- Le dijeron un día al pequeño búho.
- Tienes mucha suerte de poder hacer tantas cosas! Nosotras no tenemos tanto dinero... - Le comentó otro.
- ¿Dinero? Je, je, para nada. El profesor Ernest tiene miles y miles de libros.
- ¿Cómo?

Sí. Gracias al profesor cada fin de semana viajo y me divierto sin moverme del sofá. Lo que hacemos es leer sus libros.

Todos quisieron formar parte de ese grupo de lectura formado por el viejo profesor Ernest y en seguida descubrieron que leer era un placer tan imprescindible como comer y respirar cada día.

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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