Había una vez un niño muy mentiroso, muy mentiroso, tremendamente mentiroso. Cada vez que le preguntaban algo se inventaba historias, su imaginación se desbordada, nada quedaba sin llevar pinceladas de distorsión en su mente inquieta, como ya digo, era muy mentiroso.
Tenía una amiguita a la que la encantaba siempre escucharle, se quedaba embobada oyendo sus historias inventadas. Los demás niños siempre le decían, ¿pero no ves qué siempre te está mintiendo? nada de lo que dice es cierto, nunca cuenta una verdad, no entiendo porqué te gusta tanto escucharle sus mentiras...
La niña callaba, siempre callaba, no me importa exclamaba con su vocecita, cuando los demás la atosigaban o se ponían muy pesados, tiene la voz muy suave, muy baja, muy calmada y abre mucho los ojos cuando cuenta sus historias, me gusta escucharle, me gusta, siempre termino sonriendo con lo que me cuenta, no me importan sus mentiras...
Un buen día el niño se acercó a la niña, llevaba las orejas vendadas y le dijo: me ha pasado algo terrible un monstruo de mil cabezas me ha robado los oidos, ¡no oigo nada!.
La niña se le quedó mirando con sus pequeños ojitos azules, como sorprendida, le dedicó una sonrisa pero no le dijo nada.
El niño, después de un rato de ese silencio, se alejó de ella sin decir más.
Al cabo de unos días el niño volvió a acercarse a la niña, esta vez llegaba con dificultad, con los ojos vendados y apoyándose en un bastón, y en una mano portaba una pizarra verde. Poniéndose a tientas junto a ella le entregó la pizarra, en ella estaba escrito en tiza blanca: cosa terrible, monstruo de mil cabezas me ha robado los ojos, apenas he podido escribir esto y ya ¡no veo nada!.
La niña se le quedó mirando de nuevo, sonrió, pero tampoco esta vez le contestó.
El niño después de un rato sin recibir ni una palabra, se levantó y caminando, haciendo aspavientos como si palpara el aire, se alejó.
Pasados unos días más el niño de nuevo se acercó a la niña, esta vez llevaba la garganta tapada con un pañuelo y en su mano la pizarra verde, se sentó junto a ella y con su tiza blanca escribió así:
increible, monstruo de mil cabezas ahora me ha quitado la voz...
La niña sonrió y parando su mano y soltando una alegre carcajada le dijo:
Ja, ja, ja, ¡ya lo sabía!
El niño le miró sorprendido pero sin decir nada...
Sí, sí, te entiendo, debes de estar pasándolo muy mal, ese monstruo de mil cabezas es muy malo, continuó la niña, hace dos días vino a mi casa y también me quitó primero los oidos, unos días después los ojos y después la voz. Un monstruo muy malo que te lo digo yo, te creo, pobrecillo que susto has debido llevarte. Yo afortunadamente he podido recuperar mi voz, ojalá un día tú lo consigas.
El niño giró su cabeza hacia la niña, como preguntando pero... sin atreverse a decir ni una palabra para no ser descubierto... calló y siguió mirándola.
La niña le dió una palmadita en la espalda y se despidió: bueno pues nada, espero que puedas recuperar tu voz pronto, adiosito y cuidate la garganta... dijo con su voz infantil mientras se marchaba.
El niño se quedó solo, un poco confundido por lo que ella había dicho pero contento de que su amiga se hubiera creido por fin esa historia del monstruo y le hubiera terminado comprendiendo de esa forma, dándole ánimos a recuperarse y aquella palmadita tan cariñosa...
Pero al pasar los minutos el niño se dio cuenta de que si seguía sin poder hablar pues no iba a poder comunicarse con nadie, se iba a aburrir, no podría seguir jugando ni charlar con su amiga y entonces cambiando su actitud se acercó a la niña y le dijo:
Ah, ¡qué bien! ya he recuperado la voz, mira, ya lo he conseguido. Ahora no puedo hablar mucho, he de ir muy despacio no sea que me vea el monstruo y con cualquier motivo me vuelva a quitar la voz... y eso sería mucho peor...
La niña se volvió hacia él con su carita sonriente y divertida le dijo: anda, qué bien, que suerte, has recuperado la voz, ¿hiciste lo mismo que hice yo?
Sí, sí, claro, respondió el niño que no sabía de qué le estaba hablando pero necesitaba aparentar entenderla perfectamente...
¿Te fuiste a la punta más extrema de la Ciudad Dorada, te acercaste a aquel enorme lago, en forma de media luna, ya sabes, ese que tiene una gran roca en medio, llamaste a los hados de la música y escuchaste su canción, tal y como hice yo? dijo la infantil voz llevando entre sus palabras prendida su intención...
Sí, dijo el niño cada vez metiéndose más en la fantasía que él mismo había creado y que ya no podía controlar.
Y luego... ¿les pediste un deseo que te saliera del corazón? añadió la niña.
Sí, dijo el pequeño atorado y con un hilillo de voz...
Ah, pues qué bien, dijo la niña, yo hice lo mismo y así fue cómo recuperé mi voz... Y dime ¿qué deseo pediste?
Eso mejor no te lo digo... respondió agilmente el niño por tener muchas tablas en eso de escabullirse y que no le pillaran en sus mentiras, es algo que es preferible que quede entre los hados y yo... compréndelo.
Claro, claro, lo comprendo, debió ser un deseo muy bonito... prosiguió la niña en tono conciliador.
Sí, lo fue, atajó el niño y rápidamente añadió ¿y tú? ¿se puede saber qué pediste para recuperar la voz? dijo con tono de impaciencia...
Ah, sí, también fue un deseo bonito, verás, yo pedí recuperar mi voz en el preciso momento en que alguien me mintiera tres veces seguidas... dijo la niña clavando su pupila irónica y azul en el niño. El niño inmediatamente puso sus ojazos entornados y avergonzados y entonces la pequeña pensó que tal vez se había pasado en su forma de descubrirle y dulcificando sus gestos, se acercó a él le dió un sonoro besito en la mejilla y le dijo: anda, olvídalo, no quería que te lo tomaras así, solo quería hacerte ver que eres un mentirosillo... ¿vale?
El niño, tras breves instantes de pausa callada, comprendiendo de qué forma la niña le había pillado en sus mentiras pero acostumbrado a salir airoso de las situaciones más complicadas levantó la cabeza y dijo con serenidad, ignorando lo que había oido:
vaya, vaya, ya te entiendo, pues ¿a qué no adivinas que deseo pedí yo a los hados?
Pues... no, dijo entonces ella confundida, sin acertar a comprender lo que iba a decir su amigo.
Pues yo pedí que me concediera el deseo de que la niña más boba de estos lugares me diera un beso...
Ambos niños, se miraron fijamente unos segundos y rompiendo en carcajadas así se quedaron un buen rato... felices, cada uno en su sonrisa aislada, tal como eran en su cuentos... tal como en la realidad son.
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A veces hay personas que se mienten con la misma naturalidad con la que se dicen la verdad. Tal vez nunca llegen a saber de qué forma se entrampan con las palabras o quizá, en el fondo de su corazón, sí que lo saben.
hola, su cuento es maravilloso