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Leyenda

(Para Pame y Chellin para Norsi)


Pues esto de haber nacido tan mexicano pocas personas pueden vanagloriarse ya que en realidad y a no ser porque su advenimiento a este mundo hubiese ocurrido a bordo del taxi que en ese entonces conducía el que posteriormente sería su propio padrino ya que en realidad era lo único que a su papá le faltaba en su relación con quien más que su amigo había sido un verdadero hermano y no era extraño que desde su ya un poco lejana infancia cuando no era uno era el otro el que ya fuera estar comiendo y hasta en ocasiones se dormían en casa del otro.
Cuando esto último sucedía se debía a que al siguiente día que por lo general era el inicio del fin de semana o sea sábado, los dos amigos se disponían a iniciar alguna aventura que principiaron con inocentes salidas de excursión al Bosque de Chapultepec, al Lago de Xochimilco o simplemente a cumplir con la tarea encomendada en la escuela a la que por cierto asistían ambos.
El que varios años después se convertiría en el padre de Norsi y que a su vez muchos más años adelante sería el Abuelo de Pame y de Chellín, como se refería a sus Bendiciones del Cielo, pues a Él desde tiempos inmemoriales se le conocía como “El Negrito” y al que también muchos años más tarde se convertiría en padrino de Norsi casi olvidó su nombre de pila ya que siempre fue identificado como “El Gordo”.
Pues Aquel día el mundo en general despertó con la noticia que “Los Aliados”, países que combatían unidos contra el eje el nazismo. Iniciaba lo que la historia registra como “El Día más Largo del Siglo” o “El Día D”. Fue el inicio del fin de la pesadilla nazi. Era el seis de junio de mil novecientos cuarenta y cuatro, y eran las siete con catorce minutos.
Y vaya que si para “Perita” fue uno de sus días más largos ya que el trabajo de parto inició desde casi veinticuatro horas antes del momento en que el taxi, que solo se diferenciaba de los demás automóviles por la discreta cartulina que en el parabrisas indicaba que prestaba precisamente ese servicio.
Cruzaron como alma que se lleva el diablo a un costado de la Alameda, hermoso parque que era el “Pulmón de la Ciudad de los Palacios”. Del lado derecho dejaron el antiquísimo Hotel de Cortes así como los dos templos, uno frente al otro, el de La Santa Veracruz y el de San Juan de Dios.
Casi ignoró el semáforo en el extremo poniente de la Alameda, al inicio del Palacio de Bellas Artes, majestuoso edificio realizado casi totalmente con mármol de Carrara, que se construyó en el solar que ocupó en convento de Santa Isabel, con el objeto que el país contara con un Teatro Nacional por iniciativa, para variar del mismo presidente.
Casi toreando cruzaron la esquina que es el eje de la numeración en la Ciudad de México lugar donde se ubica el Palacio Postal que muchas personas desconocen que también se le conocía en el tiempo que fue inaugurado por el entonces presidente de la República, Don Porfirio Díaz Mori como “Quinta Casa de Correos”
Tras franquear el “Callejón de la Condesa” originalmente “Callejón de Dolores”. El de la leyenda que versa que; Cuentan las consejas que cierta vez entraron por los extremos del callejón, dos hidalgos, cada uno en su coche y que por lo estrecho de la vía se encontraron frente a frente sin que ninguno quisiera retroceder, alegando que su nobleza se rebajaría si cualquiera de los dos tomara la retaguardia. Por fortuna, como asienta un grave autor, la sangre no llegó al arroyo ni mucho menos, ni si quiera hirvió en las venas de los dos Quijotes; pero a falta de cuchilladas salió paciencia a los hidalgos quienes estuvieron en sus coches tres días de claro en claro y tres noches de turbio en turbio. De no intervenir la autoridad, de seguro se momifican los hidalgos; el Virrey previno, pues, que los dos coches retrocedieran hasta salir, uno hacia la calle de San Andrés, y otro hasta la Plazoleta de Guardiola, se encontraron a la derecha con una hermosa construcción que fue diseñada por Manuel Tolsá y que formaba parte de los edificios de la Universidad de México y se le conocía como “Palacio de Minería” y que actualmente se utiliza como centro de pequeñas exposiciones y muestras de interés general.
