Ana y Marcos, habían esperado mucho tiempo para poder ser padres. Deseaban con toda el alma tener un hijo, y cuando llegó ese momento, supieron que ese día sería el más feliz de toda sus vidas. Pero aquella felicidad no les duraría mucho.
Laura, que así fue como llamaron a la niña, fue creciendo no sin dificultades. No tenía el mismo desarrollo que el resto de los niños de su edad, y muchas de los cosas que hacen lo niños no las podía hacer porque se fatigaba.
A la edad de tres años, le diagnosticaron un fallo en su pequeño y frágil corazón, no había más solución que recurrir al trasplante. Pasó el tiempo y Laura empeoraba por días, y ese corazón no llegaba. La lista de espera era muy larga y lo que menos tenía Laura era tiempo.
Ana y Marcos, se temían lo peor, y cada día que pasaba era un reto y una oportunidad más para ir preparándose para una posible despedida.
Habían pedido créditos, ayuda a todos lo organismos oficiales y privados, a amigos, parientes, conocidos, etc.... Habían empeñado y vendido todo cuanto tenían y aún así lo recaudado no era suficiente para salvar a su hija.
Cada día que pasaba el aspecto de la niña era aún peor que el del día anterior.
Laura pronto cumpliría cuatro añitos, durante mucho tiempo la niña había deseado poder ir a Disney World; pero nunca pudo ser, sus padres no contaban con el dinero suficiente para poder hacer un viaje así, por lo que no se dio.
Pero Ana pensó que aquél dinero recaudado para Laura, sino podía servir para salvarla, serviría para hacer realidad su sueño. Probablemente el último.
A la mañana siguiente hicieron las maletas y viajaron con rumbo a cumplir un sueño. Al llegar al hotel dejaron las maletas e inmediatamente cogieron un taxi hacía el parque.
Laura no sabía donde iba, pero era primera vez que montaba en avión y que viajaba fuera de su país natal, aquellas vacaciones aceleradas la tenían muy excitada y llena de curiosidad.
Al llegar al parque no podía creer que estuviera allí, lo había deseado tantas veces que no sabía si era verdad o no.
Ana, hubiese pagado mil viajes como ese, por ver la carita de felicidad de Laura. Era la primera vez en mucho tiempo que sus mejillas se ruborizaban y mostraban algo de color sobre aquella cara pálida.
Ana tuvo que contener las lágrimas y ahogarlas en lo más profundo de sus entrañas para no romper a llorar. Un nudo se formaba en su garganta que apenas la dejaba mediar palabra. No quería que Laura preguntara por su tristeza, no sabría que contestarla y sería aún más difícil para ella contener las lágrimas.
A sí que hizo lo más difícil de su vida, ahogar su llanto mientras la miraba a la cara.
Laura, ajena a su enfermedad y a los sentimientos de sus padres, sonreía con gran alegría y disfrutaba del momento. Mientras, su madre continuaba mirándola y se decía una y otra vez para sus adentros:
- Sí, cariño. Sonríe, sonríe con toda tu alma, sonríe como nunca hasta ahora lo habías hecho, sonríe y que esa sonrisa tuya sea nuestro recuerdo más hermoso, a la hora de traerte a nosotros y recordarte cuando ya no estés a nuestro lado iluminando nuestras vidas; y que sea esa misma sonrisa la que nos ilumine al pensar en ti.
A la mañana siguiente cogieron el primer vuelo de vuelta a casa. Laura estaba muy cansada de tantas emociones juntas, y se acurrucó junto a su padre. Este la tomó con ternura entre sus brazos y la abrazó con fuerza para protegerla y velar por sus sueños.
Laura se acomodó entre los brazos de su padre y se dejó acariciar por lo más dulces sueños. El padre la apretó con fuerza contra su pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas abrasadoras. Marcos, notó como su pequeño y frágil cuerpecillo caía con aplomo sobre los brazos que la sostenían.
Ana lo miró y al buscar su mirada, sus ojos hablaron por él; en aquél momento, Ana supo que Laura no despertaría. Se inclinó sobre ella, y le dejó un beso sobre su frente.
Ana, abrazó con fuerza a Marcos y los juntos velaron el cuerpo de su hija. Pero Laura no se marchó sin antes dejarles una sonrisa pueril dibujada sobre sus pequeños labios, como momentos antes había pedido su madre.
A Laura, que se moría, sus padres la obsequiaron con algo que la complacía, pero aun así la perdieron. Angel F. Félix