Este cuento podría empezar de la forma más fácil que se pueda ocurrir diciendo algo así como “ hace algún tiempo había...” o “ tiempo atrás sucedió que...” pero ninguna de estas expresiones sería válida, para comenzar a contar lo que viví cuando aún estabas. Y aunque sea tiempo pasado, es mi presente; no porque el pasado me persiga, ni porque yo me haya inundado en el pasado... más bien, porque el pasado es como un sol, que aunque esté lejos, siguen llegando sus rayitos a darme su luz: la luz que necesito.
Así, entonces, empezaré contando esta historia como “... Aquella noche parecía que nada volvería a brillar, mil insultos caían silenciosamente sobre mi alma desolada, pero nada podía hacer, no encontraba respuestas a mis preguntas. Nuevas y viejas intrigas que nunca había podido resolver, aquella noche parecía, incluso, más irremediables. La luna sonreía, cómo no iba a hacerlo si ella al menos era feliz...sonreía al observar el mundo sin mirarme o prestar atención en mí.. eso era lo peor, que hasta la luna rehuyera de mi ser.
Mis ojos observaban el cielo, decesos que apareciera algo, que se rompiera y en mi espalda nacieran alas para profundizarlo y desaparecer de este mundo... entonces reaccionó la parte cruel del mundo, y reflexioné... ¿son las estrellas de verdad? Quizá fuera verdad aquella historia que me contó un amigo en una ocasión, que dijo que las estrellas eran sólo la luz de la esperanza, y por ello, las estrellas siempre existían, porque la esperanza no marchitaba, de día y de noche están las estrellas, pero sólo cuando la seguridad disminuía, se omitía el brillo de las estrellas.
¿Dónde estaban las estrellas ahora si estoy llorando desconsolada, en busca de una esperanza? Buscaba y buscaba sin encontrar ni una mísera luz en todo este laberinto cuando encontré la mirada del amanecer... Se escondían las estrellas, se olvidaban las esperanzas, se borraban las lágrimas, y vuelta al mundo real, como siempre, sin cambios... un mundo que siempre iba a ser el mío.
Y así pasando días y días supliqué a las estrellas que me ayudaran a encontrar las puertas abiertas de la esperanza. Estaba harta de darme golpes delante de puertas cerradas del olvido, así que lo mejor sería afrontar el recuerdo, aunque este veneno fuera el llamado ‘’dolor’’.
Lloré intentando que la luna se apiadara de mi llanto, pero no lo conseguí. La noche se oscureció y mas oscura se quedó mi alma.
Temblando entre miedo y dolor, escurrió mi alma las últimas gotas de sangre con su nombre grabado.”
Así acabaría sin un final la historia que se repetía durante llantos y desveladas que nunca pudieron calmarse ni con el remedio ni con la enfermedad.
Aquí acaba la leyenda del soplo de la noche, porque cada vez que la brisa nocturna llegue a tu rostro... serán mis suspiros que vuelan hasta las estrellas.