A la izquierda Perita tuvo ánimos para observar lo que se consideraba como Secretaría de Comunicaciones y Transportes, edifico que por cierto fue construido también en tiempos de Don Porfirio Díaz .
Treinta y cinco años después a este conjunto se le denominaría “Plaza Tolsá” en honor del escultor y arquitecto valenciano Manuel Tolsá y que originalmente tuvo como uso el de albergar al Real Seminario de Minería, a fin de formar académicos especialistas en la explotación de minas.
Pasaron la confluencia de la calle de Tacuba con la de Bolívar a la derecha y Allende a la izquierda, unos paso adelante el famosísimo “Café Tacuba” ubicado en el número 28 de la misma calle y donde se cuenta que es un restaurante lleno de mitos y leyendas como el del fantasma que, como una sombra fugaz, desaparece por el rabillo del ojo y se deja ver en los oscuros rincones de escaleras y salones: esa monja que esparce su frío sepulcral moviendo manteles y enchinando la piel del que se encuentre con ella.

También se recuerda, un domingo un 25 de junio de 1936, cuando seis disparos mancharon el blanco mantel de color púrpura encendido de la sangre de Manlio Fabio Altamirano, prominente político mexicano, dejando un eco detonante en el recinto abovedado de "El Tacuba".

En este lugar se han dado cita innumerables personajes del mundo de la política, el arte, la farándula, empresarios, entre otros.
Claro que en esos años el tráfico no era ni con mucho el de nuestros días y la velocidad era bastante razonable para mantener un ritmo ágil y constante.
Pasaron frente al número 42, casa donde el compositor mexicano originario de San Luís Potosí Francisco González Bocanegra escribió la letra de nuestro Himno Nacional, el que entonamos en cada Acto Cívico. Cabe señalar que para decidirlo a que tomara parte en el concurso su prometida, Guadalupe González del Pino y Villalpando, lo encerró en una pieza de su casa, comunicándole que no abriría las puertas hasta que terminara la letra del Himno Patrio.
Rápidamente atravesaron la esquina conformada por las calles de Tacuba e Isabel la Católica a la derecha y Honduras a la izquierda y llegando a la esquina con la calle de Palma les llegó el olor a pan recién hecho en la panadería La Vasconía. Cuando llegaron a la joyería “La Princesa” se escuchó como rechinaron las llantas al dar vuelta a la izquierda sobre la calle de Argentina, dejando al menos una buena porción de hule en el asfalto que por cierto había remplazado al empedrado original que desde tiempos de la colonia había revestido el pavimento que era muy propio y adecuado para el tránsito de carruajes tirados por caballos y al que no importaba en lo más mínimo el paso del tranvía que por tantos años circuló desde el mismo Zócalo hasta el pueblo de Tacuba o al de Atzcapotzalco. Por cierto que precisamente a la llegada al pueblo de Tacuba se podía trasbordar a un tranvía más pequeño que corría desde ese punto hasta el Panteón Español y que cuando era abordado por Norsi ya en su adolescencia tenía un costo de diez centavos que eran pagados con una monedas conocidas como “Niqueles” por estar hechas de este material y que tenían grabada en el frente una abreviación del Calendario Azteca o Piedra del Sol y en el anverso como todas las monedas, el escudo nacional.
Ya faltaban tan solo cinco cuadras para arribar a toda prisa al Sanatorio de Santa Catalina de Siena que dependía de los religiosos dominicos.
Pues ya no tardó mucho en nacer Norsi y así entró en este mundo que le deparaba muchas, muchas alegrías hasta llegar a gozar de la presencia de sus nietos, Pame y Chellín.
