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Álvaro tenía mucho miedo a la oscuridad. Sabía que al llegar la medianoche salían las sombras tenebrosas del armario a pasear por su cuarto. Eran unas criaturas feas y oscuras, con dedos puntiagudos y uñas afiladas y con un olor nauseabundo.
Al salir del armario crecían y crecían llegando a un tamaño descomunal que les permitía llegar hasta el techo. Entre risas burlonas se pasaban la noche asustándolo, entrando en sus sueños y provocándole terribles pesadillas de esas que te sobresaltan y te despiertan en medio de una noche silenciosa y helada.
En esos momentos sólo podía abrazarse muy fuerte a Señor Otto, su viejo oso de peluche, y pedirle ayuda. Era muy valiente. Mientras el niño le apretujaba bajo el edredón y cerraba los ojos con fuerza, no dudaba en enfrentarse a los monstruos y pelear con nobleza toda la noche hasta lograr encerrarlos nuevamente en el armario. Cuando terminaba, apoyaba una silla contra el pomo del armario para que no pudieran abrirla otra vez.
Noche tras noche Álvaro suplicaba a su mamá que dejase la luz del cuarto encendida. Pero su mamá abría el armario y ante el asombro de Álvaro, metía la cabeza dentro, luego los brazos y el tronco, para que el niño comprobase que no había ningún peligro. Finalmente movía las perchas con la ropa de un lado a otro y le decía:
- ¿Ves cariño? No hay sombras tenebrosas aquí.
- ¡Sí las hay, mami!
La más pequeña de la familia de sombras tenebrosas había crecido escuchando decir al resto de las sombras: "Las sombras tenebrosas del armario tenemos como misión asustar a los niños y crearles pesadillas" Pero la pequeña de las sombras no estaba muy segura de querer seguir ese camino. Ella prefería hacer todo lo contrario: hacer reír a la gente.
Cuando llegó el gran día de comenzar a trabajar con el resto de la familia de las sombras, la pequeña sombra tenebrosa intentó complacer a sus padres y asustar a Álvaro. Pero cuando vio su carita, sus ganas de hacer feliz a los demás fueron más fuertes, y se colocó un bigote postizo y una brillante nariz roja antes de comenzar a contar chistes y cuentos pasando la noche junto a Álvaro y al Señor Otto, mientras el resto de su familia trataban en vano de asustar al niño.
Todos estaban muy enfadados porque su pequeña no quería asustar a nadie.
- Papá, mamá, abu, yo no quiero asustar a nadie... ¿Por qué no me entendéis?
- Nuestra familia pertenece a uno de los linajes más antiguos y respetados en el mundo del terror- Dijo su papá muy serio.
- Cierto. No podemos permitir que nuestra hija no quiera seguir la tradición familiar- Comentó entre sollozos su mamá.
El abuelo observaba la escena pensativo. Era muy tradicional y vivía apegado a las costumbres. No le gustaba la decisión de su nieta. Pero finalmente les dijo:
- No todos somos iguales y no hay nada de malo en ello. Hay que querer a cada uno tal y como es. Así que si decides hacer reír en lugar de asustar, yo te seguiré queriendo igual.
Así que todos aceptaron su decisión.
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