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Categoría: Historias Pasadas

Las navidades sin Alfredo

Recuerdo bien aquella Navidad de 1949 cuando Alfredo volvió. Esos ojos tristes, casi fúnebres plasmados en su cara, daban una sensación de angustia que helaba hasta los huesos... Después de seis años de ausencia, había regresado buscando aquello que le pertenecía: su vida.
Traía los estragos de la Segunda Guerra Mundial marcados en su piel y en su mente, como una cicatriz que jamás lograría borrar. Sin anunciarse golpeó la puerta mientras estabamos reunidos Marco, mi hijo, y yo en la mesa festejando una Navidad que sentíamos ajena: nos resultaba difícil encontrar el espíritu que durante años nos había caracterizado después de que el egoísmo y el orgullo de algunas personas se llevaron a Alfredo. Fui a abrir y allí lo encontré: como un fantasma acechando a la puerta intrigado por lo que encontrara cuando ésta se abriera. Sólo cuando lo reconocí y lo abracé, se asomó una sonrisa a su cara. No podíamos creerlo. Fueron tantos años, tanta ausencia, tanto dolor... No creí que él algún día regresaría. Pero me equivoqué, allí estaba otra vez, como tantas otras veces, sentado en la mesa de Noche Buena, como un regalo que Dios nos había enviado en recompensa por tantos años de dolor y pesadumbre.
Los días que le siguieron estuvieron llenos de alegría... el regreso de Alfredo había iluminado hasta el rincón más oscuro de la casa. Marco, tan pequeño, sólo lo conocía por fotos añejas: él era recién nacido cuando su padre se embarcó hacia una guerra tan dolorosa y cruel como el mismo infierno. Todo volvía a ser como antes. Intentábamos recuperar el tiempo perdido en cada abrazo, en cada beso, en cada caricia... Mas algo había en sus ojos que no nos permitía unirnos por completo. Sólo con el tiempo logré comprender que las heridas de la guerra eran mucho más dolorosas que lo que yo pensaba y bastaba que escuchara algo referido a aquella triste parte de la historia, para que la sal del recuerdo las escociera con lento terror.
Más de una vez lo encontré llorando en el fondo del jardín como un niño, a escondidas. Me decía que era feliz conmigo y con Marco, pero sé que jamás lograría llenar el vacío en su pecho después de haber visto tanto terror. Hasta hace cinco años, cuando la vejez le llegó de la mano de la muerte, seguía encontrándolo en el fondo del jardín.
Pasaron los años y Marco creció. Tenía 20 años cuando aquel 21 de abril de 1963 tomó el tren que lo llevó a Berna para hacer su vida. Alfredo y yo lo comprendimos, pero no podíamos negar que su ausencia se sentía entre las paredes de aquella casa que nos parecía tan grande y tan vacía. Nos visitó sólo algunas veces, nos comunicábamos por carta, eso sí; pero el silencio de su voz nos atormentaba cada día. De más está decir, que esa despedida abatió aún más el corazón de Alfredo. Creo que ese fue el principal motivo por el cual se volvió más frío y distante de lo que era. Yo intentaba ser fuerte, no quería darme lugar a mostrarme dolorida por el destino que nos había tocado frente a Alfredo, quizás eso sería peor para él. Pero muchas veces, aprovechaba algún descuido suyo para esconderme en aquel mismo rincón del patio donde en tantas oportunidades lo vi llorar amargamente.
Y los años siguieron pasando, y Marco seguía sin volver. Las Navidades habían vuelto a ser lo que habían sido durante el tiempo de ausencia de Alfredo. Estabamos solos, indefectiblemente solos. La voz de aquel que durante tanto tiempo deseé escuchar, de poco se apagó y los años fueron cubriendo nuestras cabezas de canas. Algunas veces nos visitaba Marco y su familia recién formada, y sólo en ese momento, la casa renacía. Los niños corriendo por el pasillo lograban romper el silencio que invadía la casa entera. Pero eso duraba sólo unos días... Luego se iban y todo volvía a ser como antes.
La Navidad de 1986 sería la última que pasáramos juntos. Como cosa del destino, Marco y su familia vinieron a pasar aquella noche, por primera vez, con nosotros. Alfredo ya no hablaba. Yo veía que poco a poco su luz se iba apagando, si bien no era una persona muy mayor. Pero demasiados años había en sus cabellos, demasiada tierra en sus ojos, demasiado polvo en sus uñas, como para seguir viviendo en un mundo que, estoy segura, jamás entendió. La muerte lo visitó el 16 de enero de 1987 enluteciendo sus ojos con un velo pequeño. No murió a causa de ninguna enfermedad, o quizás por la peor de todas: la nostalgia. La cruz que llevaba sobre su espalda, no era una muestra más de eso... el dolor de la guerra, la partida de Marco... Todo se complementaba perfectamente para dar lugar a su descanso eterno después de tantos años de lucha.
Hasta el día de hoy, 25 de diciembre de 1992, creo que jamás logré comprender completamente su dolor... No alcanzaba con ver sus ojos apagados, ni con verle las heridas de la guerra, ni con leer los escritos que encontré al año de su muerte. No bastaba. Sólo él supo lo que su corazón sentía, muchas imágenes habrán pasado por su mente que nadie supo ver.
Mucho olor a melancolía invade ahora mi olfato. No estoy sola: Marco me trajo a Berna y me siento muy bien rodeada por mis tres nietos. La gente, el país, la vida, me tratan muy respetuosamente. Aún así, el tiempo no logrará curar mis heridas, como no curó las de Alfredo en los 37 años que precedieron a su regreso. Dios me lo llevó nuevamente, pero esta vez no volverá. Se fue al sol, y desde allí, sé que nos cuida; como hace tantos años atrás, cuidó de nuestra Italia querida, también abatida por el terror y el agobio de esa guerra que cambió el rumbo de nuestras vidas para siempre.
Sólo me queda recordarlo dulcemente, intentando esconder mi dolor bajo la piel, y vivir las Navidades que me quedan de vida, como tantas otras veces lo hice: imaginado que él está conmigo.
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1 comentarios. Página 1 de 1
xiome nayle
invitado-xiome nayle 27-04-2004 00:00:00

Es triste darse cuenta que por la actitud de otras persona,paises, que por intereses propios, llevaron al mundo a un conflicto belico que por lo general fue cruel tanto para el que iba a luchar como para aquel que se quedaba en casa a la espera de un regreso o no del ser querido que se fue.En este relato nos damos cuenta que si Alfredo regreso, su alma quedo plasmada en los horrores que sintiò, viviò y padecio en tal guerra que nunca pudo olvidar, a pesar de todo el amor que le profesaba su esposa e hijo.Es por ello debemos darnos cuenta, no solo las herida, cicatrices o golpes fisicos pueden dañarnos, concidero a mi opiniòn personal, que las heridas del almas no se curan y perduran para siempre hasta el ultimo moemnto de nuestra vidas.

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