De ese tiempo se desprende la siguiente leyenda que con mucho gusto transmito para su permanencia como tradición y que se le conoce como;
EL SEÑOR DEL REBOZO
A mediados del Siglo XVI funcionaba ya como convento Dominico, el edificio situado a espaldas del que fuera templo de Santa Catalina de Siena, ubicado en la calle de su nombre hoy República Argentina. Fundado por ayuda pecuniaria de tres mujeres sumamente religiosas y ricas conocidas por "Las Felipas", este convento recibía la ayuda de casas y encomiendas y rentas producto de una especie de fideicomiso de estas Felipas y así comenzó a recibir monjas que se acogían a la advocación de Santa Catalina de Siena.
En el Templo que como se dice y se sabe, daba a la hoy calle de la República Argentina, estaba entrando a la derecha, un Cristo de madera, esculpido por anónimo escultor, uno de tantos imagineros que dejó para siempre su arte religioso sin que se recuerde su nombre. Era un Cristo de mirada triste, de palidez mortal, con grandes llagas sangrantes y una corona de espinas cuyas puntas parecían clavarse en la carne, la madera que asimismo escurría sangre. Daba lástima esta triste figura del Señor colocada a la entrada del templo, con su cuerpo llagado, flácido y apenas cubierto con un trozo de túnica morada.
Tal vez este triste aspecto del Cristo cargando la Cruz fue lo que motivó a una monja que llegó como novicia bajo el nombre de Severa de Gracida y Alvarez y que más tarde adoptara al profesar, el de Sor Severa de Santo Domingo. Pues bien esta monja, cada vez que iba a misa al templo de Santa Catalina, se detenía para murmurar un par de oraciones al Señor cargado con tan pesada cruz al grado de que cada día lo advertía más agobiado, más triste, más sangrante.
Pasaban los años y a medida que la monja Sor Severa de Santo Domingo solía pasar más tiempo ante el Cristo, mayor era su devoción, mayor su pena y más grande la fe que profesaba al hijo de Dios.
Así pasaron los años, treinta y dos para ser más exactos, la monja se hizo vieja, enferma, cansada, pero no por eso declinó en su adoración por el Señor de la Cruz a cuestas, sino que aumentó a tal grado de que lo llamaba desde su celda en donde había caído enferma de enfermedad y de vejez.
Una noche ululaba el viento, se metía por las rendijas, por el portillo sin vidrio ni madera, calaba hasta los huesos viejos y cansados de la monja. El aire azotaba la lluvia y la noche se hacía insoportable.
-! Jesús . . . Cristo mío! -gritó la monja con voz casi inaudible, pero llena de dolor, tratando de abandonar su lecho de enferma-, dejadme que cubra vuestro enjuto y aterido cuerpo. venid a mi señor, y mostraos ante esta pecadora que sólo ha sabido amarte y adorarte en religiosa reverencia.
Arreció el vendaval . . .
Y lo insólito de esta historia ocurrió entonces. Llamaron quedamente a la puerta de la celda de la enferma monja y ésta con muchos trabajos se levantó y abrió, para encontrarse ante la figura triste de un mendigo, casi desnudo, que parecía implorar pan y abrigo.
La monja tomó un mendrugo, un trozo de la hogaza que no había tocado y le ofreció el pan mojado en aceite, agua y sacando de su ropero un chal, un rebozo de lana, cubrió el aterido cuerpo del mendigo.
Terminado de hacer esto, el cuerpo de la monja se estremeció, lanzó un profundo suspiro y falleció.
Al día siguiente hallaron su cuerpo yerto, pero oloroso a santidad, a rosas, con una beatífica sonrisa en su rostro marchitado por los años y la enfermedad.
Y allá en el templo de Santa Catalina de Siena, cubriendo el enjuto y sangrante cuerpo del Señor con la cruz a cuestas, el rebozo o chal de la vieja monja.
Desde entonces y considerado esto como un milagro, un acto inexplicable, las religiosas y los fieles bautizaron a esta imagen como "El Señor del Rebozo" y este cristo estuvo muchos años expuesto a la veneración de los feligreses, hasta la exclaustración de las monjas y cuando el gobierno cedió este hermoso y legendario templo, primero para templo protestante y después para biblioteca.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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