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Las princesas golosas

Había una vez un rey que tenía diez hijas. Las princesas eran unas niñas encantadoras que adoraban comer dulces y pasteles. Su padre siempre les estaba diciendo que no debían comer tantos dulces, pero ellas no querían oírle, y siempre estaban buscando la manera de coger dulces de la cocina o de salir a comprarlos fuera del palacio. Sólo una de ellas, la pequeña Amira, se esforzaba por resistir la tentación de comer dulces y solo los comía cuando su padre le daba permiso.

A pesar de los esfuerzos de su padre, las princesas conseguían salirse con la suya de vez en cuando y comer más pasteles de lo que cualquiera podría considerar apropiado.

Esto hizo que las princesas empezaran a tener muchos problemas de salud, porque los dulces les provocaban muchas caries y les dolía mucho la boca. Además, sufrían unos terribles dolores de barriga que a veces les obligaban a estar en la cama. Todas estaban enfermas menos Amira, que sólo comía los dulces que su padre le permitía.

Un día el rey tuvo que ausentarse de su reino. Las princesas, como no tenían a nadie que les prohibiera nada, empezaron a comer y a comer pasteles sin descanso hasta que se los dientes se les pusieron negros de caries.

Sin embargo, la pequeña Amira siguió las órdenes de su padre y, como no comió dulces, no le sucedió nada de esto.

Un día llegó una carta al palacio. En ella se anunciaba que el príncipe de un próspero reino lejano había emprendido viaje para conocer a las princesas y elegir esposa.

Las princesas se pusieron muy nerviosas. Querían estar estupendas para cuando el príncipe llegara. Amira les dijo a sus hermanas que ella les ayudaría, pero que tenían que dejar de comer dulces. Todas estuvieron de acuerdo y decidieron empezar a comer fruta y verdura en lugar de dulces desde ese mismo momento. 

Pero les sirvió de poco, porque cuando el príncipe llegó el dentista real no había tenido tiempo de reparar todo el daño que los dulces habían provocado en las bocas de las princesas.

El príncipe no prestó atención a ninguna de aquellas princesas con aquel aspecto. Sólo se fijó en Amira, de la que se enamoró nada más verla.
-¿Quieres casarte conmigo? -preguntó el príncipe a Amira.
-Pues no -respondió ella.
-¿¿Cómo?? -dijo el príncipe sin salir de su asombro.
-Apenas te conozco, y por lo poco que he visto de ti sólo te importa el aspecto exterior de las personas. Puede que mis hermanas no sean perfectas, pero yo tampoco lo soy. No sabes de nosotras nada más que lo que estás viendo.

Amira echó a aquel príncipe presumido y presuntuoso del palacio y se dedicó a cuidar de sus hermanas hasta que éstas volvieron a estar bien.

Todas las princesas aprendieron la lección y no volvieron a desobedecer a su padre ni tampoco a comer tantos dulces.